Los cajones de las mesitas de luz, son como nuestra conciencia.
Allí tenemos más de lo que sabemos, las cosas más particulares y personales que en algún momento de nuestra vida hemos guardado sin saber para qué.
Hoy sentí necesidad de bucear entre tantos objetos que atesoro allí, muchos de los cuales ni recuerdo.
Busco, busco y no sé lo qué.
Tal vez la inspiración para escribir una historia, tal vez para dejarme sensibilizar o sorprenderme por algún objeto. Observo una foto de cuando era niño. Es en blanco y negro. Estoy montando a caballo, vestido con todos los atuendos de gaucho.
El día está muy frío y me abrigo con el poncho que también cubre parte de mi petiso, Remache. ¡Qué excitación ese desfile!.
Recorrimos toda la ciudad. Creo que fue un 18 de mayo.
También iba una de mis hermanas en otro caballo.
Reparo en el poncho que mi abuela había tejido con la lana de nuestras ovejas preparada en su rueca. Oigo el ruido del pedal y veo la lana que va conformando la hebra.
-¿Dónde estará ese poncho?, -me pregunto y comienzo a recorrer la casa en busca de algún armario que lo acoja. Muy al fondo de un estante veo una bolsa donde poco a poco lo voy descubriendo. Su olor a lana mezcla con naftalina me adormece. Su tacto me trae muchos recuerdos. ¡Cuántas ilusiones de niño!, ¡cuántos sueños y planes que se han desvanecido en el tiempo!…
Lentamente vamos reconociéndonos, nos tocamos uno al otro. Me dejo arropar por su cálido abrigo, mientras me susurra al oído historias vividas, viejos recuerdos. No pasa mucho rato. Me veo recostado con el poncho que cubre mi cuerpo y me abraza.
Me adormezco en sus brazos. Comienza a amanecer y salgo hacia fuera donde los caballos ya están ensillados, listos para partir. Los perros ansiosos esperan para acompañarnos. A trote lento voy avanzando con la brisa en la cara, mientras acaricio el pastizal que se mueve sigilosamente. El campo está adormecido y los animales pastan en forma relajada.
Solo oigo el canto de los pájaros y el sonido del caballo cuando avanza entre la hierba. Siento una paz absoluta y poco a poco me voy durmiendo abrazado al caballo.
Cuando abro los ojos estoy recostado tapado con el poncho, con mi perro echado junto a mi. Es hora de ir a la cama y ya sé con qué me voy a cubrir los pies de ahora en adelante.



Deja una respuesta