Abandonó la habitación sin ser descubierto. O al menos así lo creyó.
La luz se filtraba en forma gradual, casi como abriéndose camino en la medida en que los tomos lo permitían.
Había muchos, todos ordenados por temáticas y luego por altura y espesor. Primero fue su mirada, que sin poder ser controlada, comenzara a recorrerlos en su totalidad para luego detenerse uno a uno con gran susceptibilidad y prudencia, de acuerdo con la emotividad del momento.
El aroma era sugerente. Mezcla de papeles añejos, de libros nuevos, el olor que desprendían las alfombras, el sofá de cuero curtido, testigo de tantas horas de lectura. También surgía una fragancia tenue de jengibre, tal vez producto de una raíz olvidada dentro de algún cuenco.
El silencio. El silencio era el principal cómplice de aquel encuentro, al grado que condenaba los sonidos de sus pasos mientras avanzaba en la habitación.
Poco a poco fue dando paso a sus manos, ansiosas por tocar, de acariciar, de abrir buscando una comunicación que le guiara a través de sus aromas o de elementos que solemos meter dentro de los libros que hablan del lector, del momento en que llegaron a nuestras manos.
En algunos había recortes de periódicos, anotaciones al borde de las páginas, servilletas y hasta alguna flor marchitada sorprendida por la curiosidad de su mirada. Nunca había estado allí previamente y tampoco conocía al difunto, pero luego de un rato creyó captar el espíritu del mismo.
–Podríamos haber sido amigos, –pensó.
El alma se le estremecía a medida que avanzaba. Siempre le había gustado acercarse al dueño de una biblioteca a través de los libros que formaban parte de la misma.
–Mira todo lo que quieras, –le sorprendió una señora mientras le alcanzaba un pocillo con café. –Nosotros no los queremos e irán a parar todos a un instituto.
¡Cuánta historia, cuántos momentos vividos revelaban todos allí juntitos!. Se les veía temblar pesando en cual sería su próximo destino. Tantos años alimentando la mente y el espíritu de su amo y ahora les daba pavor separarse.
–Si volviera a nacer, moriría de tristeza al ver como desarmaban su pasado en forma tan despiadada, –susurró mientras hojeaba uno.
–Si pudiera, me los llevaría todos juntos, –se dijo asimismo, al momento que sorbía poco a poco el café que quemaba sus labios.
Algunos viejos conocidos le saludaron, otros le incitaron a ser abiertos.
–¡ Rescátame !, llévame de aquí contigo, no nos dejes morir, –oía decirles, mientras les recorría con sus manos. La situación se tornaba angustiosa y tenía que salir de allí. Los gritos eran cada vez mas atormentadores y ya no podía seguir frente a ellos viéndoles sufrir.
Dejó su taza encima de la mesita tratando de no hacer ruido, y sin pensarlo tomó “El último encuentro” de Sandor Marai, que abrazó contra su pecho.
–Este me lo llevo, –y salió de la habitación en forma sigilosa sin ser visto, queriendo ocultar el hurto, preso de su emoción.
Apenas cerró la puerta, la señora, se dijo:
–se llevó uno de los mas buenos, de los que a papá más le gustaba. ¡Cuánto me alegro!. Ojalá se anime a regresar, –sabiendo que eso era casi imposible pues quedaban apenas unas horas antes de que el flete viniera por ellos.



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