Montevideo, Uruguay.
Carmela Piñón (Montevideo, 1985) es una joven artista cuyo crecimiento en su retórica artística es notable desde sus inicios hasta el presente. No hay mejor camino que el propio, aquel que incluye los orígenes, y es en este trayecto donde Carmela ha encontrado su rumbo, con éxito.
Sus primeras exhibiciones reflejaban un mundo surrealista, poblado por personajes cercanos a los utilizados por Ignacio Iturria, con quien se formó. Sin embargo, más allá de esta influencia, ya se percibía la gran facilidad y astucia de Carmela al abordar los escenarios naturales en sus obras. Al principio, su obra transitaba por ambientes acuáticos, pero con el tiempo ha avanzado de manera gradual hacia densos montes cargados de misterio.
Este cambio de escenario parece haber surgido de una conexión ancestral que se intensificó tras el fallecimiento de su padre y su abuela. Las tierras habitadas por sus ancestros han sido un motivo de involucramiento físico y emocional, guiándola a través de esos montes en busca de una conexión no solo con su familia, sino también consigo misma.
La muestra titulada Encuentro Nativo se lleva a cabo en la Fundación Iturria, donde, bajo la curaduría de Jimena Pérez, la artista ocupa la totalidad de las salas del espacio expositivo.
Sus montes son enigmáticos, cargados de suspenso y tensión. Al igual que en las obras de Mark Rothko, estas pinturas no se observan simplemente, sino que invitan al espectador a sumergirse en ellas, sabiendo que la atmósfera tétrica que transmiten encierra un riesgo. A pesar de la aparente quietud que domina sus montes, se percibe una gran tensión basada en lo inesperado, transformando el ámbito natural en un espacio profundamente personal, donde anidan aspectos emocionales, y donde la duda y el miedo son compañeros constantes.
Las pinturas de Carmela poseen un tenor poético, y cada espectador podrá interpretar y sumergirse en ellas de acuerdo a las impresiones personales que le provoquen. Su temática encuentra resonancia en las fotografías tanto de Tali Kimelman como de Ciro Jamandreu.
Sin embargo, a pesar del carácter relevante y sugerente que sus obras han adquirido, esta muestra presenta un exceso de pinturas. Aunque las obras aluden a la naturaleza, la exposición habría logrado un mayor impacto con una selección más reducida, manteniendo todas dentro de la misma línea. La sala principal, en penumbra, con el tríptico de gran formato al fondo, habría alcanzado una mayor efectividad.
Las demás obras, aunque bellas, coloridas e incluso «perfumadas», pertenecen a otra poética que merecería una exposición aparte. Le restan fuerza gestual al monte, que da título a la muestra. Aun así, esta exhibición refleja con acierto el camino por el que transita la artista.
Carmela Piñón avanza, y es un placer acompañarla en su trayectoria. Actualmente, ha sido seleccionada entre los finalistas del Premio Paul Cézanne.
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