Hace unos cuantos años ya, con mi espíritu de viajero solitario que siempre me ha acompañado, me tomé un avión hasta Salvador de Bahía y desde allí, aprovechando una oferta de la aerolínea, fui recorriendo el Nordeste Brasileño de ciudad en ciudad, de un aeropuerto al otro.
Y así fui visitando ciudades costeras como Recife, Olinda, Porto de Galinhas, Natal, Fortaleza llegando hasta la región de Maranhao, donde las particulares ciudades paralizadas en el tiempo de Sao Luis y Alcántara.
Mi mayor deslumbre fue al llegar al Parque Nacional de los Lençóis Maranhenses, una región de dunas de arenas con lagos de agua dulce distribuidos a modo de oasis, ademas de las variadas artesanías indígenas de la región.
Una experiencia inolvidable que va desde el viaje en bus desde Sao Luis, la camioneta 4×4 que recorre toda la zona aledaña a las dunas con mucha arena donde plantaciones de cajú tan vistosas y coloridas pertenecientes al Estado brasileño quien contrata cuadrillas para su recolección.
Debería de regresar para constatar que no fue un sueño y con otra cámara fotográfica pues en ese entonces aun no existían las digitales. Ese recorrido en la camioneta fue lo mas parecido a subir a una montaña rusa en un parque de diversiones. Debíamos ir bien aferrados a las barras del 4×4, para no salir despedidos por el aire, con el traste despegado del asiento la mayoría parte del trayecto.
Luego, a modo de alpinistas, debimos de escalar las dunas trepando por una cuerda que pendía a varios metros. Una vez arriba, la vista así como la sensación, fue mágica.
Creo que debe de ser el único lugar en el mundo con un paisaje tan particular que podría definir como onírico o surrealista. Lo malo del viaje, como toda cosa que lo tiene, es lograr sacarte la arena durante los días siguientes, pues se te mete en cuanto orificio tengas. Un experiencia muy recomendable con un clima ideal.
Estando en Recife, desde allí tomaba excursiones para recorrer las ciudades vecinas y experimentar sugerencias regionales como trepar las dunas en buggy, navegar en catamarán, entre otras atracciones.
Así, en ese plan de excursiones diarias que me recogían por el hotel, conocí una pareja de españoles de Canarias y un periodista de Barcelona, todos de mi misma edad aproximadamente. Entre ellos no se conocían, pero hicimos un grupito a la hora de compartir paseos, almuerzos y charlas. Disfrutamos mucho comer camarones así como de saborear ostras vivas con unas gotas de limón, que te servían en la playa, así como bucear entre corales.
Un día, al regreso de un paseo , quedamos en cenar juntos en un restaurante que llevaba recomendado.
Yo estaba alojado en un hotel céntrico en Recife pero el hotel del catalán estaba ubicado en Olinda, por lo que le ofrecí quedarse en mi habitación para darse una ducha y descansar un rato antes de la cena para evitarle el traslado de ida y vuelta.
Como buen anfitrión, le cedí primero el baño y luego pasé yo.
A la hora estipulada con el resto, salimos para el restaurante previa parada en un cajero automático para que él pudiera retirar efectivo. Pasamos un velada muy linda y luego de la cena nos despedimos los cuatro sabiendo que ya no nos volveríamos a ver pues a continuación todos teníamos diferentes destinos.
Al día siguiente, a la hora de dejar el hotel, vi que la llave de mi cofre de seguridad no estaba.
No tenía forma de haberla perdido pues la llevaba colgada de una cadena en el cuello que tampoco aparecía.
Me puse muy nervioso pues enseguida deduje que había sido estafado por el supuesto “amigo periodista” que tan bien nos había seducido con su verborrágica alocución.
En esa época viajábamos con bastante efectivo en virtud de que el uso de las tarjetas de crédito no era de uso común en todos los sitios. Lamenté enormemente haber sido tan compasivo y considerado, para no usar otro termino.
Habiendo dado por acabada la búsqueda, llamé a recepción y pedí me abrieran el cofre para lo cual debieron hacer un agujero con un taladro eléctrico con el costo implícito de u$ 150. Mientras los cerrajeros avanzaban, mi angustia iba in crescendo.
-¡ Cómo un gesto de solidaridad me iría a malograr un viaje que recién comenzaba!, -pensé.
Fueron unos pocos minutos que se me hicieron eternos. La sorpresa fue que al abrir el cofre estaba todo el dinero así como mis documentos.
Siempre quedé con la duda, pero en mi versión, estimo que este fulano tuvo la intención de abrirla y hacerse de efectivo, o sea de robarme, en el momento en que yo salía del baño y se llevó la llave consigo que seguramente tiró quien sabe donde.
Mi ángel de la guarda había velado por mi seguridad y la experiencia me sirvió de escarmiento. No por ello he dejado de ser generoso y amable pues en ese caso hubiera ganado el malhechor, pero sí siempre precavido.
A la hora de realizar el check out, pague mi estadía y no me cobraron la apertura del cofre, seguramente por que llegué yo antes que la cuenta del cerrajero, pues ya me había atrasado bastante y debí salir corriendo.
En definitiva todo quedó solo en un susto sin tener que lamentar mayores problemas que un mal momento vivido. De allí en mas continúe mi esplendido viaje que siempre recordaré como unos hermosos días vividos.



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