Había barrido y ordenado la casa. No estaba acostumbrada por lo cual quedó exhausta.
La cocina no brillaba como a ella le gustaba, pero no se veía tan mal.
El aroma del dulce de leche que se cocía a fuego lento, impregnaba el ambiente.
“Seguro que no se resistirá”, pensó mientras lo revolvía suavemente con la cuchara de madera.
Tendría que evitar -como fuera- la separación. Eran muchos años de convivencia y no soportaba vivir sola.
Debería de encontrar la forma de subsanar el error. Frente a toda una vida, aquello era una nimiedad.
Escogió un colorido mantel y tendió una linda mesa donde tomarían el té.
La hora se acercaba. Buscaba su presencia a través de la ventana.
La virgen ya tenía su velita prendida.
Primero tomarían el té con aquel dulce que tanto le gustaba. Luego, conversarían.
Cuando Juana llegó no salía de su asombro al ver la cocina ordenada y la mesa tendida.
No, no podía quedarse sin su empleada.
“¿Dónde encontraría una casa que la trataran como a alguien de la familia y con toda la ayuda material que recibía?”, pensaba su patrona mientras le servía una taza de té.



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