Esta semana abordamos la vida y obra de esta artista europea nacida en Paris en 1755, quien se destacó como gran retratista en su época.
Hija de un pintor, aprendió el oficio de forma autodidacta y dedicó parte de su formación viajando por Flandes observando los pintores flamencos prestando mucha atención a la obra de Peter Rubens (1577-1640).
Aporreada por su padrastro y luego asediada por su marido, Elizabeth logró estabilizar su carrera luego de que conociera a su principal mecenas la reina María Antonieta.
Se hicieron buenas amigas desde el momento cero. Tenían la misa edad y los mismos gustos e intereses. Le realizó treinta y cinco retratos los que difieren enormemente de los que le realizarán otros artistas.
En sus retratos rescató la mujer dentro del personaje de reina, dotándola de gracia, frescura y belleza natural, algo que María Antonieta valoraba mucho pues denostaba la vida encorsetada que rodeaba a su marido el rey Luis XVI.
Vigée-Le Brun la representó como una mujer deseada sin hacer alusión alguna a su majestuosidad real.
A la reina le encantaban esas imágenes descontracturadas de sí misma así como le animaban a seguir adelante con una vida que no era de su total agrado.
En 1789 Elizabeth abandona Francia temiendo el avance de la Revolución Francesa, llevando a su única hija de 9 años y dejando a su esposo.
Su exilio duró 12 años en un periplo entre varias ciudades europeas donde las principales cortes le abrían las puertas así como también iba siendo aceptada en las diferentes academias de arte en función de su reconocimiento artístico.
Estuvo 6 años entre Moscú y San Petersburgo bajo el amparo de la reina Catalina la Grande.
Fue una de las pocas mujeres que formó parte de la Academia Francesa de las Artes.
El hecho de haberse realizado un retrato embestida de pintora, fue un hecho muy osado tanto como arriesgado. Si bien varias mujeres pintaban, muy pocas se definían como artistas mucho menos dentro del ámbito aristocrático donde el manejo de los pinceles era algo concerniente a los hombres así como una actividad menor por el hecho de ser un trabajo manual.
Mantuvo a su padrastro y también a su marido y sacó adelante a su hija a quien casó con un noble ruso.
La Revolución Francesa obligó a su marido Jean-Baptiste Pierre Le Brun, a divorciarse de ella por ser monarquica y nunca mas se volvió a casar. De todas formas mantuvo su apellido pues representaba una marca registrada dentro de su carrera.
Vigée – Le Brun se reveló contra la artificialidad característica del Rococó, inclinándose hacia una propuesta cargada de sencillez que marcó los años anteriores a la Revolución Francesa época en que se difundía el ideal de la vuelta a la naturaleza promovido por el filósofo Jean-Jacques Rousseau.
Elizabeth conoció la vida mundana del Antiguo Régimen, la Revolución Francesa y las cortes europeas mas importantes de su tiempo así como el Imperio Napoleónico donde fue acogida luego de su exilio, por Josefina Bonaparte con quien cultivó una amistad brindándole la oportunidad de retratar a destacadas personalidades del Imperio Napoleónico.
Mas allá del éxito que tuvo en vida, pasaron varios siglos antes de ser rescatada por el olvido.
Como dato anecdótico, cabe decir que el Museo del Prado de Madrid, recién en Setiembre del 2020, rescató de sus almacenes, dos de sus retratos que le realizara a las hijas de los reyes Felipe II e Isabel de Valois.
Elizabeth Louis Vigeé-Le Brun falleció en Paris en 1842 a los 86 años habiendo dejado sus memorias escritas las cuales logró publicar en los últimos años de su vida.
Sus obras se encuentran diseminadas entre veinte museos de renombre en el mundo.




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