Pablo Conde

Montevideo, Uruguay.

En EAC se está exponiendo una muestra colectiva bajo el título Delitos de Arte conformada por la obra de doce artistas, título muy en sintonía con el edifico construido para albergar una cárcel .

Lograr un vínculo entre obras aisladas que no se enfrentan físicamente no es tema fácil.

El hecho de que cada artista se deba remitir a trabajar en forma aislada dentro de cada celda interfiere en el vínculo que se debiera de crear entre las obras. Tampoco es fácil para el espectador captar el espíritu aunado. Requiere elaboración y esfuerzo mental para crear un vínculo que emane de todas las obras al unísono.

Ese espacio siempre va a representar el aislamiento de cada obra en cada celda. No respetar esa característica es negarse a una realidad. Eso genera un guión que es difícil de lograr.

En esta oportunidad sucede que vemos cada historia en forma separada y se pierde la idea del colectivo.

Hay marcada diferencia entre el mensaje de cada propuesta.

Destacan en el conjunto la obra de la argentina Mariana De Matteis (Entre Ríos 1984) así como la de Pablo Conde (Montevideo 1960) en la cual me enfocaré.

Para llegar EAC que ocupa el edificio de lo que fuera una cárcel, hay que atravesar gran parte céntrica de Montevideo. Nuestra ciudad ha tenido en las últimas décadas, un desplazamiento hacia el Este lo que ha producido el abandono de varias construcciones que no pudiendo ser recicladas han terminado siendo tapeadas para evitar la ocupación ilegal.

Esa sensación de angustia, de impotencia se va acumulando en nuestras emociones a medida que nos vamos trasladando por la cuidad lo que nos determina un sentimiento de inmovilidad dentro de nuestra propia casa.

Y es ese aspecto al cual apunta analizar la obra de Conde quien magistralmente encarcela en una celda de reducidas dimensiones nuestra amplia libertad. Es el corolario de una sensación que venimos sintiendo y que Conde lo ratifica en su propuesta.

A partir de allí, la lectura se amplía. Si consideramos la situación actual que atravesamos producto de la pandemia que nos obliga al encierro también logramos otra lectura. Pero su obra va más allá, trasciende la coyuntura.

Conde siempre ha abordado el tema del paso del tiempo a través de objetos comunes a todos cómo son los inherentes a espacios públicos haciendo hincapié en veredas y muros por ejemplo.

El devenir del tiempo a través del descascarado de paredes provocando una mirada que se lee con el corazón más que con la mente. Imágenes que nos paralizan, que hablan sin que le demos la palabra.

En esta oportunidad, Conde encierra su propuesta no detrás de la puerta de la celda que quita sino que construye un muro para apresar la propia celda. Es el espectador quien debe de hacer un “buraco” y romper el muro con su curiosidad buscando someterse a su propio encerramiento, característica que nos envuelve cada vez más en un mundo hiper comunicado.

Elevamos muros que nos aíslan unos de otros. Razones políticas, de seguridad, de protección, de incomunicación, de racismo, de xenofobia entre otros justificativos que nos regresan a la Edad Media. Atentos cada vez más a nuevos dispositivos tecnológicos sin prestar atención a quien tenemos a nuestro lado. Metidos dentro de un mundo virtual que nos confunde la verdadera realidad. Dejamos de percibir nuestros espacios públicos metidos dentro de mundos virtuales matando de esa forma doblemente nuestras ciudades. Construyendo muros por encima de los ya existentes.

Muros que elevamos entre unos y otros que nos aíslan, muros impuestos por nosotros mismos. Esa sensación claustrofóbica es la que logra despertar con mucho ingenio y creatividad Conde al encerrarnos dentro de nuestra propia celda.

Nos hace pensar posicionados en un adentro y un afuera. Podemos meter la cabeza y encarcelarnos y también tomar distancia de la situación sin por ello lograr negarla.

Las hojas secas distribuidas en la celda complementan la idea del paso del tiempo a modo de naturaleza muerta.

Su obra fue pero también es. Dependerá de cada uno entrar en su historia para sentirse formar parte de la misma.

El resto de las propuestas de esta colectiva se evaporan frente a esta propuesta tan contundente que cala profundamente una experiencia emotiva.

El espectador se siente realmente encarcelado y más allá de que salimos despavoridos de la celda, el sentimiento se aferra y nos cuesta desprenderlo de nuestro recuerdo emotivo.

La mente entra en escena después. El protagonismo de la película es la sensación.

Se trata de una obra que no es suficiente verla. Hay que vivirla.

Enhorabuena buena Pablo!

“Los muros que separan tratando de incomunicar un lado del otro, no hacen más que estimular la búsqueda de lo que queda por ver; lo que queda por saber “ – Pablo Conde

Espacio de Arte Contemporáneo

Arenal Grande 1930

Horario Coronavirus: de Lunes a Viernes de 11 a 17 hs


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