Tacuarembó, Uruguay.
He estado en varios hoteles, en muchos, pero nunca me olvidaré la primera vez que entré en la habitación de uno.
Tendría ocho años aproximadamente. No lo puedo discernir pues es un recuerdo recurrente que me sobreviene cada tanto sino otro referente que lo ate a mi edad.
Fue en Tacuarembó. Mi padre había viajado a comprar ganado y mi madre quiso sorprenderlo y me llevó para luego regresar los tres juntos.
Creo que no me olvidaré nunca la impresión que me llevé cuando mi padre nos abrió la puerta de su dormitorio. Hasta los olores de la habitación siento recordar. ¡Quedé maravillado!.
Aprovechando el viaje o tal vez haya sido al revés, mi madre quiso visitar a su padre que estaba muy mayor y enfermo.
-Te voy a llevar a que tu abuelo te conozca, – me dijo.
No tenían una buena relación, ni siquiera relación. Sus padres se habían separado cuando ella era muy chica y la imagen del Viejo Cassou, como siempre lo había llamado, se le había desdibujado. Razones tendría . Nunca la entendí, pero la respeté. Me consta de que el Viejo Cassou había hecho de las suyas. De yo haber sido más grande, le hubiera aconsejado acercarse y perdonarlo.
Preparándome para el encuentro, mi madre me había dicho que él tenía unos grandes ojos azules que hasta el día de hoy veo aunque nunca llegamos a visitarlo. Recuerdo su cara con su mirada fija en mi, observándome desde el momento en que ingresé a su dormitorio.
Que le habrá pasado en el ínterin a mi madre es algo que hoy me gustaría preguntarle.
Aquel viaje marcó una instancia de mi vida importante. Carente de peso, pero sin embargo profundo. Mi abuelo lamentablemente nunca me conoció y yo tampoco a él.
Mi madre quiso, pero no pudo.
Deja una respuesta