Cada vez que le oía llegar, sus palpitaciones se precipitaban.
Desde lejos podía reconocer sus pasos en la vereda empinada. Costaba mucho llegar a su casa por el repecho de la calle, pero la partida se volvía más fácil debiendo de frenar para no precipitarse.
Angélica, siempre creía que esa era la razón por la cual nunca había podido retener a ningún hombre a su lado.
Hacía varias tardes que lo esperaba en vano. La última vez que lo había visto, un par de semanas atrás, había sido una mañana atípica, que nunca se le olvidaría.
La ciudad estaba convulsionada por la llegada de Beckham, lo que le tenía a él muy expectante desde hacía varios días. Esa noche no había podido dormir oyéndole dar vueltas en la cama. Diego ni siquiera había desayunado y salió dejando olvidado su portafolio. Tenía la cabeza solo puesta en ese encuentro y si se apresuraba podría lograr verlo, ya que un amigo trabajaba en el hotel donde se alojaría el astro .
Le había prometido que nunca más se separarían pues lo suyo era “en serio” y no dejaría pasar otro día más sin hablar con su esposa.
Seguramente habría cambiado de parecer y decidido volver con ella, pero no le cabía en la cabeza luego de haberlo oído aquella última noche.
Ya llevaba un par de años esperando aquel momento luego de haber criado a su hija sin un padre oficial, pero creía que sus plegarias habían sido escuchadas.
-¿Como podría no haber vuelto siquiera por el portafolio? -, pensó Angélica.
Luego de varios días sin saber de él, decidió abrirlo donde para su sorpresa lo encontró vacío, solo con algunos recortes de diario.
Solamente pudo entender lo sucedido, cuando aquella mañana abrió el periódico y leyó la noticia.



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