Elena Ferrante (Nápoles, 1943), más que filósofa es una gran observadora de la vida.
Sus novelas carecen de una historia, así como las películas que interpretan sus libros, tampoco tienen un guión. Simplemente exhibe lo que observa, sin buscar sobresaltar al lector, en este caso al espectador, mucho menos pretende resolver temática alguna.
Esta serie, que fue estrenada en enero de este año, está compuesta por seis capítulos enigmáticos, como cada uno de sus actores.
Su director Edoardo de Angellis (Nápoles, 1978), es el mismo que realizó “Maradona: sueño bendito”.
Decir que la vida es complicada, no es ninguna novedad y Ferrante logra transmitir con gran acierto, aspectos tan banales como rebuscados.
La relación entre dos hermanos distanciados por pequeñas grandes diferencias, está relatado a través de nimiedades donde en algunos casos ni siquiera la palabra puede explicarlo.
La relación en la pareja, el desgaste, las expectativas de cada uno, la rutina, el agobio, son algunos de los tantos temas que se perciben en sus relatos.
El inicio de la vida de una adolescente que intenta comprender los comportamientos de sus padres, de los adultos que la rodean, está acompañado asimismo en la búsqueda a la hora de definir sus sentimientos, así como su orientación sexual, formando parte de un todo de carácter, por cierto enigmático, término que prevalece y define el film.
Todo ello inmerso en una ciudad tan seductora y contrastante como es Nápoles, donde las escenas cambian vertiginosamente de escenarios dentro de distintos estratos sociales, aportando el ámbito ideal para el planteo de la escritora.
El ritmo de las tomas, la fotografía extraordinaria, sumado a la música y las buenas actuaciones, conforman un marco acorde para el desarrollo del libro, el cual se hace difícil definir su género.
A diferencia de lo que ocurre generalmente, la serie no distorsiona al libro.
Giordana Marengo (Roma, 1995), en su papel estelar que interpreta a una joven de 16 años, se lleva todos los elogios, aunque Valeria Golino (Nápoles, 1965), tampoco se queda atrás.
El italiano hablado con dejos lunfardos y seguramente que en algunos casos, en dialecto, también le suma seducción.




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