Pueblo Garzón, Uruguay.
Hasta el 20 de enero estarán expuestas dos individuales que funcionan a modo de colectiva a partir del vínculo que se generan recíprocamente.
Por un lado en una sala devenida en un “dark room”, se sitúan obras geométricas en blanco y negro de María Freire (Montevideo,1917-2015).
Con curaduría de Laura Bardier, directora de EsteArte, la selección de pinturas y esculturas de Freire, habitan un espacio que atrapa al espectador ni bien ingresa.
A pesar de que la obra de Freire se caracteriza por su amplio colorido amén de sus formas abstractas geométricas, corriente en la que fuera pionera con su esposo Jose Pedro Costigliolo, también la artista incursionó en matices sin colores apelando a un mundo binario donde todo se resume solamente a dos opciones contrarias: luz y oscuridad, que dan cuenta no sólo de la ausencia de color sino de la gama de elementos contradictorios que habitan en nuestro entorno.
Sin el blanco no existiría el negro, así como no existiría el mal sin el bien, la muerte sin la vida.
Bardier acondicionó la sala pintando las paredes de negro y atenuando las luces para lograr el ámbito acorde.
Recuperar la imagen de quien fuera una de nuestras artistas más destacadas con una larga vida de casi un siglo, nos lleva a repensar y posicionar el papel de la mujer dentro del arte que aún batalla por lograr igualdad de condiciones y oportunidades.
Black Gallery, ubicada en Pueblo Garzón desde hace siete años, se caracteriza por darle el lugar que las artistas se merecen dentro del ámbito artístico nacional.
Por otro lado nos encontramos con Orbita, una obra que explota en colores de la mano de Francisca Maya (Montevideo, 1985).
Con una puesta magistral a cargo de Camila Pose, la sala se adecua a la circularidad de la temática envolviendo al espectador cuasi modo de un útero.
Maya trabaja con la forma circular de forma de la letra O apelando a la circularidad de la vida que traza en una línea ovoidal completa tocándose las puntas.
El círculo implica ritmo, ciclo, vida, nacimiento a través de las formas del huevo así como del útero.
Maya convierte la sala en un gran recipiente ovoidal que reafirma el concepto del círculo a la cual apela su obra.
Convierte una pared curvada en un mural “site specific” que induce al visitante a un recorrido circular que lo hace suyo.
A diferencia de la obra de María Freire, la propuesta de Francisca Maya explota en colores, participando y salpicando el contenedor dentro de un juego metafórico que traslada al espectador, para lograr con mayor suceso el resultado buscado por la artista.




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