India, a mi regreso

Yo estoy con una sensibilidad muy especial estos días en que siento como todo ese viaje a India, me va afectando.

No he dejado de escuchar un CD que traje y solo oriento mis ideas hacia allá.

No tengo aun ni idea del panorama nacional y me da pereza prender la radio o la TV y en el periódico solo busco la palabra «India».

He leído muchísima literatura india, pero me quedé con pena de no haber tomado nota de los libros que la embajadora de Uruguay, a quien invitaron a una reunión en casa de amigos para que yo conociera, hiciera referencia.

Cuando ella se fue, le dio tres libros para que los leyera a mi amiga, dueña de casa y no dejaban de citar los últimos leídos.  Yo muy precavido, ni abrí la boca, y estuve en lo cierto pues desmitificaron a Arundathi Roy.

Hablaron de «Pasión India» de Anita Delgado que también leí . Comentaron lo psicópata sexual que era Mahatma Ghandi, y otras cosas más que me encantaría que me lo recordaran, pero ella no está ni ahí con la computadora, cosa que resulta muy fácil para todo esto.

Durante el viaje leí la vida de Gayatri Devi, La Vaca sagrada, El oído de mi corazón del musulmán Kureishi, muy emotivo, muy personal y comencé La ciudad Prohibida de la ultima emperatriz china que está fascinante, solo que en el trayecto San Pablo – Montevideo se me sentó una señora al lado y no dejamos de hablar hasta que llegamos, pero lo terminaré este finde de semana.


En las ultimas semanas de mi viaje, en que viajé solo con un chofer por todo el Rajasthan, iba leyendo durante esos trayectos interminables, en que 200 km te llevan cinco horas recorrerlos.

Me alojé en una serie de palacios que otrora habitaran familias reales donde los  maharajas lo que le aporta un aire muy especial al edificio y sus alrededores.


Una noche pernocté en una carpa en el desierto del Thar al son de los aviones caza y mi guía de camello era un niño musulmán  lo que le daba un touch más especial aun.


Lo mejor fue Jaipur. Lo más fuerte Varanasi, no tanto por los ghats, sino por como viven en esa ciudad. Si veo una película así con las características de ese periplo, no me la creo.

Me desplacé en un rickshaw mientras que la ciudad corría a mi lado, en contra mío. Nunca más me olvidaré de esas imágenes que pasaban cual film surrealista. Al atardecer fui hasta los ghats, hora en que se llevan a cabo las ceremonias religiosas para despedir a las almas de los fallecidos.

A esa hora en que los rayos del sol están dorados lo que genera un color especial a la ciudad, todo se transforma en un escenario artístico.

A mi regreso a la noche el viaje era otro. Las pupilas se me abrían tanto que parecía me reventarían los ojos. Cuánta cosa, cuánta gente, bocina, animales exóticos, aromas, etc.


Lo más extraordinario fue realizar un vuelo en avioneta sobrevolando  el Himalaya, la noche en el desierto y el paseo en camello por las dunas al atardecer, un paseo que realicé en elefante, pero lo que más sentí fueron esas vivencias mientras me recorría los mercados codo a codo con gente tan diversa y diferente a nosotros.


La ciudad que más me impacto  fue Bombay. El Hotel Taj Mahal es una maravilla. La Indian Gate y el Crawford Market junto a Victoria Station aportan también lo suyo. 

En un mercado me hicieron una nota televisiva preguntándome como había llegado hasta ese lugar, que me parecía,  si sabía cuantos años tenía, entre otras preguntas.  Mi grupito de compañeros de viaje, detrás  robando cámara, motivo de mucha gracia. 

Mi grupo estaba conformado por un matrimonio de porteños y una chica divorciada que viajaba sola. Conformamos un grupo que causábamos envidia dentro de la excursión pues siempre estábamos unidos y buscando la manera de pasarla bien. Yo debo de tener un imán  pues ni bien hablé con ellos el primer día  sin conocerlos, cancelaron la siguiente excursión que tenían paga para venir conmigo a recorrer Bombay, sitio que yo un día antes había husmeado y me había fascinado. 

Pensé para mi, -bueno los llevo hasta allí y luego les doy cualquier excusa y me aparto -, pero nos sentimos tan bien, tan cómplices de todas las travesuras, desde colarnos en el Hotel Taj Mahal dentro de las áreas privadas, que me nombraron su guía  y con semejante elogio, ya me conquistaron para el resto del viaje.
Oportunidad que teníamos  nos íbamos por ahí. Desayunábamos, almorzábamos, cenábamos, siempre los cuatro juntos.
Una compañía muy amena. Nos dio pena separarnos y ayer hablando por teléfono  me decían lo mucho que me echaron de menos en Sud Africa donde estuvieron una semana, arrepentidos de no haberse quedado conmigo.


Nos recorrimos esos mercados de Delhi como locos, exitados, con el temor de los musulmanes pues esos días Bush también quiso coincidir con nosotros. Que pesado!

-We are you from? Uruguay, South America, -ahhhhhhhhhhh-, me respondían, -Bush?- y yo temblaba y les aclaraba SOUTH , no USA, aunque mismo así debimos de emprender un larga carrera para zafar de una amenaza de agravios.


Compré cositas muy lindas, aunque pocas. Lo más lindo de Nepal: una diosa Tara de bronce, un mueblecito pintado para apoyar el té, unas tallas de arte popular. De Jaisalmer unas telas antiguas bordadas  que fue a lo único que pude acceder pues los precios no bajaban de los mil dólares pues se trataba de un proveedor de piezas museísticas entre los cuales me nombró al Metropolitan de New York.
A Nora que le traje? Poquito. Un suéter de cashmere, tres camisas de algodón broderie que ella adora, ( una le quedó chica), un cuadrito miniatura con fondo de oro y tres flores, (pensé en los 3 chicos) que el artista con el afán de «tener obra en mi colección» , pues yo le dije que no iba a gastar semejante suma cuando prefería comprarme un cuadro de un artista uruguayo, me lo dejó al costo; unos zapatitos bordados que no los va a usar y los pondré en exhibición,  unas chalinas bordadas, una comprada en el Hyatt que es preciosa y creo más nada.
Yo me compré un suéter de cashmere, una pulsera de plata de Nepal con un mantra (a mis hijos también les traje una para cada uno), y más nada.


Para la casa, lo que te conté y algunos almohadones, un acolchado de seda bordado a mamo que lo vi luego de haber hecho las valijas. Me lo extendieron frente a mi y no me pude resistir aunque está claro que nunca lo usaré a no ser que decida tapizar un sofá con el mismo; una alfombra para un corredor, una pintura que no recuerdo como se llaman con la vida de Buda dorada parecida a una mandala, hermosa, una cabeza grande de Buda en bronce, una puertita tallada en madera de Nepal.
Lo bueno fue que mirando la casa de Isabel en Delhi, para ver que más se podría comprar por allí  vi que tenía el mueblecito pintado de Nepal, el cuadro de Buda y alguna otra cosita que yo también había prestado atención  pues la artesanía india es pobretona, al menos la que se ve en la calle, pues antiguas las hay y preciosas.


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Comentarios

Una respuesta a «India, a mi regreso»

  1. Avatar de Daniel Benoit Cassou

    Aviso, para ver pobreza, claro que menos que la de india, podés hacer un viaje más económico tipo hasta el cerro

    ahora, no sé si los olores y las bocinas pueden competir con las asiáticas..
    Carlos

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