Museo Hombroich

Neuss, Alemania.

Los cambios en el ámbito artístico muchas veces llevan un largo proceso. En algunos casos son imperceptibles, en otros inesperados y en otros planificados pero de larga maduración. Son procesuales y llevan años, a veces décadas hasta tanto son asimilados y definidos como tales, hasta llegar a buen puerto.

Ya hemos analizado, también criticado, la forma no cronológica que asumió la Tate Modern a la hora de exponer sus obras en su inauguración en el 2000. La historia del arte siempre la hemos asimilado como un proceso evolutivo a través del tiempo. Otro aspecto que siempre hemos reclamado frente a la muestras de arte es la identificación del artista y hasta no hace mucho tiempo habían espectadores que exigían que también las obras tuvieran nombre.

Hoy día esos aspectos están muy superados no en todos los contenedores pero si en varios. Por ejemplo en las ferias de arte están aquellas galerías que no identifican a los artistas de sus obras hasta tanto el cliente no se interese.

Otra deformación histórica es la de desafiar nuestros conocimientos y descubrir en función de nuestra formación visual el nombre del artista que realizó dicha obra.

Pero todo este esquema está superado y desde hace varias décadas viene incomodando, máxime en aquellos casos en que se pretende llegar al arte por emoción, por el simple gusto o por el vinculo que se crea entre la obra y el espectador. Esa experiencia se profundiza mucho mas aun cuando visitamos un museo o una sala armada para el deleite del visitante.

También existen varias propuestas de coleccionistas y museos que crean un ámbito rodeado de luz y naturaleza para fomentar un estado relajado y hasta catártico del espectador. Lo hemos visto en esta columna en el caso de la Fundación Beyeler de Basilea o el caso del Museo Burda de Baden-Baden entre otros.

Llevando aun un poco mas en extremo la situación, nos vamos a los casos de los museos enclavados en grandes espacios verdes como por ejemplos el caso del Instituto Inhotim ubicado en Belo Horizonte, Brasil, con un área total de 786 hectáreas o la Fundación NMAC en Cádiz, España con 30 hectáreas, ambos de carácter privado, que estimulan un estado de relax para que las obras sean asimiladas a través de todos nuestros sentidos apelando a la vivencia mas que al ejercicio mental generando un vinculo de las esculturas con el entorno natural.

También acá en Uruguay tenemos algunos casos similares que invitan al relax y a la comunión con las obras escultórica como es el caso de la Fundación Atchugarry en Maldonado o la incipiente fundación Campo Air, colonia de artistas que maneja un proyecto de construcciones para residencias y exposiciones, siempre cediendo protagonismo a la naturaleza.

Es así que llegamos al Museo Hombroich que les invito a descubrir. Está situado en el estado alemán de Renania del Norte-Westfalia entre las ciudades de Dusseldorf y Colonia, en la localidad de Neuss sobre el rio Erft.

Concebido bajo la misma idea de los anteriores mencionados, fusionando arte y naturaleza, fue fundado por el empresario inmobiliario y coleccionista Karl-Heinrich Müller (1936-2007) a partir de la adquisición del terreno, precisamente del parque en 1982. Su idea inicial era exhibir las obras de su colección y comenzó a construir en colaboración con varios artistas visuales, los pabellones que albergarían las obras.

Inicialmente adquirió 25 hectáreas de un área pantanosa y hoy día el complejo ocupa 250 hectáreas de praderas, bosques y agua que alberga una amplia variedad de aves y otros animales. Allí se encontraba la “Casa Rosada” construida en 1816, la cual había sido una villa industrial.

El museo abrió al público en 1987 y su criterio de exposición carece de información, no existe un orden cronológico y las obras de arte contemporáneo están mezcladas en dialogo con esculturas antiguas de China y de otras provenientes de varios viajes que realizaba Müller. No es un museo didáctico sino que se podría decir que es sensorial.

Para su abordaje estructural se valió del arquitecto paisajista Bernhard Korte para rediseñar todo el terreno dejándolo en un estado casi virgen, anterior al paso del hombre. Diferente a la propuesta de Luis XIV quien contrató a Le Notre para doblegar el paisaje natural y convertirlo a base de severidad en un jardín estético y antinatural.

Asimismo Müller se ayudó del escultor Erwin Heerich para la construcción de once pabellones (llamadas por Müller “capillas en el paisaje”) para exhibir las obras que van bajo techo.

Heerich se valió del ladrillo regional para la construcción de los contenedores, con piso de piedra, marcos de las aberturas de acero y puertas de madera, con techos en algunos casos vidriados para permitir el ingreso de la luz.

Cada pabellón tiene un fin especifico y todos llevan un nombre que los identifica para mejor abordaje. El pabellón destinado a los conciertos musicales lleva el nombre de Granero y la Casa Rosada que se mantiene en pie luego de haber sido restaurada no se usa para exhibiciones.

La cafetería se encuentra en el centro del parque bajo una construcción totalmente vidriada y es muy demandada por los visitantes.

En 1994 se agregaron los terrenos de la antigua Raketenstation Kapellen, antigua base de lanzamiento de misiles perteneciente a la OTAN y el Kirkeby-Feld, “el campo”, llamado así en honor al artista danés Per Kirkeby (1938-2018), donde se construyeron cinco edificios.

El arquitecto portugués Álvaro Siza Vieira, el japonés Tadao Ando, Raimund Abraham de origen austriaco y Daniel Libeskind nacido en Polonia, realizaron construcciones en el Raketenstation, convirtiendo el cuartel en estudios y apartamentos.

Cabe resaltar que Siza fue reconocido por este edificio con el máximo galardón en los Fritz Höger Awards 2014 por la excelencia en la construcción con ladrillos.

Asimismo a modo atípico, el artista Anatol Herzfeld tiene su taller allí donde crea y exhibe sus obras, principalmente esculturas de metal, entre los cuales se destacan los llamados “Guardianes”, que representan soldados robóticos. El artista está casi a diario en su taller y le gusta recibir y charlar con los visitantes. Luego de su fallecimiento, el pabellón pasará a manos de la fundación Ibsel Hombroich propietaria del museo.

La colección de Müller abarca varios siglos y está conformada por artistas de reconocida trayectoria entre los cuales podemos citar a Rembrandt, Paul Cezanne, Henri Matisse, Francis Picabia, Hans Arp, Alexander Calder, Alberto Giacometti, Yves Klein, Gustav Klim y Eduardo Chillida entre otros.

Cabe resaltar que el espíritu del lugar fue inspirado en la declaración de Paul Cezanne quien afirmó que el arte es una armonía paralela a la naturaleza,

Las entradas pueden resultar elevadas (entre 12 y 20 euros) comparativamente con otras propuestas sin embargo en el precio está incluida la comida “all you can eat”, con propuestas de productos campesinos regionales como manteca de cerdo, quesos, salchichas, pan de pasas, verduras varias, huevos caseros, fruta de temporada y con suerte pastel de streusel elaborado con frutos rojos.

La invitación queda hecha. El museo está abierto todo el año en horario extensivo excepto Navidad y Año Nuevo, con propuestas temporales que van variando periódicamente lo que no nos afecta pues lo importante es recorrer el museo que nos lleva mínimo tres horas.

  • Karl-Heinrich Müller (1936-2007)

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