Loa a la tierra

“La mariposa existe para que el árbol no se sienta tan solitario. Y el árbol existe para que la mariposa pueda descansar de su vuelo”

A medida que vamos creciendo nos vamos conociendo más a nosotros mismos.

He leído por ahí que a los 60 años sabemos recién lo que nos gusta y nos definimos en nuestros quehaceres.

Por eso me he propuesto comenzar una nueva vida. Renacer habiéndome dado el tiempo para conocerme a mí mismo.

Dentro de esas variadas materias encuentro la mas presente en mi vida que es la naturaleza.

Nací en el campo y mi esencia nunca ha cambiado. Si hoy día me hiciera un test de orientación vocacional no tengo dudas que apuntaría al campo.

He recorrido un largo camino que espero me depare aun otro trecho, y siento que cada vez me remito mas a lo simple.

El contacto con la tierra cuando la trabajo con mis manos, obviamente que sin guantes, me conduce al comienzo de todo. Siento una enorme satisfacción y conexión con el verde, con los animales, con la naturaleza en general, fuente de inspiración y aprendizaje continuo. No en vano, no en forma casual ha llegado este libro a mis manos.

Hacía mucho tiempo que quería abordar a este filósofo pero reconozco que esta materia siempre la relego en pos de otros géneros. Creo que no quiero leer más cosas difíciles. Quiero oírme a mí mismo, sentir los latidos de mi corazón y dejarme emocionar por lo que se decanta solo sin que tenga que provocarlo.

Un proceso similar seguramente ha realizado Byung-Chul Han (Seúl, 1959), cosa que percibo en este libro.No se trata de un gran libro, pero es grande la penetración que provoca en el lector, en mí.

Se le puede entender como un texto simple o también muy profundo. En mi caso me cala hondo pues me siento identificado en algunos de los conceptos y definiciones que maneja Han. No en todos.

A mí, a diferencia de este filósofo, me gusta más el día que la noche con sus variados colores y prefiero las estaciones luminosas antes que las oscuras, aunque el invierno me sirve de guarida para luego renacer.

Este libro que es casi de poemas, no se lee. Se le vive. Mientras lo abordaba estuve siempre en el jardín viendo a mi alrededor lo que iba leyendo.

Algunos de sus frases, como dice del autor, “son plegarias, confesiones e incluso declaraciones de amor a la tierra y la naturaleza”.

Trabajando con la tierra y en la tierra siento que no pierdo tiempo, sino que lo gano. El campo, el jardín, son lugares para demorarse.

Nada es inmediato.

Es vital el respeto que se merece la tierra, máxime que será allí, entre sus terrones donde descansaremos formando parte de la misma.

La tierra se nos hace hospitalaria.

Regar las plantas me da vida, me conecta, me hace más integrado y perteneciente al cosmos. La tierra es es una fuente de felicidad, de encuentro con uno mismo donde descansamos de nuestra fatiga diaria.

También Han cree en Dios y lo reconoce en todas las manifestaciones de la naturaleza.

En contacto con la naturaleza, observándola, creo que aprendo más que buscando la esencia de la vida, la filosofía en tantos libros. Dios está allí presente y si nos ponemos en sus manos podremos asimilar el concepto de la vida.La tierra nos lleva a nuestros orígenes, a nuestra infancia.

Realizo mi propio compost. Nada de lo que desechan mis plantas tiro. Las hojas de otoño caen para proteger la tierra. En el ciclo de la naturaleza está toda la filosofía de vida que necesitamos.

Las plantas y los animales son lo que nosotros fuimos; son lo que hemos de volver. Fuimos naturaleza como ellos, y nuestra cultura debe llevarnos de vuelta a la naturaleza por vía de la razón y la libertad. Por eso aquellos son al mismo tiempo una imagen de nuestra infancia perdida, que eternamente seguirá siendo para nosotros lo más querido, y que por eso nos llenan de una cierta añoranza. Al mismo tiempo son imágenes de nuestra suprema consumación en el ideal, y por eso nos sumen en un democión sublime”. Friedrich Schiller.

Otro aspecto que concuerdo con Han, es reconocer con vergüenza la indiferencia hacia la naturaleza, casi como un pecado, que hemos tenido antes de conocernos realmente.

Si volviera atrás, adoptaría un mayor respeto hacia la naturaleza, sean plantas, sean animales.

Desde hace ya un tiempo que vengo observando nuestros jardines tan poco autóctonos. Plagados de plantas y flores importadas, con pastos también traídos de fuera que hemos venido imponiendo a la fuerza en pos del sacrificio de nuestra flora.

Una lucha constante como la impuesta por Luis XIV cuando convirtió los bañados agrestes en los jardines de Versalles que nada tienen que ver con el entorno natural.

Cuánto me gustaría dejar que nuestros jardines dieran cabida a la información que tienen en su tierra, donde habitan flores silvestres, arbustos o tantos otros que mal llamamos yuyos.

Según Walter Benjamin, lo que caracteriza al verdadero coleccionista es un estupor ante las cosas, que es esa capacidad de inspiración que antecede a la posesión. Apenas el coleccionista tiene las cosas en sus manos parece inspirado por ellas….” y yo tengo ganas de apropiarme de nuestra flora para que ella me haga suyo.


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