James Turrell

José Ignacio, Uruguay.

Lo obra de James Turrell recoge dos vivencias: la visual donde su forma ecléctica es muy sugerente y provocativa dentro de su estilo arquitectónico.

Y por otro lado, lo más enriquecedor, es la experiencia vivida cuando el espectador ingresa en el interior de la obra, donde luego de cerrarse las puertas, queda perplejo observando las manifestaciones de la luz durante poco más de una hora.

El ojo que mira al cielo, capta la imagen celestial el cual va cambiando de color a raíz de los cambios de luz generados por una amplia variedad de tonalidades artificiales que se proyectan desde dentro del edificio escultórico.

La mejor forma de apreciar esa experiencia espiritual, es tumbándose en el piso boca arriba, tratando de evadir el entorno colmado por público. El lugar tiene capacidad para 40 personas.

Lo increíble y un poco inexplicable, es la variación de colores que nuestra mirada va captando.

La mirada es subjetiva y cada uno de nosotros le aporta su carga personal, tergiversando o más bien, creando su propio campo visual.

Esto hace que cada espectador tenga una mirada particular e irrepetible.

La sensación de vivir esa instancia, es mágica.

El cielo se confunde con la estupa y viceversa.

La obra logra engañar al ojo del visitante, quien no tiene otra opción que rendirse frente al show lumínico que se lleva a cabo en total silencio.

El círculo que nos comunica al cielo, es observado por el espectador, de la misma manera que en determinado momento, nos sentimos blancos de la propia observación que nos realiza el universo mismo.

La situación es muy comparable con la que produce el cuadro de Rene Magritte (Lessines, 1898-1967), El falso espejo, donde el artista belga pintó en 1928, un ojo el cual más que ser observado, es él quien nos ausculta.

Turrell nos lleva, de esta manera a relativizar nuestras miradas y para ello se vale del máximo creador como lo es la madre naturaleza, la cual nos brinda todos los elementos para vivenciar situaciones ambiguas.

Vale la pena dejarse observar por el firmamento y convertirse en objeto pasivo.

Un cielo que en algunas oportunidades es surcado por aves o por apresuradas nubes, o por estrellas que comienzan a tintinear al caer la noche, generan un fastuoso espectáculo.

A mi criterio el mármol utilizado para los asientos y respaldos, no ha sido el más indicado. Láminas marrones muy lustrosas que generan un espacio más formal y convencional, algo muy característico de mausoleos que podrían haberse sustituido por piedras de colores más etéreos.

Pero toda la obra estuvo controlada por Turrell quien no escatima en detalles, por lo que razones habrá tenido para ello.

Las horas de visita son a las 19.15hs y las entradas deben ser compradas a través del sitio web de Posada Ayana.


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