Sabía lo que no debía decir, sabía como no debía entrar, sabía la cara que no debía poner, mismo así, hizo todo lo contrario.
La mañana se presentaba como las habituales.
José Pedro se levantó y realizó todas las tareas cotidianas que siempre llevaba a cabo en el mismo orden.
Abrió la ventana, orinó, se preparó el desayuno mientras que aseaba la jaula de su canarito, se afeitó y luego de una regia ducha donde lavó su calzoncillo, se tendió la cama y cuando estaba dispuesto a salir en su coche, recibió la llamada.
Reconoció el número, por más que ya lo había borrado de sus contactos. Suspiró hondo y dudó en atender.
Quedaron en tomar un café al finalizar la jornada laboral.
Pasó todo el día sin lograr concentrarse en su trabajo, pensando en dicha cita, con temor, con intriga, con ganas, pero fundamentalmente con mucha indecisión.
Ya había transcurrido bastante tiempo y su herida estaba sanada. ¿Para qué remover allí donde ya no dolía?
El cafetín se lo dio a escoger a ella, pues él quería evitar sus preferidos para que no le quedara un mal recuerdo que le inhibiera regresar.
Llegó pasados unos minutos de la hora acordada, arrastrando los pies. Continuaba indeciso.
Sabía lo que no debía decir, sabía como no debía entrar, sabía la cara que no debía poner, mismo así, hizo todo lo contrario.
Las heridas producto de la infidelidad, llevan más tiempo del que creemos en cicatrizar.



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