Montevideo, Uruguay.
Joaquín Torres García a 72 años de su fallecimiento continua siendo un artista resistido por el arte nacional.
Se podría decir resistido por los uruguayos, pero el ámbito artístico cultural así como el de la arquitectura, aun siguen sin propiciarle al reconocimiento debido.
Es un hueso duro de roer.
El hecho podría entenderse por la forma con la que el maestro irrumpió en nuestro país en 1934 a su regreso de Europa, donde nuestro referente artístico era el Círculo de Bellas Artes que había sido fundado en 1905 y contra el cual Joaquín Torres García (JTG) arremetió.
A su llegada, de regreso al país luego de 43 años de ausencia, JTG no consideró los aportes de los artistas realizados hasta ese momento en Uruguay y tampoco se acercó a los artistas de la forma mas diplomática.
Su estilo era severo y no aceptaba diferentes propuestas mas allá de que carecía de un programa que iba armando sobre a marcha.
El reconocimiento visual de nuestros paisajes en el arte no cabía en su retórica, razón por la cual se confrontó con José Cuneo entre otros.
Tampoco aceptó a Juan Manuel Blanes ni a Pedro Figari. Solo Rafael Barradas era merecedor de su respeto.
Fue bastante déspota y severo a la hora de acercarse al público, al cual se dirigía en diferentes ámbitos. Impartió su discursos en el Ateneo donde daba sus clases, Facultad de Arquitectura, de Humanidades entre otros.
Fue tan resistido que solo un grupo de jóvenes veinteañeros lo siguieron. En 1943 abrió su taller y allí solo acudieron jóvenes dispuestos a aprender las normas que el maestro propagaba con fervor y convencimiento sin considerar las opiniones ajenas.
Esta resistencia del público en general, no ha actuado de la misma con quienes fueran sus alumnos entre los cuales sus hijos Augusto y Horacio, Alpuy, Mattos y otros artistas que tienen muchísima mayor aceptación.
El uruguayo es muy particular, muy desconfiado e inseguro. Mantenemos resabios de nuestros indígenas y criollos siempre desconfiando de quién viene desde afuera.
Por otro lado, JTG es el artista uruguayo con mayor reconocimiento a nivel internacional y goza de mas prestigio fuera que en su propio país.
Gracias al trabajo incansable de Manolita Piña quien fuera su esposa, JTG y su escuela cuenta con un museo que a pesar de los avatares culturales de nuestro país, se mantiene en pie.
Manolita fue su sustento económico mientras vivieron en el exterior y su longevidad, vivió 111 años, le facilitó el trabajo para con la fundación y el museo con el fin de difundir y preservar su obra, aspecto no menor para los artistas que no quieren volver a morir como sucede con la mayoría.
El Museo Joaquín Torres García ubicado sobre la calle Sarandí, en el corazón de la Ciudad Vieja de Montevideo, pasa bastante desapercibido.
No es un museo concurrido por los uruguayos como debiera y tampoco tiene el esplendor deseado. No invita a ser visitado.
Sus salas lúgubres así como su vetusto estado no están a la altura de la forma que hoy día los museos han debido de adoptar, debiendo de competir con otra alternativas de dispersión social. Le falta luz, atractivo, edificio y buenas salas.
JTG se merece un museo mejor con atracción internacional.
Está dirigido por Alejandro Díaz bisnieto de TTG y nieto de Eduardo Díaz Yepes.
Hace pocos días fui allí a visitar una exposición temporal y percibí un lugar poco amigable en virtud de la poca luz que emana.
Llevé a una amiga y no sabía cómo hacer para animar la visita.
La chica de la recepción que también atiende la librería, demoró en llegar y me sorprendió no solo que no tuviera este libro en cuestión sino que tampoco lo conociera.
Sin lugar a dudas los 35 murales pintados por JTG y sus alumnos en el Pabellón Martirené del Hospital Saint Bois, fue uno de los mayores sucesos artísticos que hemos tenido en nuestra historia nacional.
Veinte artistas junto con el Maestro viajaron durante dos meses en forma diaria en una ambulancia desde el Taller hasta Melilla para colorear y dar vida a las salas de los enfermos de tuberculosis.
El destino quiso que los siete murales que pintara JTG fueran devorados por las llamas en el Museo de Arte Moderno de Rio de Janeiro en 1978 y los otros permanecieron en un estado calamitoso de abandono comidos por la humedad, descascarados, con perchas y demás objetos colgados de sus muros hasta tanto fueron recuperados a partir de la movilización de unos amigos del arte.
Los murales de JTG antes de regresar de Paris, donde habían viajado invitados para ser expuestos, estuvieron tres años en los depósitos del museo pues el Estado uruguayo no tenía forma, presupuesto ni interés en regresarlos. Es así que viajaron a Rio de Janeiro solventados por el Museo de Arte Moderno de Rio, donde lamentablemente padecieron.
Hoy día los murales recuperados en su totalidad, están diseminados por distintas salas que no son propicias para los mismos. El público no tiene acceso a las mismas y ni siquiera estamos conminados a visitarlos.
Deberíamos de contar con un museo o sala que los albergara a todos juntos y de esa forma potenciar su esplendor.
Tal vez de esa forma logremos rendirle el homenaje merecido a Torres García así como a su Taller.
Este libro escrito por María Laura Bulanti publicado en 2008, nos permite tomar conocimiento de los hechos.
Mas allá de acercarnos a la obra de JTG puede despertar nuestra conciencia nacional así como la necesidad de buscar justicia para estos murales que siguen en el abandono de nuestra consideración y que gozan de tanto protagonismo internacional.
Contar con un museo que los reúna sería una buena fuente de ingresos dentro del sector turístico del país amén de nuestro reconocimiento y posibilidad de visualizarlos.
Joaquín Torres García no solo fue un faro para Uruguay sino que alumbró a todo el continente trayendo el arte moderno a nuestros países con influencia hasta en los Estados Unidos.




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