Ramiro no tenía ni idea de cómo había llegado hasta allí. La noche anterior había estado leyendo hasta tarde y tomando más de la cuenta. No había dormido bien mientras su esposa roncaba a su lado. Para él, era un consuelo saber que ella podía conciliar el sueño de esa manera.
Apenas se levantó, sintió la necesidad de airearse, tomó su coche y salió con destino incierto. La mañana estaba fría y la gente corría achuchada por la calle. Se detuvo en una panadería para comprar unos bizcochos que eligió sin casi hablar. Tampoco se despidió al salir del negocio.
No sabe por que llegó hasta allí, ni siquiera lo que buscaba. Ni bien vio el lugar, sintió la necesidad de parar. El pasto estaba blanco por la helada que había caído y aun se veían pender gotas de rocío en los alambrados.
El lugar era inhóspito, lleno de chatarras y objetos en desuso. Tampoco había nadie que lo atendiera. Ramiro se bajó de su coche y comenzó a caminar por fuera de la casa rodeada de campo donde solo se oía el ruido de la maleza y un cacarear de gallinas a los lejos. Se deslizó entre trastos viejos, carrocerías de coches abandonados, botellas de leche, sifones de agua, carteles de chapa de publicidades, máquinas de coser, ollas, calderas, roldanas varias y poco a poco se fue adentrando en las habitaciones de la casa que estaba abierta de par en par.
¡Cuantos objetos en silencio que le observaban!. Cada uno de ellos con una historia detrás. No, no estaban en silencio, gritaban, lloraban, pero nadie les podía oír.
No fue hasta que se enfrentó con el espejo que paró en seco. Su corazón palpitaba fuera de su ritmo normal. Fue su imagen reflejada quien le sorprendió. Se estuvo observando unos segundos sin poderse reconocer a sí mismo. ¿Qué le había llevado hasta allí?, ¿qué necesidad había sentido de salir de su casa sin despedirse de su esposa siquiera?.
No fue hasta ese momento frente al espejo en que pudo responderse. Lo que buscaba estaba frente suyo mirándole a los ojos.



Deja una respuesta