El recuerdo de su cara en el momento en que la había visto le quedó marcado en su corazón durante varios meses.
Habían sido solo unos minutos, pues tenía una cita a la cual llegaba tarde, pero Cupido había dado su señal.
Durante mucho tiempo se esforzó para que su cara no se le desdibujara de los recuerdos. Intentó plasmarla en un dibujo.
Su vida era monótona y solitaria. De su casa al trabajo con la sola compañía de Tomasina que le esperaba al final de cada jornada, fiel compañera de lectura con su ronroneo habitual.
Luego de trabajar, solía ir a darse un chapuzón al muelle cerca de su casa.
Una tarde mientras nadaba, creyó verla en un grupo de chicas que le observaban, atentas a sus movimientos pues se había tirado al mar sin ropa.
El sol le encandilaba. Se le hacía difícil mantener la mirada y lo único que pudo observar fue el par de botas que ella llevaba.
También ella reparó en su calzado que él había dejado encima de las rocas.
Cupido les estaba llamando nuevamente. Cada uno memorizó el calzado del otro, con el propósito de buscarse luego, sin saber que el destino les tenía reservada una sorpresa.



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