Hoy, por alguna razón, Aroldo, tenía una sensación distinta.
Todos los días paraba allí a tomar un café. Era casi un ritual y cuando no podía ir, sentía que le faltaba algo. Siempre se sentaba en la misma mesa y cuando la encontraba ocupada, luego de que el mozo advirtiera su presencia, daba una vuelta a la manzana esperando se liberara.
Tampoco le gustaba ver a nadie en su silla y de ser así, el mozo le pasaba un trapo antes, sin que él le dijera nada.
Llevaba días incómodo sin tener una razón específica. Allí sentado, observando a través del ventanal, perdía su mirada entre la gente que pasaba por la vereda y eso lo relajaba.
Creía recuperar la esencia de su vida mientras estaba en la cafetería, solo, sin siquiera tener que hablar con el mozo más que el escueto saludo habitual.
No fue hasta luego de unos minutos que se sobresaltó por algo que presintió, pero no sabía lo qué. Luego de un rato, hizo lo que nunca y desvío su mirada hacia el fondo del bar y allí estaba ella.
¡Cuantos años sin verla!. Estaba igual que siempre, elegante pero sencilla y en su cara el tiempo había pasado de largo, sin prestarle atención.
Jamás tuvo coraje de hablarle, pero le gustaba verla en forma asidua y sentía que ella le pertenecía.
La última vez, la había visto pasar con una valija acompañada por un hombre y de eso ya habían pasado unos años. Seguramente que se habría casado, pero su timidez, no le permitía mirar sus manos para ver si llevaba alianza.
No pasó mucho tiempo, cuando ella, luego de llamar al mozo con un leve movimiento de cabeza, pagó y salió del bar, dejando una estela de perfume al pasar a su lado.
– L’air du temp, de Nina Ricci, – se dijo asimismo.
Era una señal, pues era el único aroma que reconocía, el mismo que usaba su madre.
Quiso levantarse y seguirla, pero sus pies se le inmovilizaron como si estuvieran atados a las patas de la silla.
Debería de averiguar algún detalle de su vida. Tal vez, si el mozo supiera algo, pero le daba mucha vergüenza preguntarle.
–¿ Qué va a pensar este hombre?, – susurró.
Lo bueno era que en esta oportunidad no llevaba valija, ni nadie la acompañaba.
Mejor vendría mañana a la misma hora con los lentes de lejos para observar sus manos.



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