Sí hubo un artista que cambió el rumbo del arte contemporáneo, sin lugar a dudas fue Gauguin.
Luego de él ya no fue nada igual.
Entender su obra representa una consigna obligatoria para poder apreciar la evolución del arte a continuación de su impronta.
El cordón umbilical que le unía a su abuela de ascendencia peruana, se convirtió en el detonador de su constante búsqueda de ámbitos exóticos que lo llevarán a habitar en el lugar más lejano y perdido que podemos ubicar en el mundo como son las islas que conforman el archipiélago de la Polinesia Francesa en el medio del Pacífico, por no decir en el medio de la nada pues no debe de existir un lugar tan distante de los continentes.
Su abuela Flora Tristan (París, 1803 -1844), a quien no conoció personalmente, y que tan bien está plasmada en la novela de Mario Vargas Llosa, “El paraíso en la otra esquina”, fue precursora del feminismo, habiendo arremetido también contra el colonialismo europeo en Perú, como luego se convertirá en una constante en la vida de Gauguin en Tahití.
Sumado a ello, el padre de Gauguin, debió de huir de Paris por su espíritu revolucionario antimonárquico al momento en que Napoleón III ascendía al trono, razón por la cual llegan al Perú.
Sus primeros años los vivió en Lima, donde su mente quedó adscripta al exotismo convirtiendo al idioma español en su primer lengua.
Ambos aportes, el de su abuela así como el legado de su padre, le convertirán en un artista con una postura irreverente y contestatario, que harán de sus pinturas y esculturas, las más osadas obras de arte del fines del siglo XIX y principios del siglo XX.
Luego de incursionar en el ámbito financiero parisino durante once años desempeñándose como corredor de bolsa y habiendo conformado una familia numerosa, decide a sus 35 años de edad, incursionar en el arte como coleccionista y como pintor.
Para ello, luego de analizar la situación parisina y después de idas y venidas, opta por dejar su ciudad viajando detrás de lugares exóticos que incluirán Panamá, Martinica para luego acabar en la Polinesia Francesa viviendo en diferentes ciudades.
Su período de mayor fecundidad artístico básicamente, abarcó sus últimos quince años de vida y su muerte precipitada a la edad de 55, le permitió solamente participar en el ámbito artístico durante veinte años.
Luego de haber transitado por la escuela de Pont-Aven en la región de Bretaña, donde logra el protagonismo máximo, opta en 1891, por abandonar definitivamente el continente europeo en búsqueda de fuentes de inspiración, bajo la consigna de escapar de la civilización europea y de todo aquello que le resultaba artificial y convencional.
En Paris realizó en vida dos exposiciones, una en 1893 de la mano del galerista Paul Durand-Ruel que le convirtió en el hazmereír del público y otra en 1898 en la galería de Ambroise Vollard, donde se consagró como artista de reconocimiento, logrando muy buenas críticas. Y fue este último galerista quien le llevó al éxito aunque póstumo.
Sus obras son de carácter simbólico cuasi religioso bajo una mirada exorcizada de los habitantes de la Polinesia.
Consideraba que el arte no debía de ser una búsqueda intelectual, sino que debía cumplir un papel comunicacional de transmisión de mensajes.
Dentro de sus obras más famosas destacan: “De donde venimos? Que somos? A donde vamos?”, pintura de grandes dimensiones realizada en 1897, que se convirtió en una testamento pictórico.
Basado en las tres preguntas recurrentes que realizan los tahitianos a los extranjeros cuando llegan a sus islas, “quien eres, de donde vienes y a donde vas”, Gauguin plasmó en el lienzo, una evolución cíclica de la vida, la muerte y el renacer bajo una mirada de sincretismo entre el catolicismo y otras religiones.
Pero todas sus obras realizadas en la Polinesia Francesa, conforman un exquisito repertorio entre las cuales podemos citar “La orana María”, 1891, “Araerea” 1892, “El caballo blanco”, 1898, “Ruperupe” pintado en 1899, entre otras.
Gauguin vivió constantemente bajo un estado de euforia y depresión producto de sus inquietudes intelectuales que le llevaban a la confrontación con sus pares, su grave situación económica y su deteriorada salud.
Falleció en 1903, producto de una sobredosis de morfina que utilizó para mitigar sus dolores. Padecía de tuberculosis, sífilis, blenorragia, asma, alteraciones gastrointestinales, amén de complicaciones de piel y vista.
Había nacido en Paris en 1848 y sus angustias así como el sufrimiento por su salud endeble, le llevaron a un intento fallido de suicidio.
Su obras contribuyen de forma decisiva en la creaciones del arte moderno.
Picasso no se salvó de su influencia así como tampoco Henri Matisse, los expresionistas alemanes y ni siquiera el arte abstracto, quienes a partir de su proclamación de la superioridad del color sobre el dibujo y la fuerza del gesto creativo e instantáneo, lograron nutrirse.
“El hombre del hacha» que pintó en 1891, logró trepar los u$s 40 millones en un remate llevado a cabo en Christie’s en 2006
Paul Gauguin consiguió con su pintura una superación de la mera realidad descrita, convirtiendo la naturaleza en expresión libre de emociones en un medio para la imaginación del artista, y es allí justamente donde radica su gran aporte.
Más allá de las críticas que ha sido blanco por su pedofilia, basado en las relaciones que mantuvo con varias chicas de 13 y 14 años en la Polinesia, con algunas de las cuales tuvo varios hijos, su memoria se mantiene en lo alto dentro de la historia del arte internacional.




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