El 25 de mayo del año pasado, fallecía una de las últimas artistas del Surrealismo, a los 94 años víctima de una neumonía.
Leonora Carrington (Clayon Green, UK, 1917 – 2011) , inglesa de nacimiento, y mexicana de adopción, luego de haber vivido en el DF 63 años hasta el dia de su partida fue una de las grandes figuras del arte mundial.
Quería vivir 500 años e irse evaporando poquito a poco y es que tenia mucho por hacer y por decir.
Fue una mujer indomable, que siempre desafió su vida, dándole la espalda a su casa natal, proveniente de una familia inglesa muy rica, magnates de la industria textil, que pretendían educarla para que se casase con un noble ingles, para lo cual fue presentada frente a la corte de Jorge VI.
Tuvo una vida muy azarosa y vertiginosa, provocada principalmente por uno de sus grandes amores quien fuera el artista Max Ernst.
Estuvo encerrada en un manicomio en Santander, un lugar reservado para las familias nobles donde compartía entre otros, con quien habido sido el príncipe Luis de Mónaco .
Esa dura experiencia la signó por el resto de su vida, llevándola a vivir en una constante persecución, alejándose de su padre quien siempre intentó controlarla así como de dicha clínica que la marcó para siempre.
En esa constante carrera, huyendo de Europa, de la guerra así como de su lucha interna, recayó en México, luego de un breve período por New York, donde logró estabilizar su vida, a pesar de sus constantes desamorios , entre los cuales el fotógrafo Chiki Weisz, un judío húngaro que también huía de su pasado, y quien fuera el padre de sus dos hijos.
Se relacionó con Salvador Dalí, Dolores Varo quien fuera su mejor amiga, Marcel Duchamp, Joan Miró, André Bretón, Pablo Picasso así como son su rival Peggy Guggenheim quien le sucedería en el corazón de Max Ernst.
Eludió el protagonismo de Diego Rivera y Frida Kahlo, por considerarlos muy excéntricos y acaparadores de la atención de la época.
Toda esta vida esta muy bien redactada en la pluma de la escritora francesa-mexicana Elena Poniatowska (París, 1932), que provoca el deleite de dicha biografía tan interesante y excepcional.
Una artista que se expresaba desde sus sueños, a modo de terapia, como sucediera con los integrantes del Surrealismo.
Ya de pequeña, Leonora se identificaba con los caballos, viéndose de niña como un poni y de mayor como una yegua, palabra que rechinaba a los oídos de los latinos.
Un libro muy recomendable, máxime para los amantes del arte, pero no excluyente.
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