Este artista fue un fiel representante del período de mayor esplendor cultural que tuviera España, entre 1492 y 1681 denominando el Siglo de Oro.
Diego Velázquez (Sevilla, 1599-1660), considerado uno de los mejores pintores de su país y uno de los mas influyentes dentro de la historia del arte universal, nació en la ciudad justa en el momento indicado.
En esa época, Sevilla era la ciudad más rica, cosmopolita y poblada del país, disponiendo del monopolio del comercio con América, y la corte de Felipe IV se preciaba de la presencia de los sevillanos.
El sevillano conde-duque de Olivares, Gaspar de Guzman, quien gobernaba España como mano derecha del rey, se rodeaba de paisanos suyos entre los cuales se encontraba Velázquez, quien llegó a la corte para demostrar sus proezas artísticas en 1622, logrando captar la atención del monarca quien lo nombrará pintor de corte.
Velázquez era una persona muy ambiciosa a nivel profesional y personal. Su familia de origen portugués por el lado de su padre, era noble dentro de un rango inferior, y el artista logró terminar su vida con la distinción de Caballero de la Orden de Santiago, habiendo logrado varios cargos dentro del ámbito privado del Felipe IV que le restaban tiempo para pintar.
Sus dos viajes a Italia le dieron el marco complementario dentro de su formación artística.
Fue el alemán Peter Paul Rubens (1577-1640) quien en una misión diplomática en Madrid, le recomendó formarse en Roma.
En su segundo viaje, Velazquez logra retratar al papa Inocencio X, el drástico Giovanni Pamphilij (Roma, 1574-1655), quien ataviado de su ropaje monacal, distaba mucho de representar a un sumo pontífice a partir de las facciones retratadas por el pintor, quien no era el mas complaciente a la hora de representar a sus clientes, fama que le llevaría a Felipe IV a no permitir mas retratos suyos cuando fue llegando a la adultez.
La mayor época de esplendor de Velázquez fue la década de 1630 aunque en sus últimos años logró dos de sus más famosas obras: Las meninas, pintada en 1657 y Las hilanderas, realizada entre 1658 y 1660.
Ambas obras fueron mal interpretadas en su época y estuvieron fuera del alcance de los espectadores durante muchos años, con lecturas y nombres diferentes a los cuales fueron concebidas.
Casi 200 años después de pintada y luego de ser rescatada del trágico incendio del Alcazar en 1734, el “Retrato de la señora emperatriz con sus damas y una enana”, como lo había titulado Velázquez, fue renombrado como Las meninas, en una catalogización de las obras del museo del Prado.
Las meninas, fue la obra que reposicionó a los artistas como creadores intelectuales por encima de la labor de ser simples pintores hábiles con los pinceles.
Asimismo, la complejidad de la obra que no permitió su aceptación en su época, da cuenta de un gran paso dentro de la historia del arte, adelantádose a su tiempo.
No solo que desvirtúa el ámbito privado y prohibido de los monarcas, sino que el pintor se representa casi que a modo de personaje central.
En un juego de planos, perspectivas, luces, miradas y posturas de los personajes, Velázquez logra meter al espectador dentro de la obra misma.
Manifestación artística que debe de esperar varios años hasta lograr representatividad a través de formatos como las instalaciones o las performances donde los espectadores tienen participación activa, que se llevarán a cabo recién a partir de la segunda mitad del siglo XX.
Ríos de tinta han corrido interpretando esta obra maestra, que obliga a una constante revisión y lectura generación tras otra, confirmando que la historia no es pasado sino que es presente vivo.




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