Había amanecido calmo. Unas nubes a lo lejos amenazaban un poco de viento para más tarde. La brisa en el campo era serena, apenas imperceptible en las chircas que rodeaban la cocina. Aromas del tambo se mezclaban con el perfume de los espinillos en flor.
Amalia encendió el fuego temprano para darle un hervor a la leche que acababa de alcanzarle su esposo. Sobre la hornalla de la estufa a leña, calentaba un pedazo de galleta, mientras despertaba a su hijo para ir a la escuela.
Jonathan se vestía sin prisa en la cocina junto al fuego donde desayunaba, mientras su padre le ensillaba la petisa que le llevaría hasta la escuela. Cuando salía, aun el día no terminaba de aclarar y a rumbo lento, partía. Tenía una hora de viaje aproximadamente. Un poco más largo del que debiera, pues desviaba para esquivar el monte donde por las noches de luna llena se aparecía la “luz mala” que tanto temía.
Su madre le acompañaba hasta la portera , seguida por gallinas y patos que aguardaban el turno de su comida. Las jornadas siempre eran iguales a excepción de aquellos días en que llovía demasiado en que Jonathan no iba a clase y se quedaba en la cama un poco más.
Era su último año de escuela, pues el próximo, Dios mediante, entraría al liceo. Le preocupaba, pues no estaba seguro poder asistir ya que se tendría que mudar a la ciudad y dependía de que la prima de su madre le hiciera un lugar en su casa.
A la hora habitual de su regreso, su madre le esperaba atenta mirando en dirección del camino y comenzaba a andar a su encuentro hasta tanto lo veía. Como aquel día se demoraba más de lo común, Amalia llegó hasta el monte donde aprovecharía para recoger carqueja que nacía en los alrededores. Solía tenerla colgada en el aparador de su cocina para tomar un tecito luego de alguna comida pesada que le pudiera afectar la gastritis. También le había servido para quedarse embarazada, algo que tanto le había costado, aunque luego habría insistido para concebir más hijos sin éxito.
Ya casi llegando al monte, vio la petisa entre los árboles y tuvo que mirar dos veces para entender que Jonathan estaba a su lado con los pantalones bajos.
-Alguna diablura grande estaría haciendo, como para no temerle a la “luz mala”-, se dijo asimismo. Mejor se hacía la desentendida y regresaba con un buen atado de carqueja que había recogido.
-Su hijo se estaba haciendo grande-, pensó mientras retomaba el camino de regreso.



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