Juan solía correr a diario por la rambla mirando hacia el mar.
Hacía tiempo que la había perdido, sin embargo no lograba soltarla.
Aquella mañana era especial. No sabía bien por qué. El aire, la luz, el sonido de las olas.
No acostumbraba hacerlo, pero se sentó en un banco y allí esperó, sin querer.
Su mirada atenta hacia el horizonte, no le dio la oportunidad de ver quien se sentaba a su lado.
Ella paró a anudarse el cordón de su zapatilla. Era la primera vez que salía a trotar. Cuando se agachó rozó su hombro con la pierna de él, sin querer.
Fue allí que Juan le prestó atención. Sus miradas se cruzaron y luego de las disculpas del caso, comenzaron a charlar, sin querer.



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