La joven de la perla

La pinturas de Johannes Vermeer continuan cautivando a su público rehén, quienes caen seducidos tal cual un insecto en una tela de araña.

De ese efecto seductor tampoco logró liberarse la joven estudiante Tracy Chevalier quien a sus 20 años en 1981, quedó fascinada frente a un póster que reproducía la obra “La joven de la perla”, una de las pinturas más enigmáticas de la historia del arte realizada por Vermeer en 1666.

A partir de ese encuentro, Chevalier se propuso viajar detrás de cuanta obra del pintor holandés hubiera en el mundo, que rondan en un número de treinta y siete con autenticidad verificada.

Comenzó viendo las tres que había en Washington DC, su ciudad natal y luego fue viajando detrás de las mismas.

En 1996 había visto 24 hasta que llegó a la retrospectiva del artista llevada a cabo en el museo Mauritshuis de La Haya, donde se exhibían 23 obras, teniendo Chevalier la oportunidad de adicionar seis más a su lista, incluyendo “La joven de la perla”.

Pero fue allí en esa exposición atiborrada de gente donde Chevalier se dio cuenta de que Vermeer no había pintado sus cuadros para que fueran mal observados de esa forma. Los cuadros del pintor holandés necesitan un vínculo especial, un tiempo único donde hay que ver y dejar que la obra también nos observe.

El artista nacido, criado y fallecido en Delft, se tomaba varios meses para pintar cada cuadro y en un ejercicio de imaginación Chevalier fue recreando en 1999 la forma en que a su criterio, este artista habría llevado a cabo “La joven de la perla”.

De la vida de Vermeer quedaron muy pocos registros, lo que sumado a sus enigmáticas obras, adicionan un efecto aun mayor a la hora de interpretar sus obras.

Es así que Chevalier recrea en esta novela de ficción, basada en los pocos elementos biográficos certeros del artista, su vida durante los meses previos a la concreción de la pintura que lleva de título su libro.

Vermeer perteneciente a una familia protestante, vivía en casa de su suegra católica, desde el momento en que se casó, habiendo tenido quince hijos.

En el tiempo que le dejaba su trabajo al frente de la fonda que heredara de su padre donde vendía obras de artes, y lidiando con la gran cantidad de personas que convivían en su casa, sumado las sirvientas que asistían en su casa, lograba ir dando vida a sus cuadros tan particulares, en su mayoría realizados para su único cliente y mecenas básicamente.

La chica que dio vida a este cuadro ha resultado un enigma para la humanidad que nunca se llegará a resolver. Hay quienes dicen que se trató de un tronie, especie de carta de presentación que realizaban los artistas para dar cuenta de sus dotes, donde el retratado era producto de su imaginación. Otros opinan que podría tratarse de una de sus hijas.

Chevalier optó por recrear una historia basándose en una chica que habría trabajado como sirvienta en la casa del artista y quien lo habría seducido a través de sus grandes ojos.

La novela se desarrolla en el ámbito de la época en Delft, entre 1666 y 1667 donde la escritora va describiendo, casi que al mismo ritmo lento del pintor, las vicisitudes que se vivían dentro de la casa-estudio del artista y sus alrededores incluyendo el mercado y la iglesia.

La novela comienza con pinceladas muy a tono con las de Vermeer, ágiles pero pausadas, lo que incomoda al inicio al lector ávido por adentrarse en la historia y develar el secreto que envuelve la pintura.

Pero es recién cuando captamos el espíritu de la propuesta literaria, momento en que comenzamos a dejarnos estar y logramos disfrutar de la historia.

Podremos estar de acuerdo o no con la versión de esta escritora americana, pero lo cierto es que tampoco podemos negarla pues las pinturas de Vermeer no nos resuelven historia alguna. Su estilo se adelantó a las instantáneas fotográficas y sus pinturas son instancias personales donde el retratado es sorprendido, en algunos casos en donde ni siquiera se percata de la presencia del espectador.

Esta novela es muy amena, descriptiva de la época y de un sesgo romántico donde Vermeer a través de Chevalier, prácticamente cede el espacio a su cuadro y a su personaje.

El libro no revela información, solamente describe circunstancias donde el pintor entra y sale de las escenas sin saber que está siendo siquiera observado, dentro de su mismo estilo de pintura.

Podemos considerar que se trata de una novela banal, sin embargo la misma capta el espíritu que envuelve el aura de las pinturas de Vermeer donde nada pasa a la vez que sucede mucho.

Es muy disfrutable y no falta la cuota de romanticismo a la vez que de erotismo, que la escritora logra transmitir a través de sugerencias y no de evidencias al respecto.

Utiliza el mismo foco de luz que Vermeer pone en sus pinturas de forma muy sugerente para guiar nuestra mirada.

Chevalier va abriendo paso en su historia tan real como de ficción, casi que a modo de cortinas que se van corriendo, logrando que pongamos atención en aquellos focos que ella ha escogido uniendo su espíritu con el del pintor. Chapeaux!


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