La Habana, a mi regreso

Creo que viajo a lugares remotos para alimentar a mi inquieta alma que me demanda diversas vivencias.

No me interesa hacer turismo. Nunca me he definido como turista, sino cómo viajero.

Me gusta entreverarme entre la gente de cada lugar y tratar de pasar desapercibido procurando, si bien no vivir como ellos, acercarme para percibir sus modos de vida.

Todos somos iguales a la vez que únicos, pero no creo en la maldad de las personas, sino en las circunstancias de vida que nos obligan a doblegarnos para sobrevivir.

Y eso se nota en extremo en el pueblo cubano.

Son los amos de la improvisación y logran vencer los desafíos impuestos por un gobierno imperante que no deja de batallar contra el imperialismo, tal cual ellos definen a su adversario, aunque ello les cueste la vida a generaciones tras otras.

Sin dudas se trata de la batalla más larga del mundo, donde sus aliados, no los asisten como debieran, mucho menos hoy día donde Rusia está ocupada con otros menesteres.

También chinos y rusos se dejaron doblegar por el capitalismo, y la pobre hermana menor Cuba, resiste creyendo que algún día lo lograrán.

No es fácil para ellos sobrevivir. El día a día es una batalla que se debe de vencer para amanecer en la siguiente jornada.

Llegar al fin del día es un gran éxito y para ello matizan sus luchas con el ron y la música.

Decir ron es una simplificación pues a lo que accede el pueblo, es a un derivado del mismo por supuesto de mala calidad.

Ron, habanos y langosta, quedan restringidos para los extranjeros.

Los cubanos no tienen acceso a los lugares que los turistas visitan. Tampoco posibilidades económicas.

A pesar de ello, siempre están alegres.

La frase que más se oye en constantes diálogos que la gente lleva a cabo en las calles, pues durante el día abandonan sus casas donde suelen vivir hacinados, es “no es fácil “.

Mendigan dinero, comida, ropa pero más que nada atención.

El mundo entero los ha invisibilizado.

Salir del país en búsqueda de oportunidades es muy difícil, imposible para la mayoría.

Solo lo logran aquellos que tienen propiedades y una buena cantidad de dinero, no solo para solventar los pasajes aéreos, sino para el tramiterío que lleva lograr el pasaporte.

Pero lo que más carecen los cubanos es libertad de pensamiento. Están oprimidos, subyugados, y siempre temerosos de todo. El miedo es el peor compañero de vida de las personas, y allí se expande con total libertad cual dueño de casa.

Los cubanos están embarcados a la deriva en una gran isla que nunca llega a tierra firme.

El solo hecho de estar rodeados de agua por todos los costados, limita sus posibilidades.

Recorrer el Malecón tiene una connotación de tristeza implícita.

Ese mar donde tantos han padecido tratando de escapar de su país embarcados en balsas que no resisten demasiados kilómetros.

El Caribe está lleno de almas que nunca podrán liberarse y es muy estremecedor, ver a tantas personas paradas con la vista perdida en el horizonte, llorando a familiares y amigos o lamentando sus frustraciones de no poder llevar la vida como quisieran.

La mayoría de las personas con las que entablé diálogo, quisieran irse, pero “no es fácil”.

Visitar Cuba implica estrecharse con su pueblo, con sus necesidades y con su dolor.

Imposible estar alegres. Podemos pasar un buen momento, comer platos sabrosos, admirar su bella arquitectura qué día a día sucumbe frente al paso del tiempo y la falta de recursos para mantenerlos, pero el espíritu que nos aborda y nos hace suyos es la tristeza y en algunos casos el desasosiego frente a la impotencia que la situación nos genera.

Difícilmente podemos presumir de nuestra vida, de nuestro viaje, cuando en cada mirada de quien tenemos delante atendiéndonos con su mejor sonrisa en la cara, deja traslucir en su mirada, la angustia constante que los doblega.

Nos dejamos seducir por los hermosos coches clásicos, algunos bien cuidados, que transitan por las calles de La Habana, pero eso no es mérito, sino que es necesidad.

Allí todo se arregla y nada se bota como tampoco se vota.

Hay puestos en las calles armados de forma muy precaria, ofreciendo reparaciones de lo que sea, cómo es el caso de los encendedores.

La mugre convive con la gente y se ha apoderado de las calles. No es por que los cubanos sean sucios, sino que están deprimidos, desanimados y ya han bajado los brazos.

Todos los deshechos los arrojan a la calle y siempre habrá otro quien lo recoja, si es que lo puede vender como el caso de las latas de bebidas, por citar un ejemplo.

La celebración del 1 de mayo duró varios días. Un escenario sobre la calle Galiano daba cita a conjuntos musicales uno tras otro con volúmenes estridentes atentando la salud, con decibeles por encima de lo normal.

Eso, sumado a toneladas de bebidas alcohólicas, provocan un estado catártico del pueblo entero volcado a las calles, algunos con bebés en los brazos.

“Pan y circo”, fue la idea que me sobrecogió enseguida, recordando al Imperio Romano.

Sobre Galiano daba mi apartamento, el cual debía de cerrar a cal y canto para evitar el sonido estridente, amén de que el edificio temblaba también al son de la música.

Los supermercados están restringidos para los extranjeros. Tampoco vi ninguno.

Existen una especie de galpones oscuros donde se exhiben alimentos básicos restringidos en cantidades por familias y siempre hay que hacer largas filas para obtenerlos.

Las colas son permanentes en forma diaria y en todas las calles.

Ya forma parte de la idiosincrasia de los cubanos: esperar y rogar para tener suerte.

Hacía más de veinte años que no visitaba La Habana y la encontré peor. Acompañé el viaje con “Trilogía sucia de La Habana” escrito por el destacado escritor Pedro Juan Gutiérrez en los 90, y la situación hoy día es más grave.

“Hace viente años éramos millonarios”, me comentaba la gente.

Moverse para el interior del país es prohibitivo por el precio del combustible.

No solo que es caro sino que escasea. Hay que anotarse y cuando les toca turno, deben de hacer largas colas durante toda la noche.

La situación en el resto de las ciudades, es peor, más acuciante.

No le encontré sentido ir hasta Varadero, campana de cristal para extranjeros. Ya había estado la vez anterior y no la pasé bien.

Lo mejor de Cuba es su gente.

Sobre el arte en los museos ya publiqué unas notas.

Llama la atención la pobreza de la artesanía, cuando podría tratarse en un gran mercado. No hay nada de calidad, ni siquiera las guayaberas con las cuales podrían lucirse.

La comida es regular en virtud de la escasez de los ingredientes. Hay que ir a los mejores restaurantes.

Llama la atención la falta de servilletas de papel.

En una buena cafetería frente a la iglesia San Francisco de Asís, zona el cual ha sido restaurada, me sirvieron un sándwich de atún sin cubiertos, tampoco sin servilletas.

De todas formas, creo haberme enriquecido en este viaje, seguramente de humildad y de mayor valoración de mi país.


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