Ella entró muy apurada, mirando para todos lados, como si alguien la siguiera.
A los pocos minutos entró él. El portero tenía la puerta abierta para atrás. Seguramente estaría en la hora de la limpieza del palier.
Mireya que estaba sentada en un banco en la vereda de enfrente, quedó esperando el movimiento de alguna de las ventanas del edificio, hasta que en un apartamento se corrieran las cortinas.
Se trataba de una pareja de amantes que se citaban y entraban separados para que nadie los viera.
Mireya siguió con su crochet y cada tanto subía la vista atenta a la gente que pasaba frente a ella.
La abuela llevaba al niño agarrado muy fuerte de la mano, queriendo evitar que el viento se lo arrancara de sus brazos.
Su madre lo había concebido de soltera y ahora mientras trabajaba para mantenerlo, se lo dejaba al cuidado de la abuela.
Que gente loca!, pensó Mireya.
No había pasado una hora cuando el hombre salió muy apresurado del edificio hacia la esquina. Seguro ella saldría luego en sentido contrario sin mirar para atrás.
Que sorpresa se llevó Mireya cuando vio que el chico se soltaba de la mano de su abuela y corría a los brazos de su padre. Enseguida los tres entraron al edificio. Era la hora de almorzar. Su madre los estaría esperando con la mesa tendida.
Y bueno, pensó Mireya, la próxima historia me saldrá mejor y recogió su tejido y se fue a paso lento hacia su casa.



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