Referirnos a la vida y obra de una de las figuras artísticas fundamentales dentro de la historia del arte moderno del siglo XX como fue el caso de Henri Matisse (1869-1954), nos conlleva a conformar una composición de varias personas y características que se alinearon en pos de su éxito logrado.
Abordar a Matisse implica tener presente a Sergei Schukin, a Gertrude Stein, Pablo Picasso, Louis Vauxcelles, Monique Bourgeois y uno de sus hijos Pierre Matisse, quien se convirtió en un gran galerista llevando las obras de los artistas europeos a New York.
Sus mujeres, sus viajes, con marcado acento en los dos realizados a Marruecos, van a convertirse en grandes detonantes de su legado artístico.
Matisse nació en un ámbito burgués en 1869, en Le Cateau-Cambrésis, ciudad del norte de Francia, que le marcará su conducta durante toda su vida.
Más allá de haber formado parte de la vanguardia parisina de principios del siglo XX, Matisse nunca perderá su aspecto burgués, ni su rigor a la hora de desempeñarse como artista prolijo y ordenado.
En contra de la voluntad de su padre y animado por una caja de pinturas que le obsequiara su madre para sobrellevar una convalecencia luego de una intervención quirúrgica, abandona su bufete en París donde se desempeñaba como abogado y se ocupará a convertirse en un pintor.
Sus inicios fueron difíciles desde todo punto de vista, económico y de trabajo, pues sus obras no gozaban de la comprensión prevista desde el momento en que comienza a transitar a través de experiencias artísticas en busca de su fuente de inspiración.
Sin embargo el pintor no bajó los brazos y continuó apostando a un encuentro personal que le llevará en un largo camino durante toda su vida.
Contó desde el inicio de su carrera con el apoyo del coleccionista ruso Sergei Schukin (Moscú, 1854-1936), quien adquirió varias obras suyas entre las cuales se encuentra la más importante de su carrera como es el caso de “La danza” de 1909, que para angustia europea se encuentra en el Museo Hermitage de San Petersburgo.
Coqueteó con el impresionismo, el pos impresionismo, el puntillismo hasta lograr crear la primera corriente de vanguardia definida por el crítico Louis Vauxcelles (París,1870-1943) denominado fauvismo.
Cuando Pablo Picasso (Málaga, 1885-1973), lo conoció en casa de la mecenas americana mas intrépida y osada Gertrude Stein (Pittsburg, 1874-1943), Matisse ya gozaba de éxito y reconocimiento.
Fue la coleccionista quien se ocupó junto con sus hermanos, no solo de comprarles sino de provocarlos constantemente con el fin de que se superaran obra tras obra, sin límite en cuanto a osadía creativa.
A partir de la obra de Matisse “La alegría de vivir” de 1905, fue que Picasso provocado, generó “Las señoritas de Avignon” en 1907, ícono de las obras de arte del siglo XX.
Sus viajes a Marruecos en 1912 y 1913, le confirmarán su mundo virtual plagado de coloridas telas realizadas con ágiles pinceladas atípicas, cambiando los colores usuales de los objetos y personas, dando cabida con mayor asiduidad a los arabescos y demás motivos provocados en ámbitos orientales.
Sus largas estadías en Niza van a ser estancias determinantes para sus obras más importantes que desarrollará teniendo siempre presente la motivación morisca, siempre detrás de motivos primitivos, camino que Paul Gauguin había dejado marcado.
Luego de una gran convalecencia, otra instancia que lo lleva a estar hospitalizado, logra atraer a una jovencita a través de un aviso en el periódico que publica solicitando una enfermera.
Hacía un año que había dejado a su esposa Amélie, madre de sus dos hijos quien también le había criado una hija de una relación anterior, y se encontraba solo.
Esta joven enfermera, que se convertirá también en musa y alumna, luego de cuidarlo durante un tiempo y a partir de una enfermedad, toma los hábitos de monja dominica .
El destino los vuelve a unir de forma inusual pues es destinada a un convento en Vence frente por frente a la casa del pintor.
A partir de ese momento juntos llevabaran a cabo una de las obras de Matisse más completas como es el caso de la Capilla de Rosario en Vence, cerca de Niza.
Allí Matisse se ocupa de diseñar todos los elementos para conformar la iglesia incluyendo vitrales, murales, mobiliario, cruces, puertas así como el vestuario de los sacerdotes.
Matisse siempre fue depresivo, pesimista y sin confianza en sí mismo y la madre Jaques-Marie , nombre que adopta luego se su conversión, será quien le generará ánimo, paz y seguramente también fe.
Una linda y conmovedora instancia en que el artista ateo se une a la fe de quién se convirtiera en su mejor amiga y compañera en sus últimos años.
Matisse en plena segunda Guerra Mundial y a diferencia de Picasso, se ocupó de recrear un mundo colorido y totalmente ajeno de la realidad que atravesaba Europa.
Su pintura formaba parte de su espíritu que plasmaba en forma poética.
Fue el primer artista que se atrevió a cambiar la realidad circundante plasmando en sus obras arte puro, cambiando perspectivas, confrontando colores, y recreando un mundo artístico que motivaría a las corrientes de vanguardia posteriores.
También flirteó con el cubismo, pero su estilo fue único y una vez que lo halló fue perseverante y consecuente.
Referirnos a Matisse implica tener presente a Picasso y viceversa.
Se tenían envidia el uno del otro, pero ambos sentían admiración por las obras del otro.
Según Gertrude Stein, ambos se complementaban, se odiaban y admiraban al mismo tiempo y se necesitaban mutuamente.
“Nadie ha mirado la pintura de Matisse con más detenimiento que yo y nadie ha examinado mis cuadros con más detalle que Matisse”, afirmó Picasso.
A pesar de tenerse un amor-odio y ser como el día y la noche, de enemigos pasaron a ser admiradores uno del otro y se convirtieron en dos de los mas grandes artistas del siglo XX.




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