Harold Fry es un hombre recién jubilado, con una vida carente de sentido, aparentemente resuelta, hasta que un día recibe una nota de una ex- compañera de trabajo, de quien no sabe nada desde hace veinte años, avisándole esta internada con una enfermedad terminal.
Le contesta en forma escrita muy sucinta y el trayecto desde su casa hasta el buzón del correo, lo convierte en un peregrinaje no programado hasta la clínica donde ella esta internada. En el trayecto comienza a pensar acerca de su vida, de su familia así como de esta amiga, llevándonos de la mano en un relato tan conmovedor como la vida misma.
Su peregrinaje, que se va resolviendo sobre la marcha, no le da tiempo ni de preparase ni de despedirse de su esposa quién queda en su casa esperando su regreso a los pocos minutos.
A pesar de que Harold, en mas de una ocasión duda y esta a punto de tirar la toalla, se sobrepone con el fin de ayudar a su amiga, no percatándose que el mayor beneficiado será el mismo.
La exquisita novela de ritmo pausado y sin prisa, de fácil lectura, es el debut de la escritora inglesa Rachel Joyce (1962) quien nos sorprende con una historia, que toca fibras muy intimas, con un minucioso detalle del entorno de los caminos que el protagonista va recorriendo, muy al estilo de los escritores indios, así como un relato muy ruso del SXIX a la hora de presentar a los personajes ahondando en sus almas.
Pocas veces una historia se convierte en una catarsis que envuelve al lector en su propia vida de una forma tan emotiva, convirtiéndose en un ejemplo de tesón y lucha diaria en pos de la sobrevivencia sin mas.
El protagonista, decide entregar la nota a su ex- compañera en mano quien vive al norte de Inglaterra, a casi mil kilómetros de su ciudad y el camino se va transformando en una prueba de esfuerzo con el afán y la fe necesaria, para que ella pueda sobrevivir. De esta forma va manteniendo contacto por teléfono con su esposa y con su amiga a través de postales, deviniendo en una terapia personal de vida.
Su esposa, temiendo perderle, hace mea culpa de sí mismo, de su responsabilidad en un matrimonio que se ha deteriorado con un hijo de por medio que incidió en su alejamiento.
Un hombre joven, de 65 años, que la sociedad ya ha dejado de lado, agobiado, frustrado, incomprendido, sufrido, que no le encuentra sentido a su vida, se propone a modo de desafío sobrellevar tantos días de peregrinaje donde se sorprenderá encontrándose consigo mismo, pudiendo comprender y perdonar a sus seres queridos así como asimismo.
Con un final que da un vuelco total a la historia, sorprendiendo a lector, este largo recorrido nos permite traspolar la historia y hacerla nuestra, con una carga emotiva muy conmovedora haciendo el relato tan placentero como sufrido.
Un gran descubrimiento, que vino a través de la sugerencia de mi esposa, que leyó una pequeña reseña de este libro, lo que también le da un condimento especial a la lectura, tratándose de una historia de amor. Una sincera y conmovedora historia que nos emociona así como nos brinda la posibilidad de realizar nuestro propio camino interior.
La novela no apela al destino, pues no se trata de una carrera sino que lo importante es el camino, como la vida misma. No importa solo llegar, sino la forma en cómo lo hacemos, en cómo lo vivimos.
De la misma forma que cuando viajamos con nuestros hijos y nos preguntan cuanto falta para llegar , a lo que siempre les respondo lo mismo: ya estamos allí, pues el viaje, como la vida misma, es el ahora, es el camino que debemos recorrer y disfrutar para llegar a nuestro destino, que en la mayoría de las veces nos es incierto y en algunos casos inesperado.
Cabe citar una parte del relato de este viaje que Joyce haciendo honor a su apellido, nos invita a recorrer tan plácida como sufridamente, pues no deja de ser una metáfora aplicada a la vida cotidiana:
“El cese de la lluvia trajo consigo un espectacular estallido de vida. Los árboles y las flores parecían rebosar de colores y perfumes. Las temblorosas ramas del castaño de Indias mostraban nuevos amentos de flor; densas umbelas de perifollo blanco crecían al borde de la carretera; las rosas trepadoras cubrían los muros de los jardines, y las primeras peonías granates se abrían como delicadas creaciones de papel de seda. Los manzanos empezaban a perder la flor, reemplazada por las yema de los primeros frutos. Los jacintos silvestres alfombraban el bosque y los dientes de león ya se mecían al viento, esparciendo sus diminutas semillas blancas”…
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