La directora Nadine Labaki (Beirut,1974) nos tiene bien acostumbrados a sus películas de calidad que año tras año esperamos ansiosos, como suele suceder con algunos de sus colegas como son el caso de Martin Scorsese o Pedro Almodóvar.
Siempre a través de una mirada cómica, no ligera, Labaki, nos relata un panorama real de su entorno, acercando al espectador a apreciar una realidad social y religiosa que no es común para todos, máxime proveniente de países como Líbano. Allí las personas están divididas entre católicos y musulmanes, motivos muchas veces de confrontaciones como es el caso de su película “¿Y ahora adonde vamos?” (2011).
Su primer éxito mundial fue Caramel (2007) que atrapó la atención del mundo entero en una comedia desarrollada en una peluquería de mujeres.
Pero en Cafarnaúm el humor cede lugar al dolor, al desgarramiento que todos los seres humanos sentimos frente a situaciones donde los chicos están de por medio, pues no hay cosa peor que ver sus vidas frustradas y sin posibilidades.
De todas formas, mas allá del dolor del cual se hace referencia en todos las reseñas al hablar de esta película, yo prefiero hacer hincapié en la esperanza, en el amor que transmite el protagonista que siendo un chico criado prácticamente en la calle y abandonado por sus padres, tiene una escala de valores difícilmente encontrada en algunos adultos.
Zain Al Rafeea (Siria, 2004) es el protagonista a quien Labaki escogió de la calle con una situación de vida muy similar a la del film.
La historia comienza por el final, donde un chico de aparentemente 12 años, sus padres no lo registraron y no tienen claro el año de su nacimiento, los demanda frente al juez por haberlo traído al mundo. A partir de allí, las cámaras se van adentrando en su entorno, en su familia y en situaciones desgarradoras como es el caso de la venta que realizan sus padres de su hermanita de 11 años para contraer matrimonio con un adulto quien consuma la unión con un final atroz.
En mi caso, mas allá del dolor ineludible que nos cala hondo, radico mi mirada en el amor que transmite ese chicho a través de sus vivencias, máxime cuando debe de ocuparse del cuidado de un bebe, hijo de una madre etíope soltera quien también vive en situación limite peligrando ser deportada a su país de origen, el cual abandonó para poder mantener a sus padres girándoles dinero.
Tiene un gran paralelismo con “And breathe normally” (2018) de la directora Issold Uggadottir nacida en Islandia.
Destacan también a modo casi poético, las tomas aéreas que Labaki registra de las chabolas donde se desarrolla la vida del protagonista, con los techos soportados contra el viento con neumáticos.
La película ganó varios premios en el festival de Cannes, entre los cuales el del público habiendo sido ovacionada de pie durante 15 minutos. Fue nominada al Oscar 2019 como mejor película extranjera habiendo perdido injustamente frente a Roma. Mas allá de que el Oscar no debería ser el único medidor, sabemos de la importancia que tiene su reconocimiento, mal que nos pese la preponderancia comercial, y no es justo que películas de diversas temática y orígenes compitan solo en una categoría.
Como fuese, esta película debería de ser vista con la atención merecida, máxime que no debemos de viajar hasta Oriente Medio para ver situaciones similares que las hay en el resto de los países sin excepción.




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