En febrero de 2002 viajé a México DF con el fin de recorrer el llamado circuito “México Colonial” el cual comprende una serie de ciudades al norte de la capital incluyendo Santiago de Querétaro, Dolores de Hidalgo, San Miguel de Allende, Guanajuato, Zapopan, Tonalá, Pátzcuaro, Morelia y Guadalajara entre otras.
Para cubrir el recorrido me renté un coche para lo cual escogí el llamado Fusca Volkswagen que consideré adecuado para comulgar con el espíritu del lugar, seguramente por algo que me quedó en la mente luego de algún libro o película. Lo que no sabía era que el destino tenía preparado otro tipo de viaje para mi.
Al llegar a la rentadora a retirar el Fusca noté que no había llevado la libreta de conducir, por lo que tuve que apelar al plan B el cual no estaba dentro de mis alternativas siquiera.
Es así que luego de recorrer un par de días la agobiante y desordenada capital, salí a cubrir mi recorrido colonial, previamente estipulado, en autobús.
Para mi sorpresa me encontré con una fabulosa red de servicios con buses de diferentes categorías con una amplia cobertura de las zonas con horarios durante todo el día. De esa forma comencé mi periplo de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo, llegando a las estaciones centrales las cuales contaban con servicios variados de locomoción para llegar al centro de cada una, que iban desde mini buses, taxis hasta coches colectivos.
Me imagino que hoy día también estarán los servicios de coches que funcionan con las redes.
La ciudad más promocionada de esa zona, siempre ha sido San Miguel de Allende, en virtud de ser un sitio escogido para los norteamericanos jubilados que han encontrado allí la posibilidad de vivir en un buen clima en un ámbito acorde a sus necesidades sin que les falte nada y a mejores precios que en Estados Unidos. Allí tienen todo resuelto de forma muy prolija y completa, lo que le en parte le quita el encanto de las ciudades del interior donde el charme radica en la sencillez de la gente servil y con servicios imperfectos que hacen que el lugar sea único, original y más disfrutable. O sea la ciudad ha perdido un poco su encanto original.
Previendo lo que sería la “frutilla del postre”, la fui dejando para lo último para que no me opacara el resto. Y no me equivoqué aunque encontré en el resto de las ciudades un mayor deleite y autenticidad lo que me sedujo mucho más aun.
Pátzcuaro pareciera estar paralizada en el tiempo hasta con sus propios pobladores que otrora la habitaran. Construcciones de época que aun se conservan con sus paredes pintadas todas iguales. Todas las casas son blancas con una franja rosada en la parte inferior que recorre la ciudad a modo de marca registrada. Maravillosa ciudad con su plaza principal rodeada de arcadas, árboles frondosos y una artesanía que caracterizan el lugar.
En otras como Morelia me encontré con las más hermosas iglesias que he visto con decoraciones barrocas realizadas por manos indígenas, quienes guiados por artistas españoles del siglo XVI le imponían el estilo que no era logrado a la perfección y es allí justamente donde radica la belleza de las piezas.
La iglesia de San Diego también llamada Santuario de Guadalupe construida en el siglo XVIII, decorada en 1915 por Joaquín Orta con flores en sus paredes y techos, es una explosión de colores que creí que mis ojos no podrían resistir. Combinación de técnica de escultura de barro de la tradición indígena con la técnica de yesería europea, las piezas adosadas a los muros conforman el encanto del templo. Llegué en medio de una celebración de misa dominical y la vista se me iba para todos lados menos para el altar.
Fue una oportunidad única para viajar por la región sin apuro conversando con las personas que me iban atendiendo y al paso de la propia idiosincrasia del lugar. No tuve oportunidad, tampoco ganas, de apretar el acelerador.
Una nochecita, cuando iba en un micro bus que me llevaría hasta el centro de Guanajuato y siempre sentado adelante para no pasarme de la parada correcta , mientras atravesábamos un túnel largo y oscuro, el conductor me sorprendió diciéndome:
– Acá debe bajarse joven – .
Mi cara de desconcierto un tanto dudoso y asustado, pues nunca dejamos de tener presente que México también cuenta con una red de peligrosos personajes mas que nada pertenecientes al narco trafico, desconcertó al conductor que me insistió con un “ ándele pues ” y allí mismo en medio del túnel en total oscuridad, descendí del coche.
Lo primero que hice fue verificar la billetera en el bolsillo correcto.
Por suerte estaba viajando solo con una mochila que llevaba colgada con muy pocas cosas. Como no bajé solo, me puse detrás del resto para seguirles hasta tanto observé que en un rincón del oscuro túnel, miraban para arriba comenzando a trepar por unos varillas de hierro que cumplían con la función de escalones.
Trepé hasta salir por un círculo en el cual dudo hubiera pasado con una valija y allá, haciéndole caso a la orden del “ándele”, arribé a mi destino.
Ese sitio seguro no era la parada oficial pero acortaba mucho la caminata y era usada por los paisanos del lugar.
Nunca me olvidaré mi impresión, razón principal de esta instancia. Al salir en medio de la plaza de la ciudad la cual estaba de fiesta muy animada y con bandas de músicos quede extasiado.
Parecía que estaba entrando en un sueño. Se trataba de la Plaza Principal de León, con su fuente al centro flanqueada de leones, escenario tanto de la historia local como nacional, rodeada de edificios como la Presidencia y las iglesias más antiguas del lugar.
Allí mismo me quería quedar gozando de toda aquella exaltación del lugar con gente tan animada que parecían estuvieran dándome la bienvenida.
No dudé en alojarme en el hotel colonial frente a la plaza sin siquiera consultar el precio. La situación lo ameritaba y allí mismo en un restaurante frente a la plaza, cené. Racionalizar el gasto desmedido dentro de mi presupuesto, sería tema del día siguiente.
Tal vez debiera saltearme alguna comida o viajar en un bus no tan confortable, pero en ningún momento lo dudé.
Luego de experimentar y vivir estos pueblos tan autóctonos todo al alcance solamente de una caminata, desistí llegar hasta Guadalajara con temor de opacar mi espíritu pueblerino desarrollado durante esos días.
Estas son de esas instancias que siempre recordaré como mágicas y que acompañarán en mis recuerdos viajeros. No hubo un lugar y momento de San Miguel de Allende que superara esa experiencia por más lugares bonitos, restaurantes y artesanías tuviera.
Moraleja, hay que viajar precavido, pero también dejarse llevar por las personas locales atentas, sanas y bondadosas que nos facilitan nuestro viaje, pues la variedad es amplia y aun hoy día, creo yo, prevalecen más estos últimos.





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