María José entró a la sala y repasó que cada rincón estuviera en orden. Luego de que la empleada limpiaba, siempre iba detrás y ponía las cosas como deberían estar.
No le gustaba nada fuera de la posición correcta. Lo primero que acomodó fueron las flores, que había comprado para la ocasión, intercalando los lirios con las ilusiones, dejando las de tallos más altos en el medio del jarrón, buscando el mejor ángulo expuesto hacia la entrada del living. Había escogido un jarrón de cristal de Murano que le gustaba lucir en ocasiones especiales.
Continuó corrigiendo la postura de los adornos. Cada uno debería mirar hacia el lado correcto. Cambió el orden de los libros ocupándose de dejar encima el “Cuidados de las rosas“, pasión que compartía con su amiga, así como también “Tiempo de rupturas” de un autor chileno, que le habían prestado y que aún no había comenzado a leer.
Repasó que cada una de las carpetas bordadas estuviera bien estirada y que los almohadones lucieran ordenados por color y tamaño. Escogió una cerámica inglesa y puso la bandeja con la tetera y las dos tazas. También el plato para las masitas que traería su amiga, pues nunca venía con las manos vacías.
Luego de enderezar el cuadro de Gastón Izaguirre, que le habían regalado para su cumpleaños, pensó que todo estaba listo. A la hora convenida, solo restaría poner el agua en el fuego y un poco de aromatizador de ambiente.
Era una reunión especial y le había dado la tarde libre a su empleada para poder charlar tranquila. Seguramente se extendería más del tiempo habitual. Hablar de la supuesta infidelidad del marido de su mejor amiga necesitaría mucha contemplación y paciencia.
El tránsito estaba lento.
– Tal vez se deba al fin de semana largo–, pensó Sofía quien manejaba tratando de relajarse, oculta tras unos enormes lentes de sol. No paraba de cambiar de dial detrás de una canción acorde.
Nunca se había presentado en casa de su amiga a la hora del té sin haber pasado por la peluquería.
El ambiente era otro y venía de equipo deportivo directamente del gimnasio donde había estado para aflojar la tensión. Su cabeza no paraba de pensar y su mirada estaba perdida en el horizonte.
Manejaba absorta en el tema y no dejaba de recibir bocinazos de conductores que la apuraban. Tampoco había pasado por la confitería.
Sería la primera vez que llegara sin un paquetito de masas.
Estacionó en la puerta de la casa de Majo y se bajó decidida con un dolor en el pecho. Sabía que la pérdida sería en partida doble.
A su marido ya le había dejado, pero tener que enfrentar a quien fuera su mejor amiga era más difícil aún.
Al oír el timbre, María José se sobresaltó y corrió a poner el agua en la tetera que derramó y quemó su mano. Sintió dolor y un gran escalofrío corrió por su cuerpo. Hizo un alto frente al espejo, acomodó su pelo, alisó su pollera y buscó una sonrisa en su cara.
En el momento en que abrió la puerta vio que Sofía no traía paquetito de masas alguno y allí en ese preciso instante, entendió que había sido descubierta.



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