Pancha, es un personaje recurrente en mi memoria, en la memoria colectiva de mi familia.
Viene constantemente a mis recuerdos a través de los cuentos que nos hacía mi madre. No creo recordarla por haberla visto pues yo era muy pequeño, pero retengo en mi mente su imagen perfectamente individualizada, al grado que podría dibujar su retrato.
– Contá algún cuento de Pancha, – le decíamos a mi madre en cada sobremesa o en esas reuniones que solamente nos teníamos que valer de la conversación, donde no existía el celular y todos nos atendíamos uno a otro, previo de haber jugado algún “veo-veo”.
La variedad de cuentos sobre ella era enorme y siempre nos reíamos mucho al escucharlos.
También mis hijos llegaron a oír sus historias y hoy día en que mi madre ya no está con nosotros, me veo en la obligación de mantener vivo su espíritu en la familia, así como el de Pancha. Los escribo para preservarlos, para no olvidarme fundamentalmente.
Ni bien mis padres se casaron, se fueron a vivir al campo pues mi padre era productor rural. Una tarde en que él debía ir hasta la ciudad, le preguntó a mi madre si necesitaba algo, a lo que ella no dudó enseguida en responderle:
– tráeme una empleada hoy mismo, –, le ordenó.
Mi madre era una chica de ciudad, muy jovencita y estaba un tanto agobiada por tantas tareas que debía de realizar sola pues se acababa de ir la muchacha que la ayudaba. Siempre se valía de la esposa, hija o novia de algún peón de casa, pero con la última no había tenido suerte.
– No saben hacer nada y me dan mucho trabajo, – decía.
Es así que a la nochecita mi padre de regreso de Durazno, llegó a casa con “una chica”.
Mi madre la miró de arriba abajo y no daba crédito de lo que veía. No entendía si se trataba de su pedido o era «otra cosa».
Con apenas una remerita muy gastada y ajustada al cuerpo que le marcaba sus grandes senos y una pollerita tan corta que escandalizaba, llegó Pancha a nuestras vidas.
Lo primero que pensó mi madre fue llevarla de regreso al día siguiente a su casa en la ciudad.
Pero Pancha tenía un don especial. Era muy simpática, bien mandada, estaba ávida de trabajo y más que nada de afecto. Tampoco sabía hacer nada, pero mi madre le tuvo compasión y luego de ponerle una pollera más larga, la puso a trabajar.
No quedaba claro quien trabajaba para quien pues lo hacían a la par, pero Pancha llenaba de alegría la casa lo que a mi madre le venía muy bien pues se le estaba haciendo difícil acostumbrarse a la vida de campo.
Pancha todo lo hacía cantando. “No se por queeee, me enamoreeeé”, era una canción recurrente en su repertorio que todos en mi familia incluyendo a mis primos la entonan tal cual era.
A la hora de bañarse cantaba más fuerte y sus canciones se oían por toda la casa. Le costaba mucho asearse y lo hacía luego de tanta insistencia de mi madre.
Tampoco le gustaba lavar la ropa y llegó a enterrar repasadores para evitar la tarea. De todas formas, mi madre se encariñó enseguida con ella y no dudó de que había llegado allí para facilitarle la vida.
Caminaba de forma muy sensual moviendo sus caderas de un lado al otro al grado que parecía se le iban a escapar en cada bamboleo. Cada vez que tenía que ir al galpón a buscar algo, se acortaba la pollera y pasaba por frente de la casa de los peones moviéndose y cantando.
Le tenía pánico a un toro destinado a las vacas del tambo, que había en un piquete cerca de la casa.
Una vez mi madre la envío traer huevos y leche al galpón para hacer pasteles para los muchachos y allá venía cantando con la canasta a cuesta cuando mi padre, en complicidad con mi madre, le soltó el toro.
Cuando Pancha lo vio detrás suyo comenzó a correr. Lo primero que perdió fueron sus chancletas, luego fueron volando los huevos uno a uno hasta que ya con la pollera arremangada, voló por el aire cayendo en medio del barro con la canasta y la jarra de leche quedando todo desparramado por el piso.
Los muchachos aplaudían y no paraban de reírse. Mi madre no podía reincorporarse de tanta risa manteniéndose oculta detrás de la ventana para no herir la sensibilidad de Pancha.
En otra oportunidad en una noche de luna llena mi madre oyó pasos en el jardín. Nada perezosa y muy corajuda, linterna en mano, salió para ver quien andaba y allí la encontró parada junto a la aljibe.
– Que estas haciendo Pancha a estas horas y de camisón aquí afuera? – le preguntó.
– No se señora, creo que me levanté sonámbula y me desperté cuando se me mojaron los pies – respondió.
Lo que mi madre, muy ingenua no sabía, es que Pancha venía y muy bien despierta de los dormitorios de los peones.
Otro día cuando mi madre entra en la cocina, encuentra que está con su hijo que la había venido a visitar. Siempre hablaba de su chico, pero lo que no sabíamos que el mismo era ya un muchachón con pelos en las piernas.
– Mire quien vino a visitarme señora, – le dijo. –Estoy contenta pues aprendió a leer y me está leyendo un libro. –, comentó.
–A ver, lee un poco Walter, – le pidió mi madre, a lo que el chico comenzó casi en tono de canto: “el oroguayo valiente, el que pelea en la guerra, el que mata con la lanza…” , hasta tanto mi madre se acercó para ver que no solo el libro decía otra cosa sino que lo tenía al revés. El mismo era de lectura de aprendizaje y decía “mi mamá me ama”, “mi mamá amasa la masa”.
Estos son algunos de los muchos cuentos que Teresita, mi madre, nos hizo durante toda su vida y que tanto nos causaban gracia.
No se bien la razón por la cual Pancha se fue de casa. Si mal no recuerdo un día vino la policía por ella y mi madre se resistió a mirar como se la llevaban.
– Se fue con lo puesto. No se quiso llevar nada de la ropa que le habíamos dado – siempre comentaba mi madre.
Tampoco quiso saber el por qué, pues Pancha mientras vivió en nuestra casa nos brindó todo su amor y alegría lo que a mi madre le ayudó mucho. Siendo mi hermana mayor y yo muy chiquitos también cuidaba de nosotros con mucha entrega y dedicación.
Pasados los días y luego de tanta angustia de mi madre, mi padre le confesó que la había conocido en la jefatura de policía donde estaba llorando en un rincón. Sintió compasión por ella y no dudó en encontrar allí la solución al pedido de mi madre.
No sabemos si estaba detenida por algo que había hecho ella o por alguna fechoría de su hijo, pero lo que mi padre nunca le había revelado a mi madre, era que se trataba de una prostituta.
Nada de ello cambiará la impresión que ella nos dio, tan llena de amor y ganas de vivir.
Siempre estará presente en nuestra memoria familiar y escribo su historia para que sus recuerdos no se desvanezcan, máxime que mi madre ya no está más entre nosotros quien la mantenía viva con sus relatos.
¡Dios te mantenga a su lado Pancha! y que estés riéndote junto con mi madre. Rezo por el descanso eterno de ambas.



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