París, Francia.
Leyendo la maravillosa novela “La elegancia del erizo”, de Muriel Barbery (Casablanca, 1969), encuentro un pasaje que hace alusión al salón de té Angelina, el lugar más dulce de Paris.
Ubicado en la rue de Rivolli, fue diseñada por el belga Edouard-Jean Niermans destacado arquitecto de la Belle Epoque.
Llegar allí es un viaje que nos lleva por el túnel del tiempo.
Cocó Chanel al igual que Proust eran clientes asiduos.
Angelina es de visita obligatoria si vas por Paris. Es del nivel de Fouchon pero con un toque más austríaco en virtud de su fundador que la abrió en 1903. Es la prima francesa de la casa londinense Fortnum & Mason.
– Cuando se toma el té en Angelina, se está en Francia, en un mundo rico, jerarquizado, racional, cartesiano, regulado, – dice Paloma, uno de los personajes centrales de la novela.
Viviendo en Paris, un amigo me convidó a tomar el tradicional té francés a casa de su tía en un barrio muy alejado a la atiborrada zona turística. Casi donde Paris acababa pero dentro de su anillo perimetral.
Tuve la ingeniosa idea de llevarle una caja de “macarrons” en su variedad de colores que daban pena comer pues eran una composición artística.
Ese gesto tan gentil y proviniendo de esa casa de té, hicieron que me ganara el corazón de “cherie oncle” de quien lamentablemente no recuerdo su nombre.
Tampoco eran tiempos de fotos digitales y toda esa instancia quedó solamente guardada en mis recuerdos que me gusta recuperar y compartir.




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