No he conocido sociedad tan estructurada y encorsetada como la japonesa. Sus hábitos de vida son tan diferentes al resto, que se perciben desde el momento en que uno llega al aeropuerto de Narita.
Sociedad que lleva la vanguardia en todo sentido, aunque no sé si para bien o para mal. Leyendo la novela Pálida luz en las colinas del reciente Nobel de Literatura 2017, Kazuo Ishiguro (Nagasaki, 1954), me dejé llevar con mis recuerdos a los días en que estuve por allá.
Como suelo hacer antes de un viaje, leo bastante sobre el lugar considerando varios aspectos sean culturales, gastronómicos, así como su idiosincrasia e historia. Las características geográficas e hidrográficas, definen el estilo de vida de sus pobladores. Las ciudades junto al mar o un río, son significativamente diferentes del resto, máxime cuando la principal fuente de recursos proviene del agua.
Partiendo desde el vamos, hay que tener presente que los japoneses viven en un archipiélago por más continente que se imaginen. Los espacios habitables son muy reducidos amén de tener 6852 islas y pocos son los lugares vivibles por la cantidad de montañas que poseen.
Son 127 millones de almas conviviendo uno junto al otro y se trata de un país que nunca fue conquistado mucho menos dominado por otra nación, detalle que no es menor a la hora de la definirse como civilización propiamente dicha . Eso los condiciona a la hora de relacionarse ya que son soberbios y orgullosos.
Asimismo el espacio reducido los condiciona en el trato social ya que no pueden gritar ni hablar fuerte y tocar bocina en la calle esta prohibido. Más allá de estar muy marcados por sus costumbres nobles y ancestrales, no tendrían manera diferente de funcionar en pos de su sobrevivencia.
Estando en Tokio participé de una costumbre popular, donde todos los viernes y luego del trabajo, los japoneses tienen la opción de ir a los bares donde luego de tomar algunos tragos, se permiten gritar y hasta insultar a sus amigos y jefes fundamentalmente, a modo de desahogo.
En el momento en que ingresé al bar, todos los allí reunidos, se dieron vuelta y comenzaron a dirigirse a mi con risas y gestos. No se lo que me dijeron pero se reían mucho y por sus caras entendí que me tomaban el pelo. No se trataba claramente de un irasshaisme, saludo típico de bienvenida japonés que quiere decir “que te vayas y regreses”.
Luego de allí y al acabar la reunión, se vuelven a saludar con mucho respeto haciéndose las reverencias obligatorias del caso.
Sonarse la nariz en público está mal visto, así como comer mientras se camina. El número 4 se evita pues está relacionado con la muerte y llegar a una casa de visita sin un regalo puede resultar ofensivo.
Gente de poco apego a la vida terrenal, pues para ellos morir por honor es algo muy dignificante. Tengamos presente a los samuráis y sus harakiris. Eso, sumado al gran estrés que soportan con tantos corsés sociales, los convierte en el país con mayor índice de suicidios (Jisatsu suru) del mundo.
Los lunes se recogen en los parques de Tokio un raudal de cadáveres de personas que se quitan la vida durante el fin de semana. No en vano el hecho de la existencia ancestral de las geishas, costumbre que aun perdura.
El hombre agobiado por su trabajo y la vida familiar tan estricta, necesita de un escape. Es así que en el caso de los ejecutivos con posibilidades económicas, antes de llegar a su casa y luego de salir del trabajo, pasan a visitar a su chica, que no es precisamente una amante, mucho menos una prostituta.
Son muchachas educadas y entrenadas para satisfacer a sus “amos”, para lo cual se forman desde muy pequeñas en aspectos educativos y culturales. Una vez que son escogidas por un hombre, se interesan en tomar conocimiento de las materias en las que el mismo está interesado.
Es así, que si a uno le gustan los caballos, su geisha deberá de estar informada al respecto. La consigna es complacer en sus gustos y no contradecirlos, alimentarles el ego y aplacar las ansias, de forma tal de que cuando llegan a sus casas, estén totalmente renovados y con mejor humor facilitándoles el trato con sus esposas.
Mal que nos parezca al resto de los mortales, en esa sociedad esta fórmula funciona. Me imagino que los psicólogos allí no tendrán mucho trabajo.
Estando en Aichi, sede de la Expo Universal, me alojé en un hotel en el mismo barrio donde estas chicas atienden en lujosos edificios.
Desde mi hotel pude ver a la hora pico, luego del cierre de las oficinas, como entraban decenas de hombrecitos todos trajeados casi iguales. La geishas residen en zonas comerciales con muchos negocios de las firmas de moda más caras del mundo como Salvatore Ferragamo, Louis Vuitton, Gucci, Givenchy, etc, sin dejar de nombrar a Kenzo Tadaka en honor al país, que funcionan con horarios acorde a los compromisos laborales de las mismas.
Abren a las 0 hs hasta las 7 hs que es cuando las geishas quedan libres luego de acabar con sus responsabilidades laborales, momento en el cual pueden salir de compras con las tarjetas de crédito con poco límite de gastos.
Lo que más me atrajo del viaje fue ver como viven los japoneses durante el período de floración de los cerezos de los árboles que están por todas las calles.
Le llaman la “Semana dorada” que comienza el 29 de abril de cada año en honor al cumpleaños del Emperador Showa (1901-1989). Había leído al respecto pero nunca me imaginé que iba a ser todo tan visible y palpable. Cuando los árboles comienzan a florecer, el ánimo de los japoneses revive, renace un nuevo espíritu, se llenan de alegría y renuevan las ganas de vivir.
Lo increíble es como se van poniendo las personas asimismo con el paso de los días cuando los árboles van perdiendo sus flores y cuando caen los últimos cerezos, sus estados anímicos también decaen y se entristecen.
Durante toda mi estadía me sentí asombrado pues allí todo es raro aunque se trató de una gran experiencia enriquecedora.
Podría decir que no me gustó mucho el lugar más allá de las fascinantes construcciones, de los medios de comunicación como trenes, coches, sus fabulosas tiendas donde el rito del saludo al comenzar el día parece una obra teatral, etc.
Percibí que no era un pueblo feliz que apostara a la vida, que fueran alegres. Trabajan y se relacionan con mucho respeto pero detrás de toda esa parafernalia o escenografía teatral, las miradas denotan angustia. A pesar de los exquisitos y prolijos jardines zen, no me gustó el poco verde que se ve en las calles. Tal vez la caída de los cerezos me haya influido también a mi.
Creo que regresaría para seguir analizándolos y sorprendiéndome pero la próxima vez debería de ir luego de la floración de los cerezos.



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