Como compañía de viaje suelo llevarme lectura.
En la preparación previa del mismo, disfruto seleccionando el libro que considero acorde para cultivar el espíritu del lugar que visitaré.
Las largas esperas de los aeropuertos, a veces más extensas que el propio vuelo, suelen ser propicios para leer. Me calma la ansiedad y también me aleja del abrumado trajín de los trámites de embarque. A ojos de los funcionarios de los aeropuertos, parecería que todos somos terroristas y en nosotros está demostrar lo contrario. Se percibe mucha tensión en las esperas y la lectura funciona a modo de antídoto, trasladándonos a otro escenario más plácido, acorde con el objetivo del disfrute.
Para este viaje, en que nos hicimos una escapada detrás del sol, escogí tres libros.
“El Jardinero del rey” de Frédéric Richaud (Aubignan, 1966), es una historia novelada, fiel reflejo de cómo se vivía en Versalles en el siglo XVII. La descripción surge a partir de documentos epistolares de un jardinero residente del lugar. El autor recrea el ambiente en momentos de la preparación de la mudanza al palacio para alojar al rey Luis XIV y su corte que provenían del Palacio del Louvre. Una versión muy particular y diferente de una época y de un rey de los cuales se ha hablado mucho pero fundamentalmente a partir del esplendor de quien se proclamara como el Rey Sol. En este caso, la narrativa hace hincapié en la mirada ecologista y comprometedora del jardinero personal del rey, quien va haciendo una narración de lo que ve a su alrededor incluyendo el trabajo en el jardín, preparación de los eventos sociales del palacio así como la descripción de la vida de la corte incluyendo las fastuosas fiestas.
También abordé a Claudia Piñeiro (Buenos Aires, 1960) en su novela “Tuya” la cual me dio la oportunidad de acercarme a esta autora tan nombrada por su creatividad y genialidad a la hora de describir la sociedad porteña.
Ambos muy disfrutables. Pero quiero hacer hincapié en el tercero que me sorprendió y lo considero muy recomendable. Se trata de la una investigación periodística que Diego Fischer (Montevideo, 1961) plasma en su libro “Qué tupé”, donde narra el duelo y muerte del Dr. Washington Beltrán (Tacuarembó, 1885-1920) en manos de José Batlle y Ordoñez (1856-1929), acaecida el Viernes Santo 2 de abril de 1920, hecho que conmoviera a Montevideo pero que luego pasara a la historia de nuestro país de una forma muy soslayada por no decir oculta.
En este libro, Fisher hace una descripción pormenorizada de la sociedad de la época con costumbres que hasta el día de hoy repercuten en nuestra idiosincrasia. Así llegamos a conocer un poco más la personalidad de José Batlle y Ordóñez, tan particular, dictatorial y un tanto violenta de quien fuera presidente de los uruguayos durante dos períodos: 1903-1907 y 1911-1915, a quien solemos poner en alto por tanto que hizo por nuestro país. Sin lugar a dudas, uno termina sintiendo adversidad y fastidio hacia ese hombre tan despiadado.
A partir de su concubinato con quien fuera la esposa de uno de sus primos y a modo de Enrique VIII, Batlle nos fue separando de la Iglesia Católica, convirtiéndonos en una sociedad anticlerical. A pesar de haber nacido en un seno católico, haber sido bautizado y educado en un colegio religioso, Batlle se opuso fervientemente a la Iglesia. Prohibió el uso de cruces e imágenes religiosas en centros de salud como hospitales y otras instituciones públicas, así como vetó la colaboración de las monjas par con los enfermos en dichos centros.
En 1907 promulgó la Ley de Divorcio, en 1908 suprimió el juramento de los diputados sobre los Evangelios, en 1909 prohibió la enseñanza religiosa en las escuelas públicas y en 1918 se aprobó en forma constitucional la separación de la Iglesia y el Estado. El hecho de no haber sido aceptada su relación con la argentina Matilde Pacheco (1854-1926) por la sociedad de corte católico a raíz de vivir en concubinato con una mujer casada, con hijos y teniendo hijos con ella antes de casarse, le llevó a cultivar ese odio contra la Iglesia Católica, cosa que hoy día en ciertos ámbitos, lamentablemente, se percibe en nuestro país.
En el libro se relatan los inicios de dos periódicos que estuvieron tantos años confrontados como fuera El Día propiedad de los Batlle y El País, fundado en 1917 por Washington Beltrán, Leonel Aguirre y Eduardo Rodríguez Larreta para defenderse contra las afrentas de José Batlle y Ordóñez .
La historia también incluye relatos de malogradas vidas de algunos representantes y forjadores de nuestra cultura como fuera el caso de José Enrique Rodó (1871-1917) quien muriera en exilio en Palermo (Italia), a partir de la expulsión de Batlle a quien molestaba por pensar diferente.
Lo mismo ocurrió con otros insignes representantes culturales como ha sido el caso de Florencio Sánchez, Pedro Figari, Joaquín Torres García entre otros. Estos han precedido, casi a modo de costumbre dentro de nuestros gobernantes de turno, la nula consideración de artistas nacionales de renombre internacional que en nuestro país no solo no tienen reconocimiento sino que tampoco cuentan con un sustento económico básico acorde, viviendo en penurias económicas o debiendo permanecer en el exterior.
Más allá del relato descriptivo y documentado de lo que fuera ese asesinato injusto, como se entiende a partir de los hechos (Batlle habría hecho una muesca en la bala para aumentar su poder mortífero), el libro rescata el ejemplificante proceder de la familia de Washington Beltrán, donde su esposa Elena Mullin quien lo sobreviviera 28 años, llevó a cabo con principios morales y religiosos que también hoy día persisten en ciertos sectores sociales de nuestra sociedad, a pesar de que hemos venido perdiendo ciertas pautas que otrora nos caracterizaran.
Es emotiva, no solo la abnegación con que la viuda sobrellevó el resto de su vida, sino la educación que dispensara a sus pequeños hijos en el amor y la fe, lejos de todo sesgo de odio o venganza convirtiéndolos en hombres de bien donde un par de ellos siguieron los pasos políticos de su padre.
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