Lima, Perú.
Sobre mi viaje a Perú en noviembre de 1999 ya escribí una Instancia Viajera recordando cuando una señora en plena procesión me obsequió tan amablemente una imagen de un santo para que nunca me faltara el trabajo. En esta ocasión regreso al mismo viaje pero a otra momento.
Viajé para visitar la Bienal Perú lo que me dio la oportunidad de escribir mi primera nota para un periódico cubriendo el evento. Invitado por unos amigos, también tuve curiosidad de conocer como se desenvuelve otro público de perfil social mas encumbrado como son los que participan de las corridas de toros. Se trataba de una fiesta imperdible según mis amigos con quienes venía frecuentando día a día la Bienal. Para ello, guiado por ellos, compré entrada en el mejor lugar de la plaza para estar junto a ellos quienes ya tenían sus ingresos.
En esa ocasión participaba Julián López, “El Juli” como estrella protagónico, lo que aseguraba una mayor concurrencia siendo el español con mayor popularidad en ese momento.
La previa fue muy entretenida y de mucho saludo. Allí se va no solo para ver sino para ser visto. Mis compañeros que conocía del ámbito artístico me facilitaron comprender el funcionamiento de las corridas.
Ya había estado en dos oportunidades en corridas de toros España: una menor en Xativa y otra destacada en Madrid en San Isidro donde un compañero de banco me explicó todos los códigos. Estaba claro que no era un evento que me gustara por el sufrimiento de los animales pero quise conocer como se movía el público peruano en ese tipo de ferias.
La prensa no paraba de tomar fotos a mis compañeros y su entorno y era un cotorrerío pues todos hablaban alto a la hora de saludarse y relacionarse. Allí pude percibir las diferencias de clases que existen en Lima entre la gente que circula por la calle y la de la alta clase social.
Estando sentados no dejaban de circularizar los vendedores ambulantes que tanto incomodaban al público atento a las corridas. La consigna, como bien me explicaron, era no dejarlos pasar poniendo las piernas rígidas para que los pobres hombres no avanzaran ofreciendo sus manzanas caramelizadas y demás productos. – No les des paso, -me ordenaba mi compañera de asiento que luego la vi en las fotos de sociales del periódico Cambio.
Me llamó la atención con el despropósito con el que trataban a los vendedores y lo soberbios que resultaban. Fue una experiencia particular que me dio la oportunidad de conocer otra faceta de la sociedad limeña. No se si aun se continúan celebrando esos eventos, pero estaría bueno que no.
A la salida de la corrida, en una esquina estaba el vendedor. Me acerqué para pedirle disculpas pero ni bien comencé a hablarle, se acercó un comprador y otros mas dándole tiempo apenas para decirme que no me preocupara. Me fui pensado que ya debían de estar acostumbrados a esas actitudes y que cada sociedad con sus códigos.



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