A Vermeer no se le mira. Son sus obras quienes observan al espectador.
Johannes Vermeer (Delft, 1632-1675), fue un fiel representante del Siglo de Oro holandés junto a Rembrandt y cómo todos los grandes y adelantados artistas a sus épocas, debimos de esperar hasta el SXIX para poder entender su obra.
Fue el artista que se adelantó a la fotografía pero no a la posada, sino a la instancia inusual que es sorprendida por el “click” de la cámara voyeurista.
A Vermeer se le ama, se le venera, convirtiéndose en una obsesión de sus seguidores.
En virtud de que se conservan identificadas 35 de las casi 60 que podría haber pintado, es fácil acceder a ellas ubicadas entre los mas exquisitos museos como son los casos de la Frick Collection de New York, la Kenwood House de Londres y la colección de Isabela Stewart Gardner de Boston, entorno ideales para comulgar con sus obras, amén de los museos como el MET, el Rijksmuseun o el Mauritshuis de La Haya.
Nació, creció y murió en Delft y sus obras son el reflejo de su entorno íntimo siempre dando vida a los mismos elementos no por falta de inspiración sino por la perseverancia hacia un profundo estudio de la afectación de la luz sobre los objetos y los cambios de tonalidad de un mismo color en funcione la luminosidad recibida.
Más allá de haberse convertido al catolicismo para poder casarse con su esposa y madre de sus 15 hijos, fue su espíritu protestante el que caracterizó los simples y despojados ambientes tan distantes de los barrocos de la época.
El recelo y cuidado de sus obras así como de su carrera, estuvo a cargo de su esposa y de su suegra quienes facilitaron su trabajo y resguardaron sus obras de los acreedores luego de su muerte repentina.
De su biografía se tiene muy poca información, pero sus cuadros hablan por sí solos danto cuenta de su carácter tranquilo, de su silencio constante, de su mirada cotidiana, así como de su luminosidad diáfana que caracteriza todas sus pinturas.
El documento mas representativo de su vida es su obra “El arte de la pintura” de 1666, el cual esta considerado como el legado pictórico de Vermeer.
En el mismo se muestra de espaldas, en su taller de pintura con un lienzo casi vacío símbolo de la idea artística que toma forma en el proceso pictórico y una serie de información que denota su vida como la escultura, un mapa, la musica y los libros en un momento íntimo dándole vida una joven retratada.
La historia del arte tuvo que esperar el hallazgo que realizara el periodista y crítico de arte, Théophile Thoré (Francia 1808-1869) quien a partir de un golpe de suerte para la humanidad, debió de abandonar su país de origen, a raíz de sus ideas políticas republicanas. Y es partir de ese momento, donde visitando el museo de La Haya en 1842, descubre la “Vista de Delft”, elemento disparador de un análisis minucioso de las obras de Vermeer que lo llevarán a viajar detrás de sus obras, volcando sus conocimientos en artículos muy elogiosos publicados en 1866.
También, Vermeer, es descubierto por los impresionistas quienes encuentran en él un precursor del estudio de la luz.
Las mujeres son sus retratos favoritos, donde las mismas son descubiertas en instancias íntimas.
Es así a través de sus obras, que de un modo brillante Vermeer, corre literalmente la cortina de la habitación de la retratada para que el espectador la sorprenda sin que ella perciba su presencia.
Ejemplo de ello es “Muchacha leyendo una carta frente a una ventana abierta”, pintada en 1657, obra que a partir de estudios realizados entre 2017 y 2021, se descubre que con posterioridad a la muerte del artista, se había ocultado la imagen de un cupido bajo una mano de pintura neutra.
Luego de su restauración, la obra recibe su espíritu amoroso que termina generándole el marco original con la que Vermeer la había pintado.
Su obra más famosa es “La joven de la perla” de 1665, de carácter enigmático y totalmente incomprendida en su época.
Y es que las obras de Vermeer recién se logran vislumbrar a partir de la injerencia de la fotografía que irrumpe el plano visual en 1826.
“La joven de la perla” no se trata de un retrato sino de un “tronie”, genero que era utilizado para representar un rostro de un tipo especial de personajes, lo que la distancia de Mona Lisa de Da Vinci por más que le llamen “La Mona Lisa holandesa”. La joven podría haber sido una invención de Vermeer más allá de que en forma recurrente utilizaba los rostros de sus hijas para inspirarse.
Es un estudio de la expresión de una joven doncella ataviada por exóticos atuendos orientales que dan cuenta del intercambio comercial que los Países Bajos en pleno Siglo de Oro, mantenían con el resto del mundo.
Esta pintura ha sido motivo de inspiración para una novela histórica escrita en 1999 por la americana Tracy Chevalier (Washington, 1962) quién se acerca a la obra a través de un póster de la obra que adquiere.
Este libro luego fue llevado al cine bajo el mismo título.
Claro ejemplo de que cuando se nos cruza un Vermeer en nuestra vida, no podemos mantenernos indiferente y sus obras provocan en el espectador el afán por saber mas sobre el artista y los misterios que esconden sus obras.
En 1990 fue robado del Museo de Isabella Stewart Gardner el “El concierto” pintado en 1673, y que al día de hoy permanece en destino desconocido.
Si esa obra saliera al mercado, su cotización treparía a los 200 millones de dólares.
Si “La joven de la Perla” estuvo perdida durante dos siglos hasta 1881, tenemos unos cuantos años mas de espera para que esta obra sustraída re aparezca en el mercado.
Mientras tanto, hay otros Vermeer que nos están esperando para cobijarnos bajo sus miradas y hacernos suyos.



