Saramago – Bergstein

En este verano he leído dos libros referidos a viajes, una manera de moverme a lugares remotos desde nuestro sofá, o en este caso, desde la silla playera.

“Viaje a Portugal”, fue escrito por José Saramago (Azinhaga 1922 – 2010) y publicado en 1981.

De Saramago no se puede decir más de lo que todos sabemos. Se trata de una de las principales y mas destacadas plumas de Portugal.

Este libro lo tengo desde hace varios años, sin embargo lo había tratado de abordar sin éxito, abandonándolo en las primeras hojas, debido a su densidad.

Pretender encontrar allí una guía de viaje y con recomendación de lugares, es el factor que condiciona la complicidad con el libro, aunque ya lo dice el propio autor en la primera página de su presentación.

No hay itinerario alguno mas allá que dejarse guiar por el espíritu inquieto del autor.

A pesar de ello, fui tomando nota de las ciudades, pueblos más que nada, que forman parte de su itinerario, marcándolas en el mapa para ver las zonas por las cuales se movía.

Tampoco pude encontrar referencias entre sus descripciones y mis recuerdos de las veces que estuve en algunas de las coincidentes ciudades.

El libro es tedioso hasta tanto comprendemos que mas que un viaje por su país, Saramago nos guía a través de un recorrido interior, el cual nos permite acercarnos al escritor tomando nota de tantas libertades que utiliza a la hora de expresarse. Para quienes escribimos, es una forma de aprender.

Sus expresiones a la hora de definir un viaje, son también relevantes y nos permiten constatar ideas personales como es el caso cuando dice “aquello que el viajero no puede ver, lo imagina, que también para eso viaja”.

“Los ojos valen mucho, pero no pueden alcanzarlo todo”, también es un gran aporte cuando debemos de dar paso al resto de nuestros sentidos a la hora de comulgar con un lugar.

“Todo es viaje. Lo que está a la vista y lo que se esconde, es viaje lo que se esconde y lo que se adivina, es viaje el estruendo de las aguas cayendo y esta sutil modorra que envuelve los montes”.

Lo que me quedó de este recorrido virtual real, es que Portugal está lleno de iglesias, una más bonita que otra, y que la mayoría están cerradas, debiendo de recurrir al vecino tenedor de la llave, para que la abra y nos permita su visita.

Esto mismo me sucedió en varios lugares del nordeste de Brasil y también en Paraguay.

Tomar nota de alguna referencia turística en este libro, es imposible, pero lo bueno es apreciar las libertades de expresión del escritor y las coincidencias, en mi caso, en la definición del concepto del viajero muy distante al turista.

“Nadie es viajero si no es curioso”, afirma Saramago, “nadie se puede llamar viajero si no tiene intuición”, “viajar es descubrir, el resto es simplemente encontrar”, “todo viajero tiene derecho a inventar sus propias geografías”, y “el viaje no acaba nunca”, son afirmaciones contundentes a la hora de definir al viajero.

Mas allá de pocas referencias de lugares como “si quien a Braga va, al museo no fue, Braga no conoce”, o “el Museo Calouste Gulbenkian, es un ejemplo de museología al servicio de una colección no especializada”, no hay.

El recorrido nos permite auscultar al escritor en un constante diálogo consigo mismo donde los relatos carecen de intimidad, mas allá de sus propios pensamientos. Eso, sumado a que el libro está escrito en tercera persona bajo “el viajero”, hace que la lectura sea menos amena de lo que en mi caso, podría haber sido.

“El viajero llegó; al viajero no le gustó; el viajero decidió”, enllentece la fluida lectura y marca una mayor distancia con el lector.

Me recuerda a “Pantaleón y las visitadoras” de Mario Vargas Llosa quien también usa un recurso particular que no deja fluir la lectura.

El diálogo que el viajero va teniendo con las personas que se le cruzan en su camino es un elemento muy rico, máxime a la hora de viajar solo.

También usa recursos metafóricos a la hora de definir lugares como es el caso de los paisajes naturales que relaciona con el cuerpo femenino “blando como buen cuerpo entregado y tibio en este día de abril, florido en las cunetas de la carretera, fertilísimo en los cultivos…”

Por otro lado, “La fiesta de los dioses” publicado en 2001, de Mauricio Bergstein (Montevideo, 1961), ha sido una excelente oportunidad también para comparar mi estilo viajero con alguien de mi edad, de mi ciudad y con la misma formación profesional.

Bergstein centra su relato en lo externo, pero también hay bastante intromisión, en un viaje llevado a cabo entre India, Nepal e Indonesia.

Lo subrayé desde el inicio y en casi todas las páginas.

Comenzando con la primera frase “para el viajero cada lugar es una promesa” que es un gran enganche del libro.

Tambien, “si viajar es un desprenderse, el caminante anhela deshacerse, paso a paso de sí mismo, ir dejando en cada sitio fragmentos de lo que fue y de lo que será; vaciarse del “yo” para vislumbrar al “tú”, olvidarse de “nosotros” para entrever a los “otros””, texto de definición contundente del viajero, que comparto en su totalidad. Y no hay sitio más acorde para ese desprendimiento que India, país que pone a prueba a sus visitantes y que no es para todo el mundo.

En India no se va a ningún lado, se está, se vivencia.

No existe lugar tan remotamente diferente e incomprensible para Occidente. Imposible comprenderla. Hay que dejarse abrazar por el país, que por cierto tampoco es uno solo y tratar de fluir como pez a favor de la corriente.

Las experiencias mas sublimes, y de tenor surrealista, las tuve allí, precisamente en Benarés, donde cada vez que lo recuerdo, creo que fue parte de mi imaginación mas que de la realidad vivida, algo que también Saramago nos lo permite cuando afirma que todo viajero tiene derecho a crear su propia geografía.

La narrativa de Bergstein es amena y obviamente que complice, tratándose de un escritor mucho más contemporáneo. Leerle es un deleite que nos permite transitar entre sus vivencias que se entremezclan con las nuestras.

Bergstein es un viajero de raza. Su compromiso con los lugares que visita, así como el despojamiento que lleva a cabo de su conformación personal para poder involucrarse con los lugares, lo definen como tal.

Osado y audaz hasta decir basta, perdiéndose en lugares inhóspitos donde su vida corría peligro, lo obligaron a una intromisión en un constante diálogo personal, a raíz de que en varias oportunidades no tenía a nadie a su lado, en medio de heladas montañas aledañas al Everest.

Es un libro ameno y recomendable máxime para quién quiere recordar o tiene pensado viajar por allí.

Fue un buen compañero de playa, que me trasladaba de nuestras plácidas arenas acompañadas por el ulular del mar a partir de rugientes olas, a lugares tan remotos y agobiantes que me llevaban en forma constante a Asia, también impregnado por los recuerdos de aromas, agradables y de los otros, que me obligaron en varios casos a respirar profundamente el rico aroma de nuestro mar.

Estoy seguro que a Mauricio le gustará que lo haya vinculado con Saramago.


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