Hay veces que sentimos que en las ciudades, nuestros rincones preferidos han cambiado por mas que tengan centenares de años.
Mantener vigente un lindo recuerdo de un momento vivido es todo un desafío y pretender recobrar el mismo ámbito cada vez que lo vistamos no es tarea sencilla. Siempre idealizamos y los momentos plenos de felicidad van acompañados de una serie de factores que es difícil vuelvan a confluir todos nuevamente al unísono para propiciar un nuevo e insuperable momento.
A veces para mejor, otras para peor, pero el público masivo producto del gran turismo de “rebaño”, donde el turista suele moverse en grupos, no es un factor que aporte al espíritu de originalidad alguna al lugar, sino todo lo contario.
Si tuviste la suerte de poder disfrutar de un libro sentado en la plaza de la St Paul’s Church de Covent Garden de forma tranquila y sin demasiada gente a tu alrededor, no correrás siempre con la misma suerte. Dependerá de la época del año, del clima, de los eventos de la ciudad, así como de tu estado anímico. Es por ello que siempre opino que nuestros mundos son virtuales, creados a nuestra medida y que los mantenemos vivos en nuestros recuerdos de acuerdo a nuestra conveniencia.
En esta oportunidad llegue a Londres, una de mis ciudades preferidas con viento a favor, pues me aloje en un barrio residencial en casa de una amiga que nos dejó las llaves, en una época del año en que ya comenzaron las clases en Europa y era de suponer que la ciudad tuviera menos movimiento turístico.
Tuve la fortuna de poder recorrer la Abadía de Westminster sin gente, como nunca me había sucedido, pues llegué temprano y al salir no quise mirar hacia atrás temiendo una horda de público, que me impediría atesorar ese lindo recuerdo de tener todo el edificio a mi servicio, como si todos los nobles que habitan allí, me estuvieran dando la bienvenida en un dialogo casi intimista.
Pero no siempre tenemos el viento a nuestro favor y aunque la época sea de poco turismo, hay sitios, mas en esta ciudad obligo del mundo, que siempre estarán atiborradas de personas que obstaculizan el goce del lugar.
Es norma mía personal, cada vez que visito una ciudad donde ya he estado, conocer un sitio nuevo.
En esta oportunidad, el turno, entre otros lugares, fue la visita a Kenwood House, que fuera remodelada por el arquitecto Robert Adam (1728-1792), situada en medio de un enorme parque en el barrio de Hampstead Heath, retirado del centro bullicioso de la ciudad, donde para llegar debes de caminar atravesando el parque, media hora aprox, disfrutando de una inmensa variedad de árboles, lagos, aves y perros que corretean con sus amos.
Robert, al igual que sus hermanos James y John, se dedicaba a la arquitectura y decoración de interiores, pero fue él quien mas se destacó marcando un estilo Adam de corte renacentista neoclásico. Junto con John, se le conocían como “los hermanos Adams”.
Diseñaban muebles y haciendo uso de la moda de la época como fue el estilo Palladio, se dedicó a decorar varias casas dentro de ese estilo.
Falleció a la edad de 64 años y su cuerpo descansa en la Abadía de Westminster donde seguramente me susurró visitara esta casa.
Fue un gran dibujante y gran parte de sus obras se encuentran en el Museo Soane, casa de John Soane, otro sitio muy recomendable.
Muchas veces nuestra impresión de ciertos lugares se nos vienen abajo, siempre ayudados por la gran cantidad de público poco formado que suele visitar lugares sin siquiera saber por que, siguiendo una guía con el solo fin de luego poder decir a su regreso que estuvo en tal o cual museo, por mas que no le haya gustado.
Cuanto mas famosa es la obra, mas cantidad de caras desorientadas vemos frente de la misma como diciendo “y que tiene esto de maravilloso?, o “por que diablos esta obra es tan famosa si en definitiva hasta mi nieto la puede hacer?…”
Es así que llegar a lugares tan exquisitos como puede ser la National Gallery en un día de mucho público, te puede arruinar el disfrute de la visita, donde hay veces que pareciera las obras nos jugaran a las escondidas pues el afán de verlas esquivando tanta gente se nos hace casi una proeza.
Nada de esto ocurre en la visita de la casa Kenwood, lugar donde el público de masas no llega. Enclavada en un ámbito de paisaje apoteósico, con obras de arte maestras, en medio del campo, donde puede verse alguna del escultor Henry Moore en esta bellísima residencia que por cierto, de Palladio no tiene nada.
Recorrer la casa con entrada libre, custodiada por un séquito de damas inglesas muy cordiales y educadas, que nos llevan de la mano sala por sala, es como si nos hubieran invitado a tomar el té y el mismo propietario de la residencia William Murray, juez Lord de Mansfield, nos estuviera esperando.
Hay ciertos artistas ingleses que conforman el espíritu de Londres, como son los casos de Thomas Gainsborough, William Turner, John Constable o Sir Joshua Reynolds, donde visitar la ciudad y no verlos (están todos en la Tate Britian), es como no haber estado, y esta casa tan exquisita donde la colección Iveagh con obras que denotan fueron adquiridas todas bajo un mismo sesgo selectivo, logrando un aire común mágico al lugar.
Viniendo de Dublín, donde visitáramos la cervecería Guinness, nos sorprendimos al saber que esta residencia fue donada por su último propietario el Lord Iveagh, Edward Guinness al gobierno ingles en 1927.
La casa de planta rectangular fue construida en 1616 y luego de pasar por varias manos fue comprada por William Murray , 1er Lord de Mansfield, en 1754 quien vivió allí hasta 1796 y contrató a Robert Adam para su remodelación durante los años 1764 a 1779, para que finalmente luego de sus sucesivos lores de Mansfield, fuera adquirida en 1925 por Edward Guinness (1847-1927) para albergar su colección de arte aportando 63 obras amen de adquirir retratos de chicos y mujeres famosas de la aristocracia de destacados artistas del SXVIII como fuera el caso de Sir Joshua Reynlods, Thomas Gaisnborough entre otros.
Cuenta de dos pisos donde destaca la gran biblioteca (William Murray era un gran coleccionista de libros) donde el famoso estilo neoclásico de Robert Adam se puede apreciar en todo su esplendor, así como la fabulosa sala de música
La posibilidad de comulgar con las obras, con el aire del lugar es muy propicio, en virtud de no ser una lugar aun descubierto por masas de turistas, por lo que le recomiendo visitarlo en su próximo viaje, sin hacerlo vox populi.
Las obras de arte no solo son de artistas ingleses pues hay también de los holandeses Johanes Vermeer, Anthony Van Dyck, Rembrandt, Frans Hals asi como del francés Francois Boucher (1703-1770) de estilo rococó.
Si va con tiempo, dedíquele parte del día para recorrerla ayudado por aplicaciones gratuitas que se puede bajar en su móvil, eligiendo rutas familiares o ayúdese de las damas que están a disposición para las explicaciones y anécdotas de la casa. También cuenta con una cafetería con mesas tanto dentro como en el jardín, donde exquisiteces que pueden variar desde un pastel de manzana hasta una sopa típica de la zona.






































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