Maldonado, Uruguay
El amplio predio destinado a albergar las esculturas de la Fundación Atchugarry en Manantiales es un espacio de regocijo, donde cuerpo, mente y espíritu logran alinearse en pos de una magistral experiencia.
Llegar allí y caminar sin rumbo, siempre nos propicia una sorpresa puesto que el sol y los nuevos ángulos con los cuales observemos las esculturas serán siempre diferentes.
Recorrerlo a la hora de la puesta del sol tiene un encanto especial que nos propicia un mayor goce así como un vínculo especial con las obras de arte y la naturaleza compuesta por sus verdes espacios, los lagos, así como también por su variada gama de animales silvestres incluyendo a los habituales conjuntos de carpinchos que se pasean con total naturalidad seguidos por sus crías a modo de una modalidad diferente del arte.
La mayor y mas destacada escultura es la realizada por el arquitecto Carlos Ott (Montevideo, 1946), que con forma de barco alberga las salas de arte.
Observarla en toda su magnitud desde lejos, proporciona la posibilidad de asimilar su majestuosa curvatura que ondea a la par de las colinas del lugar.
Está claro que Ott está compitiendo con el resto de los escultores y su obra compuesta por hormigón, madera y vidrio, se lleva el galardón como la mas osada pieza.
Donde no logró una buena resolución fue en su interior, algo que nos recuerda al museo Guggenheim de Bilbao donde su arquitecto Frank Gehry (Toronto, 1929), también privilegió la imagen externa logrando la mejor visibilidad como obra de arte sin lograr una buena resolución en las salas donde al día de hoy continúan condicionado y perjudicando algunas muestras que no logran empatizar con el lugar ya sea por la curvatura de las paredes, así como por la falta de espacios que generan la perspectiva acorde.
Al Guggenheim se va para ver el museo como obra de arte y su contenido pasa a segundo plano, algo similar a lo que ocurre con el Museo de Arte Contemporáneo Atchugarry (MACA).
En este caso resulta inconcebible que una sala inserta en un sitio costero y rodeado de verdes campos, le haya dado la espalda a su entorno.
Enclavado en ese majestuoso lugar, es incomprensible la razón de que sus salas estén bajo tierra perdiendo la oportunidad de permitir el ingreso de la naturaleza a las salas parar lograr un vínculo que permita al espectador nutrirse del verde, del agua, de los amplios cielos, propiciando una asimilación con mayor suceso de las obras de arte expuestas.
El gran muro Madre-Cava (1978), magistral obra de Gonzalo Fonseca (Montevideo 1922-1997), que desde 2022 habita allí, adquisición que hay que estar agradecido que habite ente nosotros, se pierde la posibilidad de brillar basada por luz que la potencie como se merece.
La mayoría de las nuevas salas destinadas a albergar exposiciones en todo el mundo incluyendo Europa, Asia y Estados Unidos, han sido construidos de cara a los espacios verdes escogidos a propósito.
Valga tener presente la Fundación Beyeler en Basilea, el Museo Burda en Baden-Baden, el Museo Voorlinden en Wassenaar en Países Bajos, la Fundación Louis Vuitton de París, el Museo Hombroich situado en el estado alemán de Renania del Norte-Westfalia, el Museo Jumex de Ciudad de México así como el Centro de Arte Contemporânea Graça Morais diseñado por el arquitecto Souto Moura con el cual logró el premio Pritzker 2011, por solo nombrar algunos representativos.
Adentrarse en las oscuras salas del MACA conlleva un recorrido de ultra tumba donde se le priva al espectador así como a las obras de arte, establecer un relacionamiento lúdico a la vez que enriquecedor con la luz natural.
Hoy día existen placas que permiten el ingreso de la luz sin que los rayos del sol perjudiquen a la obras. Hubiera estado acorde al lugar máxime que gozaron de un generoso presupuesto donde el envío de la cerchas de madera a Francia para lograr la curvatura en un viaje de ida y vuelta, da cuenta de ello.
Una pena que no se hayan privilegiado pisos altos que permitieran asimismo la visión del mar, espíritu que define por antonomasia el lugar.
Si bien la forma exterior del museo es muy creativa, las salas conllevan un concepto lúgubre que nos recuerdan a los búnkeres berlineses convertidos en museos con todo el pesado recuerdo de lo que fueran las guerras, algo totalmente alejado de nuestras realidades.
Mas allá de las muestras interesante que puedan haber en el MACA, siempre prefiero privilegiar el espíritu del lugar inicio de todo, donde la escultura, soporte tan poco considerado en nuestro país, ha logrado una espacio digno para el realce de nuestros artistas incluyendo al propio Pablo Atchugarry.
También la naturaleza se ha ido dejando mimetizar por las obras de arte y en algunos casos la han incorporado a su entrono como es el caso del nido de hornero construido encima de una pieza de Enrique Broglia, detalle que seguramente hubiera apreciado y agradecido.
La nómina de escultores es amplia entre los cuales se encuentran los uruguayos Javier Abdala (1971), Pablo Atchugarry (1954), Enrique Broglia (1942-2013), Ricardo Pascale (1941-2024), Octavio ”Toto” Podestá (1929), Diego Santurio (1977), Verónica Vázquez (1970) y Roberto Vivo (1953) con una majestuosa obra que semeja una capilla realizada en 2022, entre otros tantos.
Siempre en mis notas hago referencia a la ausencia prácticamente de quien fuera una de las mejores artistas que el Uruguay haya tenido, como lo fue Águeda Dicancro (1930-2019), quien representó al Uruguay en todos ls escenarios internacionales.
El MACA solo alberga una pieza en el espacio interior con no mucha visibilidad. Águeda debería de estar presente con una obra monumental en el parque como se merece.
Hoy día el MACA ademas de su colección permanente está albergando la muestra “Al paso de la lumbre” de Adam Jeppesen a la cual luego de varias semanas de haber sido inaugurada le colocaron finalmente los textos ploteados en las paredes, “El descubrimiento de sí mismo” de Joaquín Torres García y “El artista” de Bruno Munari.
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