París, Francia.
Si bien las pinturas de los impresionistas estuvieron en el momento de su creación desconsideradas por la opinión pautada por los salones oficiales, hoy día atosigan a la hora de acercarse a las mismas producto de las avalanchas turísticas que no permiten el acercamiento acorde.
El aporte de los impresionistas solo fue la forma de dar vida a la naturaleza, representando el color de una forma muy particular, tratando de plasmar la movilidad producida por el aire exterior así como la incidencia de la luz. Pero el gran cambio sustancial dentro de la historia del arte recién se va a producir a partir de la nueva forma de plasmar el arte en manos de Paul Cezanne, que si bien coqueteó con los impresionistas, se alejó de ellos buscando un nuevo camino que luego acabaría en el cubismo.
París es sinónimo de impresionismo y viceversa, más allá de que la corriente estuvo engendrada en Londres y considerada recién a partir de la participación de estos artistas en los Estados Unidos. Pero Francia entera se ha valido de los impresionistas a la hora de atraer el turismo internacional, cosa que logra con creces, al punto de saturar. Las largas colas formadas por turistas interesados en tomarse la foto en el Museo D’Orsay, cuna de de los impresionistas, desanima a los espectadores interesados en el arte.
Tampoco resulta atractiva la visita al Museo de Louvre para alguien que ya lo ha visitado varias veces, en virtud de su enorme multitud que día a día lo aborda.
Sin embargo hay algunos lugares muy recoletos que invitan a una visita de tenor un tanto introspectivo, si se quiere, como son el Museo Jeu de Paume, que acoge fotografía y video, así como el Museo L’Orangerie, ambos en el otro extremo de los Jardines de las Tullerías, frente a la Plaza de la Concorde coronada por el gran obelisco egipcio.
El acervo que da vida a este museo, parte de la donación que hiciera Jean Walter, viuda del coleccionista Paul Guillaume (Paris, 1891-1934), en 1958 compuesta por 500 obras de pintura impresionista.
Es desde 1965 que el museo de la Orangerie ha albergado la colección Walter-Guillaume de una exquisita selección de obras fundamentales de los impresionistas compuesta por pintores como Paul Cezanne, Henri Matisse, Amedeo Modigliani, Claude Monet, Pablo Picasso, Pierre-Auguste Renoir, el maravilloso Henri Rousseau, Chaïm Soutine que tanto influyó en nuestro artista José Cuneo, Alfred Sisley, Maurice Utrillo entre otros.
A principios del 2000, el museo de la Orangerie fue cerrado para ser renovado, abriendo en abril de 2006 con sus salas totalmente renovadas, habiendo potenciado los reducidos espacios que otrora tuviera el museo.
Tras la renovación, se trasladaron Los nenúfares de Monet, a las dos salas de la planta superior del edificio y ahora los ocho murales monumentales, están dispuestos bajo una luz difusa, tal como inicialmente pretendió el artista.
Desde el 02 de marzo y hasta el 11 de julio, adicionalmente se está llevando a cabo una muestra de los impresionistas con un enfoque distinto. Más allá de que el impresionismo factura a lo grande, la corriente sigue siendo motivo de análisis, teniendo en cuenta fundamentalmente que la misma ha estado tergiversada en pos de su éxito comercial.
El impresionismo rara vez se ha asociado con la decoración, pero es partir de sus inicios, que esta corriente ha estado destinada a embellecer espacios privados y esta muestra da cuenta de esta faceta tan poco difundida.
Los impresionistas produjeron obras destinadas a crear un efecto armonioso dentro de los espacios domésticos que realizaban para sus clientes, así como también para experimentos propios, ejecutados en una amplia variedad de soportes como murales de diferentes tamaños, objetos varios que iban desde los abanicos y platos hasta las cerámicas, entre otros, objetos que hoy día son considerados como pinturas de caballete.
De esa manera, este grupo de artistas, incursionaron en diferentes soportes explorando todas sus posibilidades.
Es en esta exposición que se reúnen por primera vez una selección de obras decorativas creadas por los impresionistas, reuniendo obras de pequeños formatos hasta llegar a la mas grande y ambiciosa de todas las decoraciones impresionistas como son los nenúfares de Claude Monet, a quien el artista mismo denominó “grandes decoraciones” y que ocupan las salas ovaladas del Orangerie desde hace casi un siglo.
Uno de los principales promotores y mecenas de los impresionistas fue Gustave Caillebotte, quien también se desatacó como un gran artista. Este, les hacía grandes encargos que quedaban fuera de los oficiales usado en la expansión urbana durante las últimas décadas del siglo XIX para alhajar edificios estatales, permitiéndoles sobrevivir y continuar dentro de su estilo.
Los impresionistas, a causa del rechazo constante del Salón Oficial, crearon su propio reducto denominado Salón de los Rechazados, el cual contó con el apoyo de Napoleón III.
Entre 1874 y 1886 realizaron ocho exposiciones totalmente independientes del Salón Oficial.
La muestra del museo de la Orangerie está dividida en varios sectores que van desde “pinturas tontas”, “la decoración de la vida moderna”, “significado y función del objeto”, “un poco de alegría sobre una pared”, “flores y jardines”, “acuario de flores y grandes decoraciones”
También la exposición reconoce el patrocinio dentro del impresionismo de quienes fueran los principales promotores como fueron el caso de los también artistas Berthe Morisot y Gustave Caillebotte. Sin su participación, sin lugar a dudas, el grupo impresionista nunca hubiera logrado el éxito conseguido.
La nómina de artistas expuestos está formada por Edouard Manet que no fue impresionista pero que pintó algunas obras de ese género junto a su amigo también expuesto Claude Monet, Pierre Auguste Renoir, Paul Cezanne, la americana Mary Cassat, Edgar Degas, Camille Pissarro, Marie Braquemont y Felix Braquemond.
Esta exposición invita por primera vez a explorar una nueva perspectiva del impresionismo y a descubrir ochenta pinturas, abanicos, cerámicos y dibujos de estos artistas, muchas de las cuales nunca habían sido expuestas en Francia, agrupados desde otro ángulo hasta ahora no visto, mostrando cómo los impresionistas trazaron un nuevo camino, con la convicción de que, para citar a Renoir, el arte se hace ante todo para “alegrar las paredes”.
Finalmente y gracias a este pequeño gran museo, logré zafar del atiborrado Museo D’Orsay, habiendo quedado satisfecho y cumplido con los impresionistas.




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