Cuenca, Ecuador.

Casa Museo Remigio Crespo Toral: una modernidad con servidumbre adentro

En una residencia neoclásica de ladrillo —hoy museo y archivo— Cuenca cuenta su siglo XX: afrancesamiento, toquillas, jerarquías, levantamientos indígenas y un canon artístico que quiso ser moderno sin dejar de ser señorial.

La casa construida hacia 1910 fue la residencia del poeta e intelectual Remigio Crespo Toral (1860–1939).

Es uno de los primeros frentes neoclásicos en ladrillo de Cuenca.

Tiene cinco niveles unidos por gradas imperiales y un gran salón social con mobiliario, lámparas, papeles pintados, cielos rasos de latón y pintura mural originales. Es elegante, sí; también es un manual de gusto importado.

Del hogar al museo

Desde 1967 estos salones alojan el Museo Municipal Remigio Crespo Toral.
La casa pasa a manos de la ciudad en 1981, recibe una primera restauración en 2005 y una intervención integral en 2016 (con jardín patrimonial).

En abril de 2017 reabre con servicios culturales y un Archivo Histórico excepcional que guarda, entre otras joyas, los primeros Libros de Cabildo desde la fundación de Cuenca en 1557.

¿Qué modernidad?

En Cuenca, “moderno” fue consumo, modas y hábitos europeos en las primeras décadas del XX.

La aristocracia viajaba o compraba a importadores; el afrancesamiento fue estandarte.
Lo moderno se usó como distinción social, no como motor industrial o tecnológico.
Resultado: ciudad urbana-señorial que se definía por lo que no era (rural/indígena).

La otra cara del progreso

La modernidad local se montó —literalmente— sobre hombros indígenas: los guanderos cargaron pianos, muebles, hierro, incluso partes de una planta eléctrica.

En 1920, mientras la élite celebraba centenarios, el levantamiento indígena denunció impuestos abusivos y servidumbre. Hubo represión y muertes.
Modernidad de escaparate, economía de hacienda.

Sombrero de paja toquilla: industria y asimetrías

El auge exportador fortaleció a hacendados y parió pequeña industria urbana (centros toquilleros como El Chorro).

¿Quién ganó más: empresarios o artesanos? La pregunta sigue vigente y el museo la deja flotando, sin folclorismos.

El “Grupo de Cuenca” y la identidad.
El hallazgo de Pumapungo por Max Uhle desató debates en torno a la ciudad inca de Tomebamba y los orígenes nacionales.

En esta misma casa, el “Grupo de Cuenca” —con Crespo Toral y Julio Matovelle— discutió arqueología, nación e identidad: mirar al pasado prehispánico como ancla, mientras se rechazaban prácticas indígenas vivas. Contradicción número dos.

Artes para construir Nación

La Escuela de Pintura de Cuenca (1892) y luego la Academia de Bellas Artes Remigio Crespo Toral formaron el arte “oficial” mientras asomaba el modernismo.

Dirigieron Tomás Povedano, Joaquín Pinto y Abraham Sarmiento. Hubo ingreso de mujeres en horario separado.
En 1919, Crespo Toral impulsa el Festival de la Lira: mito clásico para encender letras locales. Nación a golpe de lienzo y lira.

Colecciones y devociones

El museo resguarda un sólido fondo escultórico religioso (Caspicara, Vélez, Ayabaca y anónimos). Anatomías perfectas, encarnes minuciosos y fe. La religiosidad que colonizó el continente también domesticó el gusto: hoy es patrimonio, ayer fue programa ideológico.

También este palacete alberga muestras temporales de artistas contemporáneos. En este momento el turno es para Marcelo Abril.

Diagnóstico (sin vueltas)

Esta casa museo no es postal: es radiografía.

Muestra cómo Cuenca “se modernizó” sin desmontar del todo sus lógicas de hacienda y jerarquía.
El mérito curatorial es poner la incomodidad en sala: modernidad importada, identidad disputada, trabajo subalterno invisibilizado.

Salís con la pregunta correcta: ¿cuánta modernidad cabe cuando la desigualdad sigue armando el plano?

Por qué ir

Por el diálogo entre arquitectura doméstica, memoria ciudadana y archivo vivo.
Por un guion que no se arrodilla ante la nostalgia. Y porque obliga a pensar Cuenca hoy: migraciones, patrimonios, turismo, industrias creativas. Un museo que no pide selfies; pide criterio.