No se me hace muy fácil, dar mi impresión de nuestro viaje a Marruecos, pues siempre he venido oyendo el “espectacular sitio turístico” y no es con eso precisamente que lo asocio.
Intento definirlo y el calificativo es de un viaje bueno, muy bueno, pero muy diferente a decir: “un viaje lindísimo».
Es como esas películas que son buenísimas, pero que nunca dirías al salir “preciosa».Lo turístico, el trillo de las ciudades imperiales (Marrakech, Fez, Meknes) , es lo que menos me interesó aunque estoy seguro de que lo mejor de Marrakech, es lo que no tienes acceso como turista, o sea la vida fuera de la medina, en la parte nueva, donde decenas de casas espectaculares colonizadas por europeos de buen gusto y en un ambiente intelectual adecuado.
Creo, sin dudas que de aquí a un tiempo me voy a olvidar de ellos, en cambio me quedaré con la experiencia de lo recorrido fuera de circuito turístico, con lo étnico del sur, con lo musulmán, con la convivencia de dos países: el turístico con precios para europeos, donde cualquier hotelucho no baja de E 100, y con el otro, el real, que late al compás de su gente con todas las carencias que aun hoy día tiene su gente, esperando para conseguir trabajo donde les pagas E 1 al día, o esperando la oportunidad de subirse a una patera que los lleve a Europa a buscar una nueva vida.
Hicimos todo un circulo dentro del mapa, partiendo de Casablanca, bajando al sur a Essaouira, Marrakech, tres días viajando más hacia el sur visitando el desierto y todos los pueblitos donde las casas son de adobe, atravesando toda la cadena cordillera del Atlas en dirección norte, desde el desierto del Sahara y donde a solo una hora de allí, montañas y llanuras totalmente nevadas.
Fez, Meknes y todos sus alrededores, Chefchauen, Tánger, la ciudad más al norte del país, desde donde se ve España, y luego bajando hacia Rabat hasta llegar a Casablanca nuevamente.
Fueron 15 días agotadores, pues hay mucha carretera por hacer para llegar a las diferentes ciudades y te pasas 4 o 5 horas encima del coche como nada, por más de que vayas parando.
Muchísima zona de montañas, por lo que recorrer 60 Km, te lleva dos horas como nada, más allá del mareo.
Sin duda el país es hermoso desde el punto de vista fisonómico. Tiene desiertos áridos, donde miles de palmeras de dátiles, cultivados con verdes más verdes que cualquiera, montañas rocosas y áridas, picos nevados, montañas verdes que te parece que estuvieras en Suiza, valles verdísimos, mar, en fin, toda la diversidad ecológica. Solo les falta tener un poco de selva tropical.
Los sitios que más me sedujeron fueron Essaouira, una ciudad costera, mezcla de ciudad europea amurallada pero vestida totalmente de árabe, con todos sus mercados dentro de la medina, con un gentío auténtico que vienen al mercado, con una brisa de mar y un puerto extraordinario.
Sin duda es un lugar imperdible, pero que ninguna excursión te lleva.
Allí, en las inmediaciones se cultiva el argan, de donde extraen el aceite y sus derivados y donde nos hicimos un masaje que nos dejo aletargados.
Luego el desierto. Para mi el viaje radicó en la cultura beréber. Su gente, sus casas, su comida, su arte, es lo más auténtico de Marruecos, lo que creo que siempre recordare. Será el espíritu del viaje.
Recorrer cientos de kilómetros dentro de sus ciudades, donde han sustituido sus carpas, por las casitas no menos fuertes, de adobe, que conforman ciudades enteras. Esos vientos que cada tanto soplan y arrastran tierra y todo lo que se les cruce, bañan todo del mismo color y hacen al espíritu de la gente a su idiosincrasia.
Había momentos en que no podíamos avanzar y la arena se te metía en el orificio que fuera.
Pasamos una noche en pleno desierto a una hora y media en camello desde el pobladito más cercano, en una carpa beréber con las mismas (nulas) comodidades que ellos tienen.
Salimos a pleno sol y llegamos a noche cerrada bajo una continua tormenta de arena.
Dentro de la “carpa” había solo una alfombra de plástico (en casa de herrero, cuchillo de palo) encima de la inmensa zona de arena y una mesita donde una vela. Allí debimos recostarnos, dormir y comer.
Dormimos vestidos, dentro de sobres de dormir con tres frazadas encima que los caseros nos proporcionaron y donde una vez puestas ya no te podías levantar por su enorme peso.
Los chicos que nos acompañaron con los camellos, se tumbaron a nuestro lado, descalzos como si nada cuando nosotros no dejábamos de temblar.
Lo mejor fue la comida. Sin duda fue las más rica del viaje. Un tajin de cordero y verduras, para cuatro, donde nosotros comíamos de un lado con unos pobres tenedores y del otro, los 2 chicos, avanzando, comiendo con la mano ayudados por el pan. De postre deliciosas naranjas, que también son parte de su gastronomía.
Que jugos tan deliciosos tomamos a diario.
La noche fue larga y fría, pero el amanecer valió la pena. Que tonalidades que toman las dunas. A esa hora tomé conocimiento de donde estábamos.
Se trataba de una carpa donde vivían los caseros con su familia, ovejas, cabras, gallinas y perro atado en medio del desierto y dos carpitas donde vivían los dueños de casa, sujetadas con pesadas bolsas de arena y remendadas por todos lados, con los camellos echados en la puerta, con las patas atadas, prontos para el regreso.
Sin duda fue la experiencia más fuerte del viaje, pues fue una vivencia “al extremo”, se podría decir. Estando allí, nos mirábamos sin atinar a nada, con un azafato que cargó el camello inútilmente, donde nuestro neceser, lectura y pijamas que nunca usamos.
Una buena experiencia, pero irrepetible.
Otro recuerdo memorable, fue habernos quedado a dormir en una casa de un beréber en medio de las montañas, donde habían dos habitaciones para viajeros y donde toda la familia se brinda a tu servicio, claro está que siempre las mujeres en la cocina y sin entablar conversación alguna con los huéspedes.
Con la estufa a leña prendida, con un cous-cous delicioso y donde luego tocaron tambor y cantaron.
Espectacular, un sitio que recomendaría mucho, en medio de unas gargantas que forman las montañas.
Bonito, bonito, aunque para medio día, es Chefchauen, una ciudad a la cual llegue a través de los consejos de un viajero asiduo a ese país, donde tampoco pasan las hordas de turistas.
Muy griega, también, gráficamente para nuestra imaginación, toda pintada de azul ftalo, donde bajan los pobladores de las montañas a comprar y vender lo necesario para la subsistencia. Se los veías cargando con una gallina, con un puñado de limones y allí mismo hacían el trueque.
Preciosita ciudad, una joyita con un aire bohemio, pues se consume mucho hachis, hay muchos hippies y un lindo mercado donde alfombras y demás y lo mejor es que es baratísimo.
Paramos en un riad (hotel), que parecía sacado de un cuento de Ali Baba. La cama empotrada en un rincón con cortinas, el techo del baño abierto al cielo, y luces de colores por todos lados. Se parecía a un prostíbulo, pero no lo era, mal pensados!
De todas formas es indudable que es excitante y te incita al amor.
Sin dudas la plaza de Marrakech, es algo insólito, donde encantadores de serpientes, adivinadores de la suerte, decenas de carritos de jugo de naranja, de fruta seca, de puestos de comida, de chicas que te hacen la hena, trucha en nuestro caso.
Luego de tanto dudarlo, nos sacamos las ganas y marchamos para el hotel con las manos en alto, para que se secara hasta luego de pasada una hora. Ya al rato de acostarnos, y luego de haber pasado una hora y media, se nos empezó a caer lo grueso, esperando que el dibujo quedara debajo.
Debajo de la cama quedó ..! Pues ni rastro del dibujo mantuvimos. Luego nos comentaron que por esa plaza la mayoría de las cosas son falsas.
De todas formas es un paseo impactante, fundamentalmente a la noche. Tomamos los jugos, los dátiles, cenamos, nos metieron las serpientes por encima para la suerte del viaje, la hena, en fin, tildamos todo y lo mejor es que nadie logró robarnos nada, a excepción de la chica que nos hizo la hena, pero me quedo con la experiencia del momento en que nos pintaron. Eran muchachas con velo con un encanto especial para los occidentales.
El viaje lo acompañé con dos libros: El cielo protector de Paul Bowles, que va sobre la historia de dos ingleses que terminan locos en el desierto y que por su descripción y leyéndolo en pleno desierto, me sofocaba al grado de querer tirarlo. Este escritor ingles, vivió muchos años de su vida en Tánger y es un símbolo del país.
Luego, leí otro también del cielo, “Cometas en el cielo” del afgano Khaled Hosseini, que mas allá de que me encantó, me sirvió mucho para comprender un poquito más la cultura islámica.
Y aquí hago hincapié en el tema musulmán. Pensé que me iba a encontrar con un país menos ortodoxo, menos radical, pero es 100% musulmán, por ley.
Demasiado, para mi gusto, muy extremistas, muy segregacionistas.
No concibo que no te dejen visitar sus mezquitas, pues a criterio de ellos, los occidentales somos muy barullentos y tocamos todo.
-Tocar lo que?-, si solo tiene las paredes talladas y el piso lleno de alfombras. Nunca he visto que en las iglesias o en los templos judíos, la gente se les de por tocar, pero bueno, esa era la respuesta.
Visitamos solo un par de mezquitas, las visitables, pero no dejamos de entrar a una sinagoga de Fez, echando mano a la familia judía paterna de Nora, cosa que nos agradeció el guía ya que nunca había entrado.
El islamismo, es un tema que da para analizar en otro momento por su complejidad, pero no me sentí muy cómodo que se diga. No se trata solo de una religión, sino de un estilo de vida y por ahí, se vengan injustamente con uno, a raíz de su (in) comprensión del no musulmán.
“Suerte”, le dijo Nora a un comerciante al despedirnos, a lo que nos respondió: “los musulmanes siempre tenemos suerte”.
Luego los llamados a orar a la madrugada, con altos parlantes que te despiertan, esperando que ese “Wa-Alaikum-Salaam…” sea el ultimo para poder seguir durmiendo.
Un lugar recomendable que disfrutamos mucho fue la visita a la casa del artista francés Jacques Majorelle (Nancy, 1886-1962) en Marrakesch la cual la construyó a lo largo de 40 años y que Yve Saint Laurent lo salvó del derribo junto con su pareja Pierre Bergé.
La comida muy simple y austera: tajines y cous-cous, donde una enorme torta de sémola y encima apenas unas verduritas y el trozo de carne de pollo o cordero.
Los dulces, muy dulces, con mucha almendra. Lo más rico que comimos fue un plato donde rodajas de naranja, banana y frutilla rociadas con canela. Delicioso, muy vistoso y simple.
También hicimos uso de los Hammam, baños públicos, donde luego de enjabonarte, lavarte la cabeza, te pasan un jabón y luego te frotan, en una especie de pilling, donde te quitan además de las impurezas de la piel, las impurezas del alma, las angustias, las penas, te dejan como nuevo.
Disfruté mucho de ello, fundamentalmente en uno en Fez, que recomiendo, diría 5 estrellas, donde saunas, jacuzzis, masajes. Lo mejor es participar del rito del mismo, pues es un sitio de encuentro social, donde se va a dispersarse, a charlar, a hacer negocios. Por un lado los hombres y por otro las mujeres.
No tengo dudas de que será un sitio, al cual regresaré, también a través de los libros y del cine. Me quedé muy satisfecho con el viaje, me sirvió de mucho y colmó mis expectativas desde del punto de vista cultural.







































































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