Caminaba del brazo de su hijo a paso lento como queriendo evitar el destino al cual se dirigía. Parecía tener un par de grilletes.
En su bolsillo llevaba un pañuelo que apretaba con mucha fuerza. A medida que avanzaban por el sórdido corredor, un olor nauseabundo se iba apoderando del ambiente y flotaba como el humo de un incendio. El olor impregnaba todo, las paredes, la ropa…
Habían sido muchos años juntos e intentaba pensar en lindos momentos vividos.
Era una mañana de primavera y el campo se veía brillar como si lo hubieran pasado por photoshop. Una leve brisa traía aromas de jazmines, su perfume preferido, y bastó una mirada para unirse en plena complicidad en un momento de felicidad que atesorarían para siempre.
Sus hijos corrían adelante y detrás quedaba la casita de campo con el humo de la chimenea encendida. Sabían que el camino era arduo, pero se tenían el uno al otro. Eran muy jóvenes y tenían toda una vida por delante.
Sus recuerdos se agolpaban uno tras otro como queriendo eludir la situación presente. Aquella mañana ella había salido temprano de su casa para hacer las compras del mercado. Era día de pesca y le gustaba elegir las mejores piezas para prepararle un plato a base de alcaparras y crema que él disfrutaba mucho.
-Ve con cuidado- le dijo como solía hacerlo cada vez que ella salía de casa.
Alguna vez había leído que nunca había que seguir con la mirada a un ser querido hasta que se pierde en el horizonte pues no se volverían a ver.
Ese día la acompañó hasta la vereda y se quedó mirándola alejar con su andar lento pero decidido. Mientras la observaba, se sorprendió del paso del tiempo, agradecido de estar a su lado habiendo recorrido un largo camino juntos. La siguió con su mirada hasta que se perdió entre la gente.
El resto de la mañana estuvo molesto, se le caían las cosas, no le salían bien las tareas y tampoco pudo concentrase en la lectura. Había transcurrido demasiado tiempo desde que había salido de casa. Ya debería de haber vuelto. Al oír el timbre se alegró, pero asimismo se sobrecogió pues ella siempre salía con llave. No era ella quien llamaba.
Continuó caminando lentamente y en el momento en que descubrieron el cuerpo sacó de su bolsillo un pañuelo de ella que había tomado de su cómoda antes de salir y se lo llevó a la cara para evitar ver, pero al oler su perfume habitual de jazmines, supo que ella viviría para siempre.



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