Viajar en forma solitaria es un bálsamo para el espíritu. Es el estado en el que mejor me siento, a mi aire y con tiempo para reencontrarme conmigo mismo.
Es una forma de mirar pasar la vida sin involucrarnos directamente. Es la vida de los otros mirada a través de nuestros ojos.
Dentro de todas las ciudades que he visitado, Venecia siempre me ha acogido bien. Siento que es mi lugar preferido y siempre regreso allí. Recorriéndola me siento pleno, correspondido con el arte, con el amor y su aire deleita mis sentidos.
Me gustaría en alguna oportunidad vivir una temporada allí preferentemente en invierno, pues es el tiempo que me mejor le va para su estado nostálgico. También reconozco que la cantidad de turistas que la abordan, agobian pero siempre encuentro la forma de zafar y encontrar lugares solitarios o aquellos frecuentados solo por sus paisanos.
En virtud de ser una ciudad museo donde la mayoría de los turistas le dedican un promedio de un día solamente para visitarla, se presta para locuras y manifestaciones públicas que muchas veces pueden herir la sensibilidad del viajero que va por allí buscando comulgar con la historia del arte pues toda ella es una gran obra artística.
Una de las mejores experiencias de arte vividas la tuve allí, siendo tierra fértil por albergar la bienal de arte más antigua e importante del mundo mal que le duela a otras que intentan superarla. Siempre recuerdo aquel momento que lo vivifico. También me ha servido como una buena forma de acercar al público menos entendido al arte contemporáneo en su comprensión.
Era un día de calor agobiante en el que había dedicado a recorrer los pabellones de la Bienal fuera de los Giardini y Arsenale lugares de mayor concentración de muestras.
Un tanto agotado y con una predisposición desafiante, iba entrando y saliendo de los edificios buscando aquella obra, aquella propuesta que me sedujera, que me impactara.
Así, con poca tolerancia a la espera, me acerqué a una iglesia con un cartel en su entrada que señalaba una muestra. En Venecia hay muchas iglesias y palacios que no tienen presupuesto para funcionar como tales y los alquilan para eventos, como fuera este caso.
Sigilosamente y con cierta duda fui corriendo la cortina pesada de terciopelo que franqueaba el ingreso. La iglesia, de nave central circular, de dimensiones reducidas comparativamente con otras de la ciudad, vacía de objetos religiosos, así como de ornamentos en sus paredes, sin ninguna pintura, desprovista de bancos, solo mantenía su desgarbado edificio de altura considerable, lo que hablaba de un pasado esplendoroso.
Al ver esa iglesia devenida en sala de arte, mi primera impresión fue de tristeza. Carente de todos los objetos que algún día habrían realzado sus paredes se mostraba vestida de entre casa, a cara lavaba.
Había muy poca gente, lo que me hizo dudar en quedarme o continuar con mi recorrido. – Esto es un bodrio, – pensé.
En el medio de la misma y sobre el piso, había un gran colchón también blanco y del techo colgaban cuerdas que sostenían muchos objetos, o más bien pedazos de objetos seguramente recogidos por el artista en los basurales. No era lo que yo buscaba, tampoco tenía paciencia para ponerme a pensar acerca de la propuesta del artista. Ya venía de recorrer bastante y estaba agotado.
– Otro loco, – me dije y en el momento en que me daba la vuelta para salir, siento una mano que me toma del brazo. Sorprendido giro mi cabeza un tanto molesto, hasta confrontarme con una mirada cálida del artista que me invitaba a entrar y prestar atención a su obra.
– Me gustaría que te tomes un momento para observar mi obra, – me dijo. Y llevándome de la mano me pidió que me quitara los zapatos y me acostara en el colchón boca arriba. Siguiendo sus consejos, proseguí y una vez tumbado, fui bajando mi ritmo respiratorio suavemente tomando contacto con su obra que sentía me abrazaba.
Todos aquellos objetos encontrados en la calle, que vistos desde la entrada no eran más que un montón de “porquerías colgando” fueron ocupando su lugar en el techo blanco conformando un hermoso fresco que visto desde esa perspectiva tomaba una forma impactante.
En ese momento, aquella iglesia parecía transformarse y volver a ser lo que seguramente habría sido en su época de esplendor. Al principio me emocioné, pedí perdón a Dios por mi irreverencia y luego esbocé una sonrisa feliz por la transformación lograda por el artista para con aquella pobre iglesia.
Siempre recordaré ese momento y tampoco quiero olvidarlo, por eso lo plasmo en esta instancia viajera. Sin dudas fue una gran lección de arte y un buen ejercicio de humildad, que viví a pleno.
Un momento de felicidad que siempre llevaré en mi corazón. Siempre es lo primero que recuerdo cuando alguien me pregunta sobre algo impactante de las bienales. Me llevó un largo rato levantarme, reincorporarme sabiendo que tenía mucho más por ver fuera de allí, pero en esa experiencia comprendí que radicada el arte propiamente dicho.
El arte contemporáneo no está en la obra sino en el vínculo que se crea entre la obra y el espectador. También comprendí allí que es mas fácil recordar una emoción sentida al confrontarse con una obra de arte que el registro visual de la misma en sí.
En eso consiste el arte contemporáneo y fue la mejor lección de arte que recibí en mi vida.
No recuerdo ni el año, ni el artista pero solo la vivencia me basta.



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