La respuesta a su esposa no había sido convincente. Ella no aceptaba excusa alguna y en esta oportunidad no cambiaría de opinión.
Salió aturdido de su casa luego de la discusión y comenzó a caminar sin rumbo.
Tendría que encontrar la forma de que le perdonara.
La mañana estaba fresca y el aire le ayudaba a despejar la mente.
Cuando quiso acordar, como en otras oportunidades, estaba frente a la casa de sus abuelos y no se resistió a llamar a la puerta.
Su abuela ya no estaba pero los nuevos propietarios le conocían y le dejaban pasar asiduamente. No reparaba en el interior de la casa pues nada tenía que ver que con la que fuera otrora, pero el jardín aun mantenía su espíritu.
Ni bien entró, respiró hondo y llenó sus pulmones con aromas de Jazmín, Cedrón, Pitanga y de uva Chinche que estaba apunto.
Al mirar hacia el parral veía a su abuela que le señalaba con el bastón los racimos que podía ir cortando poniéndolos dentro de un balde con agua y un chorrito de líquido Carrel para que “desinfectara todo”.
Era uno de los momentos mas placenteros de sus veranos cada vez que le visitaba, dejándose caer luego en una reposera, con un libro en la mano y con la otra iba extrayendo uva por uva que no paraba de comer hasta tanto el balde quedara vacío.
Luego de recorrer un rato el jardín y de haberse tumbado debajo del parral, tomó una tijera e hizo un gran ramo con gajos de todos aquellos árboles aromáticos que habían alimentado su alma durante toda su niñez y juventud.
También recogió unos racimos de uva guiado por el bastón de su abuela y salió convencido de que aquel presente conmovería el corazón de su esposa.
Su abuela siempre le había dado buenos consejos.
De camino, buscaría una farmacia donde comprar el líquido Carrel.



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