Instancias Viajeras: Dalí en Argentina

Buenos Aires, Argentina.

Esta nota también la podría haber titulado como “La importancia de ver una obra original”.

Mas allá de toda la información virtual que recibamos, la experiencia de ver una obra de arte original no tiene comparación alguna con otra forma de acercamiento.

La forma de fijarnos, no solo el hecho de mirar, sino como se nos fija la obra, es diferente.

Las obras de arte no solo son vistas, sino que también el espectador debe someterse a su observación.

No es lo mismo ver una foto de Mona Lisa de Leonardo da Vinci, que exponernos frente a ella para que nos observe, pasando de ser de observador a retratado. Esto se ve claramente también en las obras de Rene Magritte (Lessines 1898-1967) quien trabajo bastante en esa característica de intercambio entre obra y espectador.

Ni que hablar de las obras de arte contemporáneo donde directamente hay algunas que sin espectador no existen.

Podemos remitirnos al caso de las esculturas de Anish Kapoor (Mumbai 1954) que recientemente fueron exhibidas en Fundación Proa en Buenos Aires.

Las obras de arte deben de ser abordadas con todos nuestros sentidos, los cinco y los otros que desconocemos pero que actúan igual.

Debemos dejar que las obras nos envuelvan, nos hagan suyas. Un profesor de arte de chicos les decía que debían de acercarse lo mas posible a los cuadros de Mark Rothko (Letonia 1903-1970) hasta tanto se sintieran caer en la inmensidad de sus espacios de colores, mas que les costara trabajo a los guardias de salas.

Yo trato siempre de acercarme lo mas posible a la obra, me gusta olerla, verla de perfil máxime si tiene relieve y por ahí, si se trata de una escultura, tocarla. Es el caso de las piezas de Pablo Atchugarry (Montevideo 1954) que son irresistiblemente seductoras y sensuales y nos invitan al tacto.

Otro tema muy importante para la fijación de la obra es la visita a las muestras temporales. Mas en nuestro caso en que estamos tan alejados del hemisferio Norte donde un viaje implica atorarse de obras muchas veces no digeribles con el ánimo de abarcarlas todas.

Las exposiciones individuales nos brindan la oportunidad de comprender mejor la dialéctica del artista. Llegar a la médula de su fuente de inspiración, máxime cuando se reúnen obras de diferentes épocas donde en algunos casos tal vez nunca estuvieron reunidas en un mismo ambiente.

Es el caso de la muestra “Dalí en Argentina” a la cual viajé especialmente a Buenos Aires para verla en junio de 1986. Producto de esa experiencia aun al día de hoy y luego de 34 años recuerdo perfectamente las palabras del guía así como las sensaciones que me iban provocando algunas obras.

A mi regreso volqué todas aquellas anécdotas a quien fuera mi maestro de arte Hugo Longa quien me escuchaba con atención viéndome tan excitado.

Y conste que Dalí no me gusta, aunque se trate del mayor exponente del Surrealismo.

La muestra se llevó a cabo en uno de los edificios mas hermosos como es el Palacio Errázuriz sede del Museo Nacional de Arte Decorativo que se jactaba de recibir la mejor muestra que habían tenido hasta la fecha.

Las obras de Salvador Dalí (Figueras 1904-1989) provenían de la Colección Perrot-Moore que llegaban a través de la labor de Praxis, Promoción Internacional de la Cultura.

El cineasta Sir Alexander Korda presentó a Peter Moore a Dalí en Roma en 1961 y desde allí se desarrolló una relación entre ambos que les uniría en un vinculo tanto de amistad como comercial a partir de las compras constantes que le hiciera al artista.

No siempre es común encontrar en las muestras personas informadas y buenas comunicadoras a la hora de explicar la obra de un artista, pero en este caso no dudo de que había dado con una chica que reunía ambos aspectos y que lo hacía muy bien.

Recuerdo como nos hacía observar las pinturas, entrecerrando los ojos, viéndolas de diferentes ángulos para descubrir distintas obras dentro de una misma, característica de las obras de Dalí. Su análisis de La Apoteosis del dólar, obra realizada entre 1965 y 1968, fue magistral. En la misma participan su esposa Gala convertida en Venus, Marcel Duchamp (Blainville-Crevon 1887-1968) disfrazado de Luis XIV y el propio Dalí a modo de Velázquez.

Esta magnifica obra cumbre suya, hoy día integra el acervo de la Fundación Dalí luego de ser adquirida en 1991. Una pintura al óleo de monumentales dimensiones que había que observar de lejos para poder abarcar sus veinte metros cuadrados de lienzo.

Así como también recuerdo el análisis de Toreador Alucinógeno de 1974. Nada de ello se puede lograr mirando una foto o una lámina siquiera, lo que sumado al hecho de que aun en esa fecha Dalí vivía, lo que le daba un carácter mas especial aun. No dudo de que me hubiera encantado conocerlo y ¿quien no?.

Recuerdo con la pasión con que la guía comentaba anécdotas de la vida del artista que aun repito cuando me refiero a él en mis charlas. La presencia constante de dos esferas como si fueran piedritas o huevos, en todas sus obras con que da cabida a su hermano, a quien sustituyó hasta con el mismo nombre luego de que sus padres lo habían perdido.

La angustia de ser un sustituto y nunca conformar de forma definitiva a sus padres quienes idealizaban el hijo muerto, le acompañó durante toda su vida. Los ataques de ira que llevaba a cabo para que sus padres le prestaran atención, como fue el caso de tirarse por la escalera en su casa frente a los invitados en un día de fiesta donde él había quedado relegado a su habitación. La constante paciencia de Gala quien fue mas madre que esposa a quien tenía presente en sus obra a través de una forma reconocible u otra.

Regresé a casa como si hubiera participado en un seminario intenso de arte. ¡Había aprobado la materia!. Una experiencia inolvidable lo que sumado a que el ministro de cultura argentino era el escritor Marcos Aguinis, lo que visto desde hoy día le agrega un toque mas particular aun.

Reitero, no hay manera de sustituir la aprehensión artística que se logra a través de ver originales y de viajar. Difícilmente me niego a entrar a una muestra individual retrospectiva, pues siempre saldremos de allí transformados, como fue el caso cuando me crucé con la muestra de Tamara de Lempicka (Varsovia 1898-1980) en el Vittoriano de Roma en 2011, pero eso será tema de otra nota.


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