Crónicas italianas

Que cierto es que las ciudades son un sentimiento. Me sucede mucho con Roma, una de mis  favoritas, donde el espíritu de la misma esta atada con el tiempo transcurrido, vestigios de brillos pasados que no dejan florecer otro sentimiento diferente a la nostalgia.

Me dio mucho gusto haber conocido la impresión sobre esta ciudad, del maravilloso Terence Moix (Barcelona, 1942) en su libro “Crónicas italianas”, donde vuelca sus impresiones a raíz de su  estadía entre 1968 y 1970, en una época en que si bien nos parece tan lejana, ya era testimonio del futuro que le esperaba a dicha urbe. 

Y es que si uno no sabe en que época esta fechada dicha narración, creería que es actual.

Su relato es un sentimiento, que se ve reflejado hasta en la variedad de colores de Roma, cosa que siempre me ha llamado la atención. Esas diferentes tonalidades de ocres, en su mayoría desmejorados, añejos, que representan el espíritu de la ciudad.

Colores de Roma! Qué ciudad en el mundo podría ofrecer esa variedad que ni siquiera figuran en las paletas de los pintores.

He estado allí en varias oportunidades, siempre viviendo experiencias atadas a un tiempo pasado, caminando por la Roma papal, detrás del espíritu de Lorenzo Bernini, de salón en salón, comulgando con las obras de arte que remiten a otras épocas, como es la Galería Spada, la Galería Borghese o el maravilloso Palazzo Doria Pamphilj.

Uno se puede sustraer pues la ciudad lo facilita, sabiendo esquivar las hordas turísticas, obviamente.

Pero tengo un gran pendiente, que es viajar en pleno invierno, donde sin dudas el espíritu real se torna aun un tanto mas nostálgico, mas lúgubre, comulgando mejor con el entorno.

Moix escoge para marcar aun mas ese espíritu,  a ciertos artistas que acompañan el sentimiento nostálgico como son Masaccio, joven artista que habiendo fallecido a los 27 años, dejo constancia de su pluma refinada como podemos apreciar en la Cappella Brancacci en Roma, donde la vastedad de sus personajes tan peculiares, con esas caras con expresiones tan desgarradoras, tan diferentes a lo visto en pintores de su época en obras religiosas, denotan un artista mayor.

Un pintor esencialmente trágico donde tanto los rostros como los cuerpos, dan cuenta del dolor.

Qué lindo paseo, es ir por allí y ver toda la capilla, donde una amplia gama de pintores que dejaron su impresión, tan diferentes donde lo único en común es la temática de la obra.

También Moix invita a Piero della Francesca a integrar su narrativa, piedra fundamental de esa nueva etapa de humanismo, con su capacidad de humanizar lo sagrado y sacralizar lo humano, como ningún otro artista lo lograra.

Cabe citar su magnifica obra en la ciudad de Arezzo, lejos de los visitas multitudinales, que hacen del paseo sea casi una experiencia espiritual.

Y luego, nada mejor que citar al gran artista que fuera Caravaggio, con toda las connotaciones de su azarosa vida que sin duda refleja en  cada uno de sus personajes bíblicos, que son sustituidos por la gente que lo rodea, con esa caras de angustia, que solo pueden ser percibidas en la escoria de la calle misma.

Nunca había existido hasta ese momento, un artista que pintando temas divinos, permaneciera tan aferrado a la voluntad de la tierra, donde en el trasfondo late en forma permanente, la amenaza de la corrupción.

Reflejo de ello, es el Baco lujurioso destructivo que escogió para su obra, en contra de los risueños y angelicales, que se solían pintar sus contemporáneos.

Lo mismo para el caso de Venecia, ciudad con el mismo sentimiento, en donde escoge las obras de los Vedustis como fueron Guardi, Canaletto entre otros, que fueron los pintores que supieron vender la ciudad al consumo de los turistas que venían buscando algo que ya no existía, nostalgia por el pasado clásico. 

Linda experiencia  debe de ser vivir en invierno en Venecia, donde el frío te cala los huesos, donde la neblina espesa le da el aire adecuado a esa otra también urbe venida a menos.

Y nada mejor que la obra de Giambatistta Tiepolo para hablar de la muerte de Venecia, en aquel ultimo momento que fue el Settecento, a pesar de que la ciudad había comenzado a desfallecer ya en el siglo XV, precisamente , según Ruskin, el 8 de mayo de 1418 dia de la muerte de Carlo Zano el ultimo gran Dux.

Ya allí comenzada el declive de la Serenísima, donde también años mas tarde, es rematada su muerte, con el traslado de los caballos de San Marcos, que realiza Napoleon Bonaparte a Paris, donde expide el certificado de defunción de la ciudad.

También Montesquieu había apreciado dicha decadencia que refleja en su formidable frase que la cito en francés, como lo hace Moix:  “Mes yeux son fort rejouis de Venise. Mon coeur et mon esprit ne le sont pas” – “Mis hijos han disfrutado en gran manera con Venecia. Mi Corazón y mi espíritu no”

Terence Moix es un exquisito del relato, un reportero de viajes así como un gran critico de arte, que describe en forma detallada las emociones que despiertan estas ciudades, que aun hoy dia continúan provocando en mi caso al menos, las mismas sensaciones.

Visita las casas de sus amigos, de artistas de la época, como el caso de unos amigos españoles  de la España franquista, revelando ese sentimiento tan profundo y doloroso producto del exilio.

Recorre las hermosas callecitas de Trastevere, cita a artistas como el caso de Fellini y a grandes pensadores de la época, así como denuncia  ya en esa época, los efectos de los mass-media así como las devastaciones ocasionadas por las hordas de turistas que invaden la ciudad.

Hay un descripción muy elocuente, de lo que fuera la Vía Venetto, la cual recomienda visitar en una noche de lluvia, especialmente triste, partiendo inclusive de la curva a la altura de Vía Bissolati. “de esa forma podrás acceder a la melancolía, hija genuina del siglo, provocada por aludes de impetuosos y poco duraderos turistas que ordenan los mass-media”.

Mitos perdidos, tiempos pasados, a ello remiten las imágenes de esta ciudad que cuando viajamos no podemos dejar de buscar en nuestra memoria de “la dolce vitta”, entre otros mojones que han deformado esta nostálgica ciudad.

Inagotable Roma, que no deja de ser como otras ciudades italianas, un gran cementerio  de todos los avatares del mundo y del arte.

Siempre he creído,  que viajar por Italia es una buen forma de tomar contacto con la evolución del mundo, de la historia del arte, del buen gusto, la comida, la gente elegante, los ritos que conforman nuestras culturas, pero siempre consciente de que todo ya fue. Ese es el sentimiento que me envuelve cada vez que llego, donde parece que estoy  recorriendo un gran museo al aire libre como son tanto Roma como Venecia.

Roma tan sufrida, tan devastada, tan sangrienta que se presenta  ya derrotada, muy anciana pero relatando toda una vida de luchas.  

Y es que como dice Terence Moix, “ Roma fue en todas las épocas emporio del sufrimiento y si no lo entiende así, dedíquese a comprar souvenirs, que acarrea menos problemas”

Son siete Colinas variadas, donde la ciudad no ha perdido nunca la facultad de ser de todos. Ha albergado y lo seguirá haciendo, con gente que proviene de muchos lugares del mundo y es que sin dudas siempre podremos continuar diciendo: “todos los caminos conducen a Roma”.

Lo mismo para el caso de Venecia, ciudad con el mismo sentimiento, en donde escoge las obras de los Vedustis como fueron Guardi, Canaletto entre otros, que fueron los pintores que supieron vender la ciudad al consumo de los turistas que venían buscando algo que ya no existía, nostalgia por el pasado clásico. 

Linda experiencia  debe de ser vivir en invierno en Venecia, donde el frío te cala los huesos, donde la neblina espesa le da el aire adecuado a esa otra también urbe venida a menos.

Y nada mejor que la obra de Giambatistta Tiepolo para hablar de la muerte de Venecia, en aquel ultimo momento que fue el Settecento, a pesar de que la ciudad había comenzado a desfallecer ya en el siglo XV, precisamente , según Ruskin, el 8 de mayo de 1418 dia de la muerte de Carlo Zano el ultimo gran Dux.

Ya allí comenzada el declive de la Serenísima, donde también años mas tarde, es rematada su muerte, con el traslado de los caballos de San Marcos, que realiza Napoleon Bonaparte a Paris, donde expide el certificado de defunción de la ciudad.

También Montesquieu había apreciado dicha decadencia que refleja en su formidable frase que la cito en frances, como lo hace Moix:  “Mes yeux son fort rejouis de Venise. Mon coeur et mon esprit ne le sont pas” “Mis ojos han disfrutado en gran manera con Venecia. Mi Corazón y mi espíritu no”


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